/ miércoles 3 de noviembre de 2021

El columnario | Entre pasajes y recuerdos de los 90

(In Memoriam of Conde Pérez)

Si bien es cierto la definición y estructuración del planteamiento dibujístico se iba revelando con cada obra y cada trabajo desarrollado, exponiendo y nutriéndome de la verdadera crítica en cuanto a materia de artes plásticas se refiere; tomando únicamente los comentarios que me servían. Sin embargo, debo comentar que en ocasiones el desarrollo de algunos temas complicaba un poco la construcción de la imagen, no precisamente por el tratamiento en relación al dibujo y el color, como un pretexto para crear una atmósfera, sino por el equilibrio e integración de los elementos gráfico-plásticos. No obstante, siempre he sabido afrontar dichos retos, saliendo victorioso de dicho quehacer.

Recuerdo que algunas chicas que se encontraban estudiando Artes Plásticas en aquella época acudían a mí para que les brindara alguna asesoría o especie de sugerencias en cuanto a cómo desarrollar un proyecto de arte, aunque la mayoría de las veces llegaban a mi estudio con algún cuadro u obra inconclusa, (me imagino que se sentían inseguras en relación a cierto manejo técnico de los materiales); otras ocasiones era un simple pretextó para acercarse a mi persona y tratar de seducirme, por lo que la supuesta asesoría terminaba en otra cosa.

De esa época logró rescatar conceptos tan importantes como la estructuración del dibujo en cuanto a su propia unidad corpórea, independientemente de la totalidad de la imagen. (temática que he abordado en anteriores ocasiones con mi amigo el maestro Ramón Enrique Hinostroza, y que la hemos desarrollado tanto filosófica, como conceptualmente hablando, sobre todo para una de las series más recientes en mi trabajo como artista plástico).

Otro de los conceptos y no menos importantes sería el de la espontaneidad de la línea para integrar una figura, y de cómo ésta logra ser independiente y autónoma dentro de un espacio. Lo anterior se logró complementar e integrar de manera muy específica con talleres y cursos que tomé con algunos exponentes de la plástica nacional, en donde cada uno aportó significativamente desde su lenguaje y contenido, así como de su particular propuesta pictórica, enriqueciendo el bagaje tanto cultural, como creativo. De lo anterior considero oportuno mencionar que quedó constatado por medio de las exposiciones presentadas a posteriori, y que constan en algunas notas de prensa de dichas muestras individuales de ese período, así como algunas entrevistas, así como fuertes declaraciones realizadas a la prensa por mi parte, (que ciertamente lograron inquietar y perturbar a más de una veintena de artistas de la localidad).

Transcurrido el tiempo debo confesar que la paleta y tonalidades en mi trabajo se fue definiendo con cada obra realizada, haciendo a la vez como una especie de iconografía dentro de la parte neofigurativa, definiendo con ello un estilo más personal; por lo que no es de extrañarse que algunas instituciones adquirieran algunas de mis piezas en gran formato para sus respectivas colecciones y acervos culturales, independientemente de los premios de exhibición obtenidos tanto en concursos estatales, nacionales, entre otros.

El Ojo de 1997 hacia el desarrollo del 2000, tuvo un emplazamiento de depuración tanto técnico y de contenido en relación a su concepción de riqueza visual, aunado a la temática desarrollada de esos años con una singular armonía, el color. La utilización de catalizadores para la preparación de los papeles, bajo técnicas muy específicas, estrictas y de riguroso método fueron una de las enseñanzas del “Charlie” como se le conocía en el barrio de Villa de Seris, puedo afirmar con certeza que fue su gran legado. Nunca dio “Consejos”, sólo observaciones, en los cuales desarrollábamos la mayoría de las veces casi de carácter platónico y un tanto socráticos. Por lo que no le agradaba nos interrumpieran sus visitas mientras compartíamos los planteamientos. De Carlos Fernández Diaz de León me llevo la nostalgia, la paleta otoñal y triste que en algún momento me conmovió e hizo estallar en una melancolía tan única, como irrepetible que transferí de manera casi inconsciente a los ambientes y escenas más inexorables de las representaciones pictóricas en las que un joven pintor ha sido parte. Caso curioso él vivía por el “Callejón Rosales”… Es cuanto. Nos vemos la próxima entrega…

