/ sábado 31 de julio de 2021

Mi gusto es… (O la otra mirada) | Ya no hay burros

Eso parece advertirnos el reporte del sitio Investigación y Desarrollo el cual señala que, en 1991, la población de burros en nuestro país era de 1.5 millones y, sin embargo, actualmente, sólo quedan medio millón de estos animales.

Se refiere sólo a los burros, claro.

Sí esto es cierto, porque, según leo hay fuentes que tienen otros datos, resultaría lamentable que eso estuviera sucediendo ahora con ellos, como pasó con la caguama, el ajolote o la vaquita marina y siendo así, urgiría nombrar a un cuerpo colegiado de especialistas en el ramo, que pueda encontrar la causa de su lamentable extinción.

Al primero que le tendremos que exigir cuentas, es a Cristóbal Colón pues dicen que los primeros cuatro que llegaron acá, fue gracias a él.

¿Por qué sólo cuatro y no diez o veinte o tres manadas? Eso es algo que de antemano resulta sospechoso.

Otra de las causas que podrían llevar a esta noble especie hacia la extinción, es la modernización de las labores agrícolas, así como la explotación y el desinterés por su conservación.

La conservación de los burros, insisto.

Eso es cierto, pero además también puede ser un asunto de autoestima, si consideramos que siempre han estado relegados, sólo se le busca para utilizarlos o para ser el símbolo que representa la ineptitud o la falta de inteligencia.

De antemano, el referido trato se me hace injusto si consideramos que, entre sus virtudes se encuentra que son pacíficos, amigables, nobles, tienen buena memoria, son resistentes, ágiles y muy fuertes, por eso se ha usado desde hace muchos años para transportar carga.

Esto es suficiente para que la Sociedad