/ jueves 1 de octubre de 2020

El columnario | Motel Misión

En lo que concierne a esta anécdota, en lo particular, debo mencionar que dichas experiencias acontecieron durante mi época aún como estudiante universitario, cercano a la culminación y conclusión de los mismos, dando lugar a una serie de situaciones que ciertamente quedaron guardadas en mi memoria y que hasta hoy veo la oportunidad para dejar plasmadas por medio de la pluma y el papel.

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Esto, como un testimonio más, de una de las épocas más significativas, tanto de desarrollo y madurez, así como de una adquisición de un cúmulo de experiencias en cuanto a cómo me relacioné con las mujeres más bellas en mis tiempos de juventud.

Aunque, para esas fechas y por obvias razones, los estudios abarcaban la mayor parte de mi tiempo, ya que ocupaban un lugar central dentro de mi desarrollo como artista, cabe mencionar, no representaban obstáculo alguno para poder entablar relación alguna con varias señoritas, que ciertamente llamaban mi atención, en cualesquiera de los casos, dichas relaciones iban un poco más allá de lo acostumbrado.

Es decir, representaban de cierta manera una relación un tanto más completa, lo que naturalmente dependía de ellas. Otras mujeres un poco más conservadoras preferían el clásico besito, o bien conformarse con el habitual “agarraditos de la mano”, sin llegar a más, cosa que en lo personal no me molestaba, ya que su sola presencia y compañía me era suficiente para encontrarme pleno.

Nunca me ha gustado forzar las relaciones, por lo que prefiero que todo se desarrolle en un ambiente de tranquilidad y armonía, como una especie de entendimiento entre ambas partes, por lo que las llamadas “mujeres conflictivas”, no son de mi especial agrado, a lo que cuando veía señales de dichas características, inmediatamente prefería romper o dar por terminada dicha relación.

Siempre me he fijado objetivos muy específicos, obteniendo un resultado exitoso la mayor parte de las veces; aún recuerdo que antes de egresar de la escuela preparatoria, cierto día pude observar a una joven colegiala, blanca, pelo negro largo, ojos cafés y unos labios un tanto carnosos, que vestía una blusa blanca pegada al cuerpo, portando a su vez una falda tipo colegiala, muy atrayente a mi vista, con calcetas blancas hasta las rodillas, quien al mismo tiempo cursaba sus estudios de educación media superior, solamente con la diferencia de que ella se encontraba en una conocida institución educativa de carácter privada.

Me la topé en un establecimiento con quien supongo en aquel momento seria su novio o algo parecido, (el tipo era horrendo), sin embargo tiempo después coincidiríamos en la misma universidad siendo esta de carácter privado, ella por su parte estaba estudiando la licenciatura en Ciencias de la Comunicación, mientras yo me encontraba en una carrera afín a las artes, fue ahí en donde no perdí la oportunidad, sobre todo en lo que respecta a los primeros semestres para cortejarla, llamando su especial atención, logrando rápidamente la empresa que me había propuesto.

Siendo lo anterior, el objetivo principal, obteniendo con ello un resultado por demás satisfactorio, en reiterados (por no decir bastantes ocasiones), pude sentir el placer de sus suculentos labios y el grato aliento que emanaba de su interior, entre otras cosas.

Debo reconocer que ella era sumamente atractiva, ya que además gozaba de una hermosa figura. Debo confesar que el primer acercamiento fue cuando repentinamente le arrebataría uno de sus besos, del cual no opuso resistencia alguna, si no por el contrario correspondió sorpresivamente y de manera casi natural a mis pasionales besos a esa actitud un tanto inesperada de mi parte, una de las cosas que más recuerdo es que me encantaba jugar con su pelo cuando ella se recostaba sobre mí a mirar el entorno.

Pasó el tiempo, después cada uno siguió por su lado, sin embargo, la vida me dio el gusto de poder obtener lo más preciado para mí, por increíble que parezca fueron para ese entonces sus besos y sus caricias; motivo por el cual aún guardo celosamente las cartas que ella me escribió en su momento.

No obstante, todo terminó bien entre nosotros, guardando un respeto mutuo entre ambos. Casi para concluir mis estudios de licenciatura ya contaba con un automóvil, aunque era un tanto modesto, sin embargo, fue lo suficientemente útil para desplazarme en distancias considerables en lo que se refiere de un lugar a otro, siendo esto lo más importante, lo que de alguna manera me permitió visitar, acompañado de hermosas mujeres, algunos moteles, entre los que se encontraban el “Misión” de aquella época, convirtiéndose este en uno de mis favoritos.

Por lo que, no es de extrañarse el título de la exposición que presenté en su momento en la Antigua Penitenciaría, mejor conocido como Museo Regional de Sonora (Centro INAH Sonora), que ciertamente llevó por nombre “Entre las Hijas del Desierto y el Niño del espejo”, como un homenaje a las bellas mujeres que ha dado este Estado (el de Sonora) y que he comentado reiteradamente en columnarios anteriores. Es cuánto. Nos vemos la próxima entrega…

En lo que concierne a esta anécdota, en lo particular, debo mencionar que dichas experiencias acontecieron durante mi época aún como estudiante universitario, cercano a la culminación y conclusión de los mismos, dando lugar a una serie de situaciones que ciertamente quedaron guardadas en mi memoria y que hasta hoy veo la oportunidad para dejar plasmadas por medio de la pluma y el papel.

