/ sábado 24 de julio de 2021

Mi gusto es… (O la otra mirada) | "Por hacerle al Starsky se pegó un balazo"

Así rezaba la cabeza de la nota de ese periódico de antaño que se vendía en mi ciudad, perifoneando los destacados acontecimientos de un día anterior.

Ese policía se creyó aquel personaje de la serie americana de televisión y, como Starsky, le daba por colocarse la funda sobaquera al frente hasta que una noche se pegó un tiro en la panza y hasta allí le llegó la emulación.

Para eso tuvo que pasar un tiempo, desde que empezó a fanfarronear de esa manera, pero como no había sucedido nada lamentable hasta ese momento, pues entonces lo seguía haciendo, con la complacencia de sus superiores y muy quitado de la pena.

Este simple ejemplo, que linda entre lo lamentable y lo anecdótico, apenas ayuda para reflexionar en torno a esas cosas que en el servicio público o en las esferas de Gobierno y donde predomina la irresponsabilidad, la dejadez, la imprudencia, la omisión, el dejar hacer, dejar pasar, al cabo nunca sucede nada, hasta que sucede.

Algo así, pero en otro contexto y con consecuencias mucho más lamentables, sucedió en 1976, también en mi tierra natal, cuando por mucho tiempo estuvo un muro de contención levantado sobre un arroyo, sin que durante años pasará nada… hasta que pasó.

De acuerdos a cifras registradas por los diarios, hubo una inversión de once millones de setenteros pesos para que se hiciera un dique como Dios manda, pero como suele suceder, aquello se construyó de pura tierra y algunas varas, con tal de aparentar que todo se había cumplido al dedillo y así justificar el presupuesto que se destinó para lo que, en realidad,era una bomba de tiempo.

Y esa bomba estalló la madrugada posterior al 30 de septiembre, cuando, ante la vastedad de agua que trajo el ciclón Liza, la insensatez reventó o fue reventada, trayendo consigo miles de muertos que, como herida abierta lo registra, para siempre, la historia.

Pero bueno, no se trata de atiborrar este espacio con tristes efemérides, más bien recurrimos a ellas, como material didáctico, para traer a colación esa peculiar manera de ser Estado en México, donde, quienes lo representan, sea cualquier nivel de Gobierno, estira tanto la cuerda, antes de cumplir con sus obligaciones que el dia que despiertan o se les despierta, la desgracia ya está allí.

Entonces con el despertar vienen las excusas y brotan los deslindes; mete la cabeza el avestruz y desde la oscuridad de su escondite, reparte culpa y justifica acciones propias; pide no hacer leña del árbol caído, en tanto que le toque ser árbol, pues, no siéndolo, alistaria el hacha de las acusaciones, exigiendo desde la sombra de sí mismo, que rodaran todas las cabezas posibles.

Así, en ese círculo vicioso, nosotros como ciudadanos, también nos la pasamos contemplativos, como inminentes o futuras víctimas, muy dados a reprochar el riesgo latente, pero muy apáticos para acudir a la ventanilla correspondiente para advertir sobre ese edificio a punto del derrumbe o sobre aquel puente cuarteado o ese almacén donde guardan toneladas de pólvora o aquella estancia que no cumple con ninguna regla o ese kínder que no cuenta con salidas de emergencia o esa escuela que opera desde décadas en esa construcción que parece en ruinas.

No, para qué detenernos en minucias, si lo mejor viene después, el día que todo se venga abajo y la realidad se pegue un tiro como ese policía que jugaba a ser Starsky. No, para qué, si frente a los hechos que horrorizan, seremos los primeros en convertirnos en peritos y determinaremos la causa del percance o del siniestro, y, luego, como honorables jueces, populares y sabios, deslindaremos responsabilidades, no sin pedir que se llegue hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga.

Pero antes bien, todos somos, de algún modo, ese inconsciente policía con funda sobaquera al frente, en tanto no pase nada… hasta que pase.


Así rezaba la cabeza de la nota de ese periódico de antaño que se vendía en mi ciudad, perifoneando los destacados acontecimientos de un día anterior.

Ese policía se creyó aquel personaje de la serie americana de televisión y, como Starsky, le daba por colocarse la funda sobaquera al frente hasta que una noche se pegó un tiro en la panza y hasta allí le llegó la emulación.

Para eso tuvo que pasar un tiempo, desde que empezó a fanfarronear de esa manera, pero como no había sucedido nada lamentable hasta ese momento, pues entonces lo seguía haciendo, con la complacencia de sus superiores y muy quitado de la pena.

Este simple ejemplo, que linda entre lo lamentable y lo anecdótico, apenas ayuda para reflexionar en torno a esas cosas que en el servicio público o en las esferas de Gobierno y donde predomina la irresponsabilidad, la dejadez, la imprudencia, la omisión, el dejar hacer, dejar pasar, al cabo nunca sucede nada, hasta que sucede.

Algo así, pero en otro contexto y con consecuencias mucho más lamentables, sucedió en 1976, también en mi tierra natal, cuando por mucho tiempo estuvo un muro de contención levantado sobre un arroyo, sin que durante años pasará nada… hasta que pasó.

De acuerdos a cifras registradas por los diarios, hubo una inversión de once millones de setenteros pesos para que se hiciera un dique como Dios manda, pero como suele suceder, aquello se construyó de pura tierra y algunas varas, con tal de aparentar que todo se había cumplido al dedillo y así justificar el presupuesto que se destinó para lo que, en realidad,era una bomba de tiempo.

Y esa bomba estalló la madrugada posterior al 30 de septiembre, cuando, ante la vastedad de agua que trajo el ciclón Liza, la insensatez reventó o fue reventada, trayendo consigo miles de muertos que, como herida abierta lo registra, para siempre, la historia.

Pero bueno, no se trata de atiborrar este espacio con tristes efemérides, más bien recurrimos a ellas, como material didáctico, para traer a colación esa peculiar manera de ser Estado en México, donde, quienes lo representan, sea cualquier nivel de Gobierno, estira tanto la cuerda, antes de cumplir con sus obligaciones que el dia que despiertan o se les despierta, la desgracia ya está allí.

Entonces con el despertar vienen las excusas y brotan los deslindes; mete la cabeza el avestruz y desde la oscuridad de su escondite, reparte culpa y justifica acciones propias; pide no hacer leña del árbol caído, en tanto que le toque ser árbol, pues, no siéndolo, alistaria el hacha de las acusaciones, exigiendo desde la sombra de sí mismo, que rodaran todas las cabezas posibles.

Así, en ese círculo vicioso, nosotros como ciudadanos, también nos la pasamos contemplativos, como inminentes o futuras víctimas, muy dados a reprochar el riesgo latente, pero muy apáticos para acudir a la ventanilla correspondiente para advertir sobre ese edificio a punto del derrumbe o sobre aquel puente cuarteado o ese almacén donde guardan toneladas de pólvora o aquella estancia que no cumple con ninguna regla o ese kínder que no cuenta con salidas de emergencia o esa escuela que opera desde décadas en esa construcción que parece en ruinas.

No, para qué detenernos en minucias, si lo mejor viene después, el día que todo se venga abajo y la realidad se pegue un tiro como ese policía que jugaba a ser Starsky. No, para qué, si frente a los hechos que horrorizan, seremos los primeros en convertirnos en peritos y determinaremos la causa del percance o del siniestro, y, luego, como honorables jueces, populares y sabios, deslindaremos responsabilidades, no sin pedir que se llegue hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga.

Pero antes bien, todos somos, de algún modo, ese inconsciente policía con funda sobaquera al frente, en tanto no pase nada… hasta que pase.


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