/ sábado 24 de agosto de 2019

Mi gusto es… (O la otra mirada) |

En cada ciudad hay personajes que, por genuinos, trascienden.

Y estoy seguro que ninguno de ellos lo busca. Sólo son como les nace ser, reacios a la simulación, entregados a sus tareas diarias, sabedores de lo que son capaces y de lo que no.

Ni se sienten más importantes ni mejores que nadie. Su autenticidad es tal que ni se dan cuentan.

Esta virtud que los hace grandes no es exclusiva de profesión o de oficio, ni tiene que ver con un grado de preparación o experiencia. Ninguno de los que así han sido se han inscrito en cursos o han tomado clases para mejorar su autenticidad o para que un día la ciudad y los ciudadanos en general los reconozca, sin distingos, como alguien al que valió la pena conocer o saber de él o de ella.

Tampoco se les pagó una mensualidad por parte de un partido político o son así porque quieren congraciarse con la población por conveniencia. Menos se andan placeando aquí o allá, casi parándose de manos o bailando como tonto o realizando desfiguros ante la gente o prometiendo el sol la luna y las estrellas.

No. Por el contrario, no suelen distraerse en cosas como las anteriores, por una sencilla razón: porque se han pasado los años realizando un trabajado decente y productivo.

En Hermosillo pudiéramos hacer una lista. O cada quien que la haga porque a mí ya se me acabó el espacio. Pienso por ahora nomás en Martín Barrón y en Martín Quirarte, cada uno en lo que quiso y supo hacer, pero, salvo los ingratos o los distraídos en su propia ciudad, nadie más puede regatearle su popularidad y el aprecio general que los hermosillenses le tuvieron. Si alguien lo duda, zambúllase en las redes sociales y verá.

Claro, duele que sea hasta que dejaron esta vida cuando se reconoce a pecho abierto lo que fueron. Sin embargo, personajes de ciudad como ellos aquí se quedan, porque los muertos con esta talla nunca se van, únicamente se vuelven invisibles.

Mucho tenemos que aprenderle a esta gente. Mucho y muchos. La clase política, por ejemplo.

En cada ciudad hay personajes que, por genuinos, trascienden.

Y estoy seguro que ninguno de ellos lo busca. Sólo son como les nace ser, reacios a la simulación, entregados a sus tareas diarias, sabedores de lo que son capaces y de lo que no.

Ni se sienten más importantes ni mejores que nadie. Su autenticidad es tal que ni se dan cuentan.

Esta virtud que los hace grandes no es exclusiva de profesión o de oficio, ni tiene que ver con un grado de preparación o experiencia. Ninguno de los que así han sido se han inscrito en cursos o han tomado clases para mejorar su autenticidad o para que un día la ciudad y los ciudadanos en general los reconozca, sin distingos, como alguien al que valió la pena conocer o saber de él o de ella.

Tampoco se les pagó una mensualidad por parte de un partido político o son así porque quieren congraciarse con la población por conveniencia. Menos se andan placeando aquí o allá, casi parándose de manos o bailando como tonto o realizando desfiguros ante la gente o prometiendo el sol la luna y las estrellas.

No. Por el contrario, no suelen distraerse en cosas como las anteriores, por una sencilla razón: porque se han pasado los años realizando un trabajado decente y productivo.

En Hermosillo pudiéramos hacer una lista. O cada quien que la haga porque a mí ya se me acabó el espacio. Pienso por ahora nomás en Martín Barrón y en Martín Quirarte, cada uno en lo que quiso y supo hacer, pero, salvo los ingratos o los distraídos en su propia ciudad, nadie más puede regatearle su popularidad y el aprecio general que los hermosillenses le tuvieron. Si alguien lo duda, zambúllase en las redes sociales y verá.

Claro, duele que sea hasta que dejaron esta vida cuando se reconoce a pecho abierto lo que fueron. Sin embargo, personajes de ciudad como ellos aquí se quedan, porque los muertos con esta talla nunca se van, únicamente se vuelven invisibles.

Mucho tenemos que aprenderle a esta gente. Mucho y muchos. La clase política, por ejemplo.

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