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Esto, como un testimonio más, de una de las épocas más significativas, tanto de desarrollo y madurez, así como de una adquisición de un cúmulo de experiencias en cuanto a cómo me relacioné con las mujeres más bellas en mis tiempos de juventud.

Aunque, para esas fechas y por obvias razones, los estudios abarcaban la mayor parte de mi tiempo, ya que ocupaban un lugar central dentro de mi desarrollo como artista, cabe mencionar, no representaban obstáculo alguno para poder entablar relación alguna con varias señoritas, que ciertamente llamaban mi atención, en cualesquiera de los casos, dichas relaciones iban un poco más allá de lo acostumbrado.

Es decir, representaban de cierta manera una relación un tanto más completa, lo que naturalmente dependía de ellas. Otras mujeres un poco más conservadoras preferían el clásico besito, o bien conformarse con el habitual “agarraditos de la mano”, sin llegar a más, cosa que en lo personal no me molestaba, ya que su sola presencia y compañía me era suficiente para encontrarme pleno.

Nunca me ha gustado forzar las relaciones, por lo que prefiero que todo se desarrolle en un ambiente de tranquilidad y armonía, como una especie de entendimiento entre ambas partes, por lo que las llamadas “mujeres conflictivas”, no son de mi especial agrado, a lo que cuando veía señales de dichas características, inmediatamente prefería romper o dar por terminada dicha relación.

Siempre me he fijado objetivos muy específicos, obteniendo un resultado exitoso la mayor parte de las veces; aún recuerdo que antes de egresar de la escuela preparatoria, cierto día pude observar a una joven colegiala, blanca, pelo negro largo, ojos cafés y unos labios un tanto carnosos, que vestía una blusa blanca pegada al cuerpo, portando a su vez una falda tipo colegiala, muy atrayente a mi vista, con calcetas blancas hasta las rodillas, quien al mismo tiempo cursaba sus estudios de educación media superior, solamente con la diferencia de que ella se encontraba en una conocida institución educativa de carácter privada.

Me la topé en un establecimiento con quien supongo en aquel momento seria su novio o algo parecido, (el tipo era horrendo), sin embargo tiempo después coincidiríamos en la misma universidad siendo esta de carácter privado, ella por su parte estaba estudiando la licenciatura en Ciencias de la Comunicación, mientras yo me encontraba en una carrera afín a las artes, fue ahí en donde no perdí la oportunidad, sobre todo en lo que respecta a los primeros semestres para cortejarla, llamando su especial atención, logrando rápidamente la empresa que me había propuesto.

Siendo lo anterior, el objetivo principal, obteniendo con ello un resultado por demás satisfactorio, en reiterados (por no decir bastantes ocasiones), pude sentir el placer de sus suculentos labios y el grato aliento que emanaba de su interior, entre otras cosas.

Debo reconocer que ella era sumamente atractiva, ya que además gozaba de una hermosa figura. Debo confesar que el primer acercamiento fue cuando repentinamente le arrebataría uno de sus besos, del cual no opuso resistencia alguna, si no por el contrario correspondió sorpresivamente y de manera casi natural a mis pasionales besos a esa actitud un tanto inesperada de mi parte, una de las cosas que más recuerdo es que me encantaba jugar con su pelo cuando ella se recostaba sobre mí a mirar el entorno.

Pasó el tiempo, después cada uno siguió por su lado, sin embargo, la vida me dio el gusto de poder obtener lo más preciado para mí, por increíble que parezca fueron para ese entonces sus besos y sus caricias; motivo por el cual aún guardo celosamente las cartas que ella me escribió en su momento.

No obstante, todo terminó bien entre nosotros, guardando un respeto mutuo entre ambos. Casi para concluir mis estudios de licenciatura ya contaba con un automóvil, aunque era un tanto modesto, sin embargo, fue lo suficientemente útil para desplazarme en distancias considerables en lo que se refiere de un lugar a otro, siendo esto lo más importante, lo que de alguna manera me permitió visitar, acompañado de hermosas mujeres, algunos moteles, entre los que se encontraban el “Misión” de aquella época, convirtiéndose este en uno de mis favoritos.

Por lo que, no es de extrañarse el título de la exposición que presenté en su momento en la Antigua Penitenciaría, mejor conocido como Museo Regional de Sonora (Centro INAH Sonora), que ciertamente llevó por nombre “Entre las Hijas del Desierto y el Niño del espejo”, como un homenaje a las bellas mujeres que ha dado este Estado (el de Sonora) y que he comentado reiteradamente en columnarios anteriores. Es cuánto. Nos vemos la próxima entrega…