/ jueves 3 de septiembre de 2020

El columnario | Motel Las Delicias

De mis visitas por los moteles de paso, considero oportuno y obligatorio mencionar que la mayoría de las veces, si no es que casi siempre, solía frecuentar los de cierto prestigio o por llamarle de alguna manera los de mayor reconocimiento, lo anterior para que mis compañeras se sintieran cómodas y a su vez gozaran de la tranquilidad que les generaba estar a mi lado.

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Recuerdo que en alguna ocasión conocí a una joven y hermosa señorita en una de mis exposiciones, ahí ella se presentó ante mi elogiando mi trabajo de pintor y dibujante, ya que tengo entendido ella practicaba o tenía especial interés en las artes plásticas y visuales; al concluir el evento se despidió amablemente de mí, no sin antes intercambiar nuestros números telefónicos. Posterior a ello, recibí su llamada reuniéndonos en un conocido café de esa época, nos conocimos, después salimos juntos un par de veces, en algún momento me confesó que tenía la intención de entregarse a mí, a lo que me pidió, viera la posibilidad de programar dicho encuentro, así fue…

Cierto día nos dimos cita, a lo que pasé por ella a casa de una amiga que estudiaba la misma carrera ligada a las artes. Nos dirigimos rumbo al norte de la ciudad, la emoción y el nerviosismo se podía percibir entre ambos, pero era más notable en su hermoso rostro… Puedo decir con toda seguridad que se encontraba contenta y animada, al llegar al motel, inmediatamente ingresamos al cuarto, después de que el motor de mi automóvil detuvo su marcha. Ambientamos el lugar con el aparato de aire acondicionado, ya que, en esa época hacía demasiado calor, esto debido al intenso verano que impera en la región. Nos pusimos cómodos, prendimos el televisor, sintonizándolo en un canal erótico, aunque éste pasó desapercibido, ya que no lo veíamos, manteniéndose únicamente como fondo para amenizar nuestra estancia. La hermosura me leyó un par de poemas de una autora argentina, de la cual no logro recordar su nombre, mientras yo disfrutaba de una bebida preparada con bastantes hielos, ella por su parte de un té helado, acompañados de un refrigerio de carnes frías que habíamos comprado durante nuestro recorrido al lugar, siendo este a base de salami, aceitunas, queso y pan con especias, que no fueron ingeridos, si no hasta concluir nuestro encuentro, aunque creo que el “manjar” era ella… y no lo anterior. Me pidió le hiciera un retrato con los materiales que traía en la parte trasera del carro, así fue. Para este tiempo, yo lucía una cabellera larga y sedosa, que generalmente ellas tendían a acariciar, creo les atraía ese aspecto de mi persona.

De ese primer encuentro, recuerdo mis ojos fueron realmente impactados y sorprendidos por su escultural belleza y anatomía, cuando ella se despojó de su ropa, la aprecié por un momento, era esbelta, su piel era tersa, suave y blanca, una verdadera muñeca en toda la extensión de la palabra se asemejaba a las de porcelana (como las muñecas antiguas), similar a las jóvenes francesas del 1900 del París de aquel tiempo. Nos besamos por largo rato, posterior a ello, nos vimos envueltos en una pasión desenfrenada e incontenible en repetidas ocasiones, me pidió la tratara y la consintiera como a una niña… creo le excitaba ese juego, al cual no me negué. Una vez culminada nuestra faena, caímos exhaustos; los espejos fueron testigos silenciosos de nuestro amoroso y pasional encuentro. Más tarde y ya para retirarnos, nos dimos una ducha para refrescar nuestros acalorados cuerpos. Después de ello, me pidió le secara el pelo con una toalla, recogiendo su cabellera con un broche que dispuso sobre mi mano, le besé el cuello, nos arreglamos y procedimos a abandonar el lugar dejando atrás esos gratos momentos… tomando la rúa principal de la carretera, fuimos a tomar un café, para después llevarla a casa de sus padres, nos despedimos, me besó apasionadamente, ya eran pasadas las nueve de la noche, al final me dio un beso en la frente y se alejó entre la callejuela que comunicaba a la mencionada vivienda. Siendo el único testimonio de esas visitas a los moteles una colección de ceníceros que hay en mi estudio de pintura y que por cierto guardo celosamente, aunque para esos años todavía no fumaba. Es cuanto. Nos vemos la próxima entrega…

De mis visitas por los moteles de paso, considero oportuno y obligatorio mencionar que la mayoría de las veces, si no es que casi siempre, solía frecuentar los de cierto prestigio o por llamarle de alguna manera los de mayor reconocimiento, lo anterior para que mis compañeras se sintieran cómodas y a su vez gozaran de la tranquilidad que les generaba estar a mi lado.

