/ domingo 7 de marzo de 2021

Domingo de reflexión | Tercer domingo de Cuaresma

“Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”.

Éxodo 20,1-17
1 Corintios 1,22-25
Juan 2,13-25

El domingo pasado meditamos cómo Jesús subió a un monte alto acompañado de tres de sus discípulos. Allí se transfiguró en su presencia, dejándonos entrever su gloria. Ahora, en este tercer domingo de Cuaresma, contemplamos al Maestro en una acción simbólica que realiza en el templo de Jerusalén.

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Lo primero que debemos destacar es la importancia que tenía el templo de Jerusalén para los judíos. Era el lugar sagrado por excelencia; lugar de encuentro con Dios; la casa misma de Dios; meta de las grandes peregrinaciones del pueblo; lugar donde se le ofrecían a Dios los diversos sacrificios estipulados por la Ley.

El relato comienza diciendo que “se acercaba la Pascua de los judíos”. Esta frase indica la relación del suceso que a continuación se describe, con la gran solemnidad anual de los judíos, la fiesta de la Pascua y, por consiguiente, con nuestra Pascua cristiana.

Jesús se encuentra con los vendedores y cambistas, a quienes los echa materialmente de los espacios del templo, llegándoles a decir: “Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”. Un gran disgusto experimentó el Señor al ver la distorsión que el lugar sagrado estaba sufriendo a causa de la compra y venta de las cosas necesarias para el culto. Qué importante es, por consiguiente, purificar nuestros espacios cultuales, de todo aquello que empañe el sentido y el valor tan grande que tiene el culto que la Iglesia ofrece a Dios Padre.

Ante la pregunta que los judíos le hacen a Jesús, el Señor responde: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. Palabras que no fueron entendidas sino hasta que él murió y resucitó de entre los muertos. En realidad “él hablaba del templo de su cuerpo”. Aquí dos cosas son significativas: en primer lugar, este acontecimiento y las palabras de Jesús nos conectan con la Pascua, meta de la santa Cuaresma; y, en segundo lugar, nuestro Señor nos adelanta que él, ahora, es el Nuevo Templo donde todo ser humano se encuentra con Dios.

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En la misa de este domingo le pedimos a Dios, nuestro Señor: que valoremos y respetemos los espacios dedicados al culto divino, nuestros templos; y que no olvidemos que el lugar sagrado por excelencia, donde encontramos a Dios, es la persona de Jesucristo, presente en su palabra, en la eucaristía y en el prójimo, sobre todo el más necesitado. Amén.

¡Que tengan un excelente domingo!

“Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”.

Éxodo 20,1-17
1 Corintios 1,22-25
Juan 2,13-25

El domingo pasado meditamos cómo Jesús subió a un monte alto acompañado de tres de sus discípulos. Allí se transfiguró en su presencia, dejándonos entrever su gloria. Ahora, en este tercer domingo de Cuaresma, contemplamos al Maestro en una acción simbólica que realiza en el templo de Jerusalén.

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Lo primero que debemos destacar es la importancia que tenía el templo de Jerusalén para los judíos. Era el lugar sagrado por excelencia; lugar de encuentro con Dios; la casa misma de Dios; meta de las grandes peregrinaciones del pueblo; lugar donde se le ofrecían a Dios los diversos sacrificios estipulados por la Ley.

El relato comienza diciendo que “se acercaba la Pascua de los judíos”. Esta frase indica la relación del suceso que a continuación se describe, con la gran solemnidad anual de los judíos, la fiesta de la Pascua y, por consiguiente, con nuestra Pascua cristiana.

Jesús se encuentra con los vendedores y cambistas, a quienes los echa materialmente de los espacios del templo, llegándoles a decir: “Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”. Un gran disgusto experimentó el Señor al ver la distorsión que el lugar sagrado estaba sufriendo a causa de la compra y venta de las cosas necesarias para el culto. Qué importante es, por consiguiente, purificar nuestros espacios cultuales, de todo aquello que empañe el sentido y el valor tan grande que tiene el culto que la Iglesia ofrece a Dios Padre.

Ante la pregunta que los judíos le hacen a Jesús, el Señor responde: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. Palabras que no fueron entendidas sino hasta que él murió y resucitó de entre los muertos. En realidad “él hablaba del templo de su cuerpo”. Aquí dos cosas son significativas: en primer lugar, este acontecimiento y las palabras de Jesús nos conectan con la Pascua, meta de la santa Cuaresma; y, en segundo lugar, nuestro Señor nos adelanta que él, ahora, es el Nuevo Templo donde todo ser humano se encuentra con Dios.

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En la misa de este domingo le pedimos a Dios, nuestro Señor: que valoremos y respetemos los espacios dedicados al culto divino, nuestros templos; y que no olvidemos que el lugar sagrado por excelencia, donde encontramos a Dios, es la persona de Jesucristo, presente en su palabra, en la eucaristía y en el prójimo, sobre todo el más necesitado. Amén.

¡Que tengan un excelente domingo!

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