/ sábado 12 de octubre de 2019

Mi gusto es… (O la otra mirada)

A Elizabeth la conocí cuando ella rondaba los nueve años y tenía esa cara de niña que conserva aún ahora que ya alcanzó los treinta y seis.

Desde entonces nos saludamos como lo que somos: dos amiguitos que una vez se conocieron en el Mercado Municipal, una vendiendo periódicos, otro tomándose un café y desde entonces nos vemos cada mañana en el mismo lugar y, casi, con la misma gente.

La Betty, porque así se le conoce más, se llama Elizabeth Galindo López, y es de la colonia Metalera. Tiene diez hermanos y de todos, es la mayor. Elizabeth o La Betty si así le quiere decir mejor, tiene dos hijos, uno de 17 y otro de 5 años de edad.

La Betty, chiquita de estatura, también tiene siempre una sonrisa para quien así la quiera recibir desde esos dos cachetes de color soleado y unos ojitos que apenas se le ven cuando se ríe.

Un día le dijo no al altero de periódicos que traía bajo el brazo para su venta y cambió su giro comercial para meterse de lleno a la boleada.

Le agarró más gusto a este oficio y aquí se quedó, luego de los ratos de capacitación que recibió del Mois, a quien no olvida como su mentor en sus inicios.

Lo sabe hacer muy bien, como del mismo modo lo hacía cuando de muy niña —porque aún parece serlo— ofertaba, andariega, los periódicos del día.

Quiero decir que La Betty, en eso de entrarle desde tempranito al jale, ya lleva un buen de años, aunque usted la vea y no parezca.

Yo le quería contar de ella desde hace mucho como quien cuenta con orgullo los logros de una amiga, pero a la vez porque deseaba reconocer su trajín que le conozco desde hace ya algunitas vueltas que al sol le ha dado este planeta.

Ayer la vi, platicamos como hacía rato no lo hacíamos y mis zapatos quedaron bien bonitos.

Luego, como desde aquella primera vez, cada quien siguió andando sus tempraneros pasos porque otro día, como nacen las buenas amistades, apenas comenzaba.

A Elizabeth la conocí cuando ella rondaba los nueve años y tenía esa cara de niña que conserva aún ahora que ya alcanzó los treinta y seis.

Desde entonces nos saludamos como lo que somos: dos amiguitos que una vez se conocieron en el Mercado Municipal, una vendiendo periódicos, otro tomándose un café y desde entonces nos vemos cada mañana en el mismo lugar y, casi, con la misma gente.

La Betty, porque así se le conoce más, se llama Elizabeth Galindo López, y es de la colonia Metalera. Tiene diez hermanos y de todos, es la mayor. Elizabeth o La Betty si así le quiere decir mejor, tiene dos hijos, uno de 17 y otro de 5 años de edad.

La Betty, chiquita de estatura, también tiene siempre una sonrisa para quien así la quiera recibir desde esos dos cachetes de color soleado y unos ojitos que apenas se le ven cuando se ríe.

Un día le dijo no al altero de periódicos que traía bajo el brazo para su venta y cambió su giro comercial para meterse de lleno a la boleada.

Le agarró más gusto a este oficio y aquí se quedó, luego de los ratos de capacitación que recibió del Mois, a quien no olvida como su mentor en sus inicios.

Lo sabe hacer muy bien, como del mismo modo lo hacía cuando de muy niña —porque aún parece serlo— ofertaba, andariega, los periódicos del día.

Quiero decir que La Betty, en eso de entrarle desde tempranito al jale, ya lleva un buen de años, aunque usted la vea y no parezca.

Yo le quería contar de ella desde hace mucho como quien cuenta con orgullo los logros de una amiga, pero a la vez porque deseaba reconocer su trajín que le conozco desde hace ya algunitas vueltas que al sol le ha dado este planeta.

Ayer la vi, platicamos como hacía rato no lo hacíamos y mis zapatos quedaron bien bonitos.

Luego, como desde aquella primera vez, cada quien siguió andando sus tempraneros pasos porque otro día, como nacen las buenas amistades, apenas comenzaba.

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