/ domingo 22 de mayo de 2022

Domingo de reflexión | Sexto domingo de Pascua

“El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada”
Hechos 15,1-2.22-29
Apocalipsis 21,10-14.22-23
Juan 14,23-29

Hemos recorrido una buena parte del Tiempo Pascual; cinco semanas completas para ser exactos. Hoy comenzamos la sexta semana de este maravilloso tiempo litúrgico caracterizado por la alegría, la vida nueva y el testimonio que los creyentes debemos dar de Cristo resucitado. Conviene, pues, hacer un alto en el camino para preguntarnos si hemos mantenido estas tres actitudes a lo largo de la pascua: alegría, vida nueva, testimonio.

Ahora, la palabra de Dios nos ofrece algunos puntos de reflexión en orden al fortalecimiento de nuestra fe. En efecto, el libro de los Hechos y el Apocalipsis hacen referencia al papel fundamental que el grupo de los apóstoles representa en nuestra Iglesia católica; y el evangelio, por otra parte, nos presenta las últimas recomendaciones, a manera de testamento, que Jesús les hace a sus discípulos y por consiguiente a nosotros.

La primera lectura resalta cómo la Iglesia, ante una gran dificultad, tiene necesidad de escuchar el parecer de los apóstoles de Jerusalén. Ellos reunidos, junto con otros grandes evangelizadores del siglo primero, asistidos por la luz del Espíritu Santo, toman una sabia decisión y resuelven así, el grave problema con el que se estaban enfrentando: “Nosotros, los apóstoles y los presbíteros… El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido…”. En la Iglesia de Jesucristo, los apóstoles, reunidos en comunión, son asistidos por el Espíritu Santo y van orientando así, los nuevos caminos de la evangelización.

El Apocalipsis, al hablar de la Jerusalén celestial, menciona dos realidades fundamentales de la Iglesia triunfante: por una parte, los doce cimientos (los doce apóstoles) sobre los cuales está construida la ciudad y, por otra, el Señor Dios y el Cordero son “el templo” y “la luz” de la ciudad santa (la presencia y grandeza de la gloria de Dios para siempre): “No vi ningún templo en la ciudad, porque el Señor Dios todopoderoso y el Cordero son el templo. No necesita la luz del sol o de la luna, porque la gloria de Dios la ilumina y el Cordero es su lumbrera”. Nuestra Iglesia, fundada sobre el cimiento de los apóstoles y en comunión con sus sucesores, está llamada por Dios a ser la Jerusalén celestial, resplandeciente con la gloria de Dios en medio de ella. ¡Qué gran final nos espera!

El evangelio de Juan, por último, nos presenta un discurso de despedida de Jesús, dirigido a los discípulos y por consiguiente a nosotros. Este discurso contiene observaciones, promesas y sugerencias que el Señor nos hace a todos sus seguidores, cada una de ellas debe ser ocasión de una profunda reflexión por parte nuestra:

1. “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada”.

2. “El Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho”.

3. “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden”.

Vivamos la eucaristía de este domingo como un anticipo de la vida que tendremos en el cielo. Disfrutemos de cada detalle de la celebración; experimentemos las diversas presencias de Jesús en la liturgia: en medio de la asamblea, en el sacerdote que preside la misa, en la palabra que se proclama, en la sagrada comunión que recibimos y en los demás signos que acompañan nuestra celebración dominical. Amén.

¡Que tengan un excelente domingo!

“El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada”
Hechos 15,1-2.22-29
Apocalipsis 21,10-14.22-23
Juan 14,23-29

Hemos recorrido una buena parte del Tiempo Pascual; cinco semanas completas para ser exactos. Hoy comenzamos la sexta semana de este maravilloso tiempo litúrgico caracterizado por la alegría, la vida nueva y el testimonio que los creyentes debemos dar de Cristo resucitado. Conviene, pues, hacer un alto en el camino para preguntarnos si hemos mantenido estas tres actitudes a lo largo de la pascua: alegría, vida nueva, testimonio.

Ahora, la palabra de Dios nos ofrece algunos puntos de reflexión en orden al fortalecimiento de nuestra fe. En efecto, el libro de los Hechos y el Apocalipsis hacen referencia al papel fundamental que el grupo de los apóstoles representa en nuestra Iglesia católica; y el evangelio, por otra parte, nos presenta las últimas recomendaciones, a manera de testamento, que Jesús les hace a sus discípulos y por consiguiente a nosotros.

La primera lectura resalta cómo la Iglesia, ante una gran dificultad, tiene necesidad de escuchar el parecer de los apóstoles de Jerusalén. Ellos reunidos, junto con otros grandes evangelizadores del siglo primero, asistidos por la luz del Espíritu Santo, toman una sabia decisión y resuelven así, el grave problema con el que se estaban enfrentando: “Nosotros, los apóstoles y los presbíteros… El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido…”. En la Iglesia de Jesucristo, los apóstoles, reunidos en comunión, son asistidos por el Espíritu Santo y van orientando así, los nuevos caminos de la evangelización.

El Apocalipsis, al hablar de la Jerusalén celestial, menciona dos realidades fundamentales de la Iglesia triunfante: por una parte, los doce cimientos (los doce apóstoles) sobre los cuales está construida la ciudad y, por otra, el Señor Dios y el Cordero son “el templo” y “la luz” de la ciudad santa (la presencia y grandeza de la gloria de Dios para siempre): “No vi ningún templo en la ciudad, porque el Señor Dios todopoderoso y el Cordero son el templo. No necesita la luz del sol o de la luna, porque la gloria de Dios la ilumina y el Cordero es su lumbrera”. Nuestra Iglesia, fundada sobre el cimiento de los apóstoles y en comunión con sus sucesores, está llamada por Dios a ser la Jerusalén celestial, resplandeciente con la gloria de Dios en medio de ella. ¡Qué gran final nos espera!

El evangelio de Juan, por último, nos presenta un discurso de despedida de Jesús, dirigido a los discípulos y por consiguiente a nosotros. Este discurso contiene observaciones, promesas y sugerencias que el Señor nos hace a todos sus seguidores, cada una de ellas debe ser ocasión de una profunda reflexión por parte nuestra:

1. “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada”.

2. “El Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho”.

3. “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden”.

Vivamos la eucaristía de este domingo como un anticipo de la vida que tendremos en el cielo. Disfrutemos de cada detalle de la celebración; experimentemos las diversas presencias de Jesús en la liturgia: en medio de la asamblea, en el sacerdote que preside la misa, en la palabra que se proclama, en la sagrada comunión que recibimos y en los demás signos que acompañan nuestra celebración dominical. Amén.

¡Que tengan un excelente domingo!

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