/ lunes 13 de diciembre de 2021

El columnario | Historias de vuelos y más

Existen varias anécdotas sobre estas anécdotas en relación a este tema, sin embargo y debido al tiempo y el momento en que sucedieron es que logro recordar apenas lo hechos y situaciones transcurridas por allá de principios y mediados de los 90 ya que había pasado mi estancia durante esas vacaciones en la ciudad de Puebla en compañía de mis familiares y amigos. Lo anterior, cabe señalar lo desarrollaría mientras abordaba un vuelo hacia Hermosillo, Sonora, ya que éste se había retrasado y tuve que tomar el siguiente vuelo de regreso horas más tarde; por lo que mi libreta de apuntes se fue poblando de varios personajes, cuando menos me di cuenta, varias hojas del cuaderno se encontraban saturadas de mi trabajo dibujístico.

En esa ocasión una de las señoritas de sobrecargo, (mejor conocidas como aeromozas o azafatas) me ofrecería un café para sobrellevar la travesía, no me negué. Degustando dicha bebida y mitigando dicho antojo con un sabor que ciertamente llevo en mi memoria gustativa de tan delicioso, por lo que solicite de nueva cuenta otra taza, llevándome por segunda ocasión el aromático y exquisito café. Continué dibujando mientras me deleitaba con ese particular sabor, sin embargo, ocasionalmente veía por la ventana los aires y nubes a mi alrededor, sin embargo, mi atención estaba completamente enfocada y dirigida en el desarrollo de la línea y el dibujo.

Me abstraje tanto que las horas de vuelo se acortaron de manera considerable, que ni sentí el pasar del tiempo, en algún momento la señorita me llegó a preguntar sobre mi profesión de artista, a lo que respondí afirmando que era correcta su apreciación, recuerdo su particular y bella sonrisa, así como su hermoso rostro, luciendo sus ojos azules, cabellera negra y tersa piel blanca, repentinamente cruzó manos mientras se apoyaban en el asiento delantero, teniéndola frente a mí, es decir en primer plano. Por un momento me sentí acosado y un tanto nervioso, ya que para mi corta edad, mis pensamientos se concentraban únicamente en el aspecto creativo, así como en los estudios; sin embargo, traté de contenerme para no demostrar o hacer evidente que me encontraba un tanto nervioso e intimidado por su particular belleza, a pesar de ello, sentí tal conexión con ella, que incluso, la jefa de sobrecargos le llamaría la atención por mantener y centrar la atención de una manera prolongada con mi persona. Aun así, ella me sonrió muy amablemente al retirarse y continuar con su labor durante el vuelo, dejándome completamente atempanado durante varios minutos.

Al aterrizar tomé apresuradamente la maleta que traía consigo, la gente descendió de la aeronave de manera habitual, cuando tocó mi turno y ya para bajar, escuché un grito que provenía del interior, exclamando: “Joven… Joven… Olvida su cuaderno…!”, a lo que respondí afirmando con un movimiento de cabeza, me acerqué a ella y le agradecí el hecho, me despedí de ella con un beso en la mejilla, siendo correspondido con el mismo gesto, le di un abrazo y nos despedimos cordialmente, lo último que me dijo fue: “Tus dibujos son un tanto particulares, qué estilo es ese…” (tengo la impresión de que le llamaban la atención las artes visuales); por lo que su rostro y el café jamás serán olvidados. Es cuanto. Nos vemos la próxima entrega…


Existen varias anécdotas sobre estas anécdotas en relación a este tema, sin embargo y debido al tiempo y el momento en que sucedieron es que logro recordar apenas lo hechos y situaciones transcurridas por allá de principios y mediados de los 90 ya que había pasado mi estancia durante esas vacaciones en la ciudad de Puebla en compañía de mis familiares y amigos. Lo anterior, cabe señalar lo desarrollaría mientras abordaba un vuelo hacia Hermosillo, Sonora, ya que éste se había retrasado y tuve que tomar el siguiente vuelo de regreso horas más tarde; por lo que mi libreta de apuntes se fue poblando de varios personajes, cuando menos me di cuenta, varias hojas del cuaderno se encontraban saturadas de mi trabajo dibujístico.

En esa ocasión una de las señoritas de sobrecargo, (mejor conocidas como aeromozas o azafatas) me ofrecería un café para sobrellevar la travesía, no me negué. Degustando dicha bebida y mitigando dicho antojo con un sabor que ciertamente llevo en mi memoria gustativa de tan delicioso, por lo que solicite de nueva cuenta otra taza, llevándome por segunda ocasión el aromático y exquisito café. Continué dibujando mientras me deleitaba con ese particular sabor, sin embargo, ocasionalmente veía por la ventana los aires y nubes a mi alrededor, sin embargo, mi atención estaba completamente enfocada y dirigida en el desarrollo de la línea y el dibujo.

Me abstraje tanto que las horas de vuelo se acortaron de manera considerable, que ni sentí el pasar del tiempo, en algún momento la señorita me llegó a preguntar sobre mi profesión de artista, a lo que respondí afirmando que era correcta su apreciación, recuerdo su particular y bella sonrisa, así como su hermoso rostro, luciendo sus ojos azules, cabellera negra y tersa piel blanca, repentinamente cruzó manos mientras se apoyaban en el asiento delantero, teniéndola frente a mí, es decir en primer plano. Por un momento me sentí acosado y un tanto nervioso, ya que para mi corta edad, mis pensamientos se concentraban únicamente en el aspecto creativo, así como en los estudios; sin embargo, traté de contenerme para no demostrar o hacer evidente que me encontraba un tanto nervioso e intimidado por su particular belleza, a pesar de ello, sentí tal conexión con ella, que incluso, la jefa de sobrecargos le llamaría la atención por mantener y centrar la atención de una manera prolongada con mi persona. Aun así, ella me sonrió muy amablemente al retirarse y continuar con su labor durante el vuelo, dejándome completamente atempanado durante varios minutos.

Al aterrizar tomé apresuradamente la maleta que traía consigo, la gente descendió de la aeronave de manera habitual, cuando tocó mi turno y ya para bajar, escuché un grito que provenía del interior, exclamando: “Joven… Joven… Olvida su cuaderno…!”, a lo que respondí afirmando con un movimiento de cabeza, me acerqué a ella y le agradecí el hecho, me despedí de ella con un beso en la mejilla, siendo correspondido con el mismo gesto, le di un abrazo y nos despedimos cordialmente, lo último que me dijo fue: “Tus dibujos son un tanto particulares, qué estilo es ese…” (tengo la impresión de que le llamaban la atención las artes visuales); por lo que su rostro y el café jamás serán olvidados. Es cuanto. Nos vemos la próxima entrega…