Desde su origen, el melodrama televisivo – mejor conocido como “telenovela” – ha narrado la misma historia. Una y otra vez. Es “la cenicienta”, personaje, cuyo matiz rural o urbano, siempre encontrará el amor en un final feliz.
Algo así sucede con Alien ( Ridley Scott, 1979 ). La idea de una criatura de otro mundo moviéndose en su hábitat, el cosmos, contra humanos atrapados en claustrofóbicas naves espaciales, creó el prototipo para una saga cinematográfica de éxito que está obligada a entregar lo que los fans más desean: suspenso, terror y acción.
Y eso es lo que obtienen con Alien Romulus ( Fede Álvarez 2024 ): una pieza que funciona por sí misma y que realiza un gran homenaje al universo construído por las películas anteriores, sin llegar a la condescendencia establecida por el fan service.
Es así como reaparecen elementos argumentales que dan identidad y solidez al relato: la crítica al capitalismo despiadado, el empoderamiento femenino y la amenaza que supone la intervención de la inteligencia artificial en la vida humana. Y, por supuesto, la presencia del xenomorfo.
Alien Romulus tiene muy claro el ADN de la propuesta primigenia y sobre eso trabaja con gracia y eficiencia: Rain ( Cailee Spaeny ) es una joven obrera de la explotadora corporación Weyland-Yutani; segura de haber cumplido con su contrato recibe la noticia de un cambio unilateral que le obligará a permanecer en la colonia minera por más años.
A Rain le acompaña Andy ( David Jonsson ), humano sintético en total dependencia de su propietaria. Ambos son abordados por un clan juvenil con un plan: robar una nave con capacidad para viajes épicos. Esto significa que el crucero espacial cuenta con cámaras de hibernación criogénicas que conocemos desde el primer filme.
Y también significa que sabemos lo que va a ocurrir.
Más allá de la condena a la América corporativa, el regreso en Alien Romulus a la clase trabajadora, ahora en forma de jóvenes rebeldes, sólo revela el muy financiero propósito de ir tras nuevos públicos y audiencias que, bien sabemos, se han mantenido alejados de las salas de cine.
Por otra parte, introducir a Andy como un androide de piel negra protege a la cinta contra sensibilidades extremas. Al sintético se le humilla e insulta por ser androide, no por ser negro. Buena jugada. Además, la interpretación superlativa alcanzada por David Jonsson – el robot debe lidiar con dos identidades opuestas en su mecanismo – es una de las mejores actuaciones de la temporada.
Alien Romulus no abusa del CGI. Lo aprovecha. Veremos pasillos oxidados, ominosas goteras, ordenadores en estado vegetativo y, a lo Borges, la unánime noche. Y a lo Lovecraft, un universo infinito y amoral. El escenario ideal para el resurgimiento de la bestia, el organismo perfecto: el letal pasajero.
La sobrevivencia de la raza humana tendrá, una vez más, a una mujer como última esperanza. Y ahí es donde Alien Romulus honra su legado: el empoderamiento femenino, convicción pionera en Hollywood desde 1979.
Lo imaginó Lovecraft. Lo hizo Ridley Scott: en el espacio nadie podrá oir tus gritos.
Que leer antes o después de la función
La llamada de Cthulhu, de L.P. Lovecraft. Publicado en 1925, marra la crónica de Francis WaylandThurston mientras repasa notas de su tío fallecido y relatos de un culto misterioso que adora a Cthulhu, ser de otro mundo, monstruoso e híbrido que representa el temor a lo desconocido, elemento fundamental del terror cósmico.