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Recuerdo que en alguna ocasión conocí a una joven y hermosa señorita en una de mis exposiciones, ahí ella se presentó ante mi elogiando mi trabajo de pintor y dibujante, ya que tengo entendido ella practicaba o tenía especial interés en las artes plásticas y visuales; al concluir el evento se despidió amablemente de mí, no sin antes intercambiar nuestros números telefónicos. Posterior a ello, recibí su llamada reuniéndonos en un conocido café de esa época, nos conocimos, después salimos juntos un par de veces, en algún momento me confesó que tenía la intención de entregarse a mí, a lo que me pidió, viera la posibilidad de programar dicho encuentro, así fue…

Cierto día nos dimos cita, a lo que pasé por ella a casa de una amiga que estudiaba la misma carrera ligada a las artes. Nos dirigimos rumbo al norte de la ciudad, la emoción y el nerviosismo se podía percibir entre ambos, pero era más notable en su hermoso rostro… Puedo decir con toda seguridad que se encontraba contenta y animada, al llegar al motel, inmediatamente ingresamos al cuarto, después de que el motor de mi automóvil detuvo su marcha. Ambientamos el lugar con el aparato de aire acondicionado, ya que, en esa época hacía demasiado calor, esto debido al intenso verano que impera en la región. Nos pusimos cómodos, prendimos el televisor, sintonizándolo en un canal erótico, aunque éste pasó desapercibido, ya que no lo veíamos, manteniéndose únicamente como fondo para amenizar nuestra estancia. La hermosura me leyó un par de poemas de una autora argentina, de la cual no logro recordar su nombre, mientras yo disfrutaba de una bebida preparada con bastantes hielos, ella por su parte de un té helado, acompañados de un refrigerio de carnes frías que habíamos comprado durante nuestro recorrido al lugar, siendo este a base de salami, aceitunas, queso y pan con especias, que no fueron ingeridos, si no hasta concluir nuestro encuentro, aunque creo que el “manjar” era ella… y no lo anterior. Me pidió le hiciera un retrato con los materiales que traía en la parte trasera del carro, así fue. Para este tiempo, yo lucía una cabellera larga y sedosa, que generalmente ellas tendían a acariciar, creo les atraía ese aspecto de mi persona.

De ese primer encuentro, recuerdo mis ojos fueron realmente impactados y sorprendidos por su escultural belleza y anatomía, cuando ella se despojó de su ropa, la aprecié por un momento, era esbelta, su piel era tersa, suave y blanca, una verdadera muñeca en toda la extensión de la palabra se asemejaba a las de porcelana (como las muñecas antiguas), similar a las jóvenes francesas del 1900 del París de aquel tiempo. Nos besamos por largo rato, posterior a ello, nos vimos envueltos en una pasión desenfrenada e incontenible en repetidas ocasiones, me pidió la tratara y la consintiera como a una niña… creo le excitaba ese juego, al cual no me negué. Una vez culminada nuestra faena, caímos exhaustos; los espejos fueron testigos silenciosos de nuestro amoroso y pasional encuentro. Más tarde y ya para retirarnos, nos dimos una ducha para refrescar nuestros acalorados cuerpos. Después de ello, me pidió le secara el pelo con una toalla, recogiendo su cabellera con un broche que dispuso sobre mi mano, le besé el cuello, nos arreglamos y procedimos a abandonar el lugar dejando atrás esos gratos momentos… tomando la rúa principal de la carretera, fuimos a tomar un café, para después llevarla a casa de sus padres, nos despedimos, me besó apasionadamente, ya eran pasadas las nueve de la noche, al final me dio un beso en la frente y se alejó entre la callejuela que comunicaba a la mencionada vivienda. Siendo el único testimonio de esas visitas a los moteles una colección de ceníceros que hay en mi estudio de pintura y que por cierto guardo celosamente, aunque para esos años todavía no fumaba. Es cuanto. Nos vemos la próxima entrega…