/ sábado 19 de septiembre de 2020

Lo digo como es | Tirarlos a los tiburones o fusilarlos

Dos personas comentaban sobre el robo del que había sido víctima una familia.

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Las expresiones de enojo, impotencia y desesperación, terminaron cuando una de ellas sentenció: Cómo quisiera que a todos los malandrines los echaran a los tiburones, hacen mucho daño.

El interlocutor guardó silencio unos segundos y luego dijo: Pues fíjate que sí, estaría bien.

Y es que en muchas ocasiones sentimos que la impotencia nos invade ante todas las cosas que pasan a nuestro alrededor y respondemos con desesperación.

Que la alcaldesa de Hermosillo en su Segundo Informe de Gobierno proponga fusilar a los narcotraficantes, es —de entrada— preocupante.

El del informe es uno de los discursos más revisados, más cuidados y estudiados para el gobernante. Difícilmente puede concebirse para una ocasión así, una pieza improvisada.

¿Fusilar a los narcotraficantes es una propuesta que surge como último recurso y eso significa que ya no hay alternativas?

¿Es una forma de decir que se han agotado todos los recursos y que el Estado como garante de la seguridad, ya no puede contra ellos?

¿Está descabellada la idea de la alcaldesa o recoge una parte de esa doble moral con la que transitamos?

¿Fusilar a los narcotraficantes cuando asistimos a hechos que demuestran que los tienen y los dejan ir? ¿O con gestos de atención o saludos especiales a sus familiares?

Evidentemente una medida de tal naturaleza, no se toma de la noche a la mañana, pero sus alcances mediáticos por supuesto que debieron ser evaluados y en este momento seguramente se apostó por ellos.

¿Pondría Célida López a consideración del secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, el pronunciamiento que haría?

¿Será un tema distractor o es poner la mesa para pronunciamientos especiales?

Lo cierto es que fusilar a los narcotraficantes o arrojar a los malandrines para que sean alimento de los tiburones, son escenarios que se contemplan con mayor o menor seriedad, con reposo o en arrebatos, pero ambos reflejan el grado de desesperación al que la situación nos ha llevado a la ciudadanía y a los gobernantes, ¡que también son pueblo!

Dos personas comentaban sobre el robo del que había sido víctima una familia.

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Las expresiones de enojo, impotencia y desesperación, terminaron cuando una de ellas sentenció: Cómo quisiera que a todos los malandrines los echaran a los tiburones, hacen mucho daño.

El interlocutor guardó silencio unos segundos y luego dijo: Pues fíjate que sí, estaría bien.

Y es que en muchas ocasiones sentimos que la impotencia nos invade ante todas las cosas que pasan a nuestro alrededor y respondemos con desesperación.

Que la alcaldesa de Hermosillo en su Segundo Informe de Gobierno proponga fusilar a los narcotraficantes, es —de entrada— preocupante.

El del informe es uno de los discursos más revisados, más cuidados y estudiados para el gobernante. Difícilmente puede concebirse para una ocasión así, una pieza improvisada.

¿Fusilar a los narcotraficantes es una propuesta que surge como último recurso y eso significa que ya no hay alternativas?

¿Es una forma de decir que se han agotado todos los recursos y que el Estado como garante de la seguridad, ya no puede contra ellos?

¿Está descabellada la idea de la alcaldesa o recoge una parte de esa doble moral con la que transitamos?

¿Fusilar a los narcotraficantes cuando asistimos a hechos que demuestran que los tienen y los dejan ir? ¿O con gestos de atención o saludos especiales a sus familiares?

Evidentemente una medida de tal naturaleza, no se toma de la noche a la mañana, pero sus alcances mediáticos por supuesto que debieron ser evaluados y en este momento seguramente se apostó por ellos.

¿Pondría Célida López a consideración del secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, el pronunciamiento que haría?

¿Será un tema distractor o es poner la mesa para pronunciamientos especiales?

Lo cierto es que fusilar a los narcotraficantes o arrojar a los malandrines para que sean alimento de los tiburones, son escenarios que se contemplan con mayor o menor seriedad, con reposo o en arrebatos, pero ambos reflejan el grado de desesperación al que la situación nos ha llevado a la ciudadanía y a los gobernantes, ¡que también son pueblo!