Página Web: www.artmajeur.com/pintore


(In Memoriam of Conde Pérez)

Si bien es cierto la definición y estructuración del planteamiento dibujístico se iba revelando con cada obra y cada trabajo desarrollado, exponiendo y nutriéndome de la verdadera crítica en cuanto a materia de artes plásticas se refiere; tomando únicamente los comentarios que me servían. Sin embargo, debo comentar que en ocasiones el desarrollo de algunos temas complicaba un poco la construcción de la imagen, no precisamente por el tratamiento en relación al dibujo y el color, como un pretexto para crear una atmósfera, sino por el equilibrio e integración de los elementos gráfico-plásticos. No obstante, siempre he sabido afrontar dichos retos, saliendo victorioso de dicho quehacer.

Recuerdo que algunas chicas que se encontraban estudiando Artes Plásticas en aquella época acudían a mí para que les brindara alguna asesoría o especie de sugerencias en cuanto a cómo desarrollar un proyecto de arte, aunque la mayoría de las veces llegaban a mi estudio con algún cuadro u obra inconclusa, (me imagino que se sentían inseguras en relación a cierto manejo técnico de los materiales); otras ocasiones era un simple pretextó para acercarse a mi persona y tratar de seducirme, por lo que la supuesta asesoría terminaba en otra cosa.

De esa época logró rescatar conceptos tan importantes como la estructuración del dibujo en cuanto a su propia unidad corpórea, independientemente de la totalidad de la imagen. (temática que he abordado en anteriores ocasiones con mi amigo el maestro Ramón Enrique Hinostroza, y que la hemos desarrollado tanto filosófica, como conceptualmente hablando, sobre todo para una de las series más recientes en mi trabajo como artista plástico).

Otro de los conceptos y no menos importantes sería el de la espontaneidad de la línea para integrar una figura, y de cómo ésta logra ser independiente y autónoma dentro de un espacio. Lo anterior se logró complementar e integrar de manera muy específica con talleres y cursos que tomé con algunos exponentes de la plástica nacional, en donde cada uno aportó significativamente desde su lenguaje y contenido, así como de su particular propuesta pictórica, enriqueciendo el bagaje tanto cultural, como creativo. De lo anterior considero oportuno mencionar que quedó constatado por medio de las exposiciones presentadas a posteriori, y que constan en algunas notas de prensa de dichas muestras individuales de ese período, así como algunas entrevistas, así como fuertes declaraciones realizadas a la prensa por mi parte, (que ciertamente lograron inquietar y perturbar a más de una veintena de artistas de la localidad).

Transcurrido el tiempo debo confesar que la paleta y tonalidades en mi trabajo se fue definiendo con cada obra realizada, haciendo a la vez como una especie de iconografía dentro de la parte neofigurativa, definiendo con ello un estilo más personal; por lo que no es de extrañarse que algunas instituciones adquirieran algunas de mis piezas en gran formato para sus respectivas colecciones y acervos culturales, independientemente de los premios de exhibición obtenidos tanto en concursos estatales, nacionales, entre otros.

El Ojo de 1997 hacia el desarrollo del 2000, tuvo un emplazamiento de depuración tanto técnico y de contenido en relación a su concepción de riqueza visual, aunado a la temática desarrollada de esos años con una singular armonía, el color. La utilización de catalizadores para la preparación de los papeles, bajo técnicas muy específicas, estrictas y de riguroso método fueron una de las enseñanzas del “Charlie” como se le conocía en el barrio de Villa de Seris, puedo afirmar con certeza que fue su gran legado. Nunca dio “Consejos”, sólo observaciones, en los cuales desarrollábamos la mayoría de las veces casi de carácter platónico y un tanto socráticos. Por lo que no le agradaba nos interrumpieran sus visitas mientras compartíamos los planteamientos. De Carlos Fernández Diaz de León me llevo la nostalgia, la paleta otoñal y triste que en algún momento me conmovió e hizo estallar en una melancolía tan única, como irrepetible que transferí de manera casi inconsciente a los ambientes y escenas más inexorables de las representaciones pictóricas en las que un joven pintor ha sido parte. Caso curioso él vivía por el “Callejón Rosales”… Es cuanto. Nos vemos la próxima entrega…

Página Web: www.artmajeur.com/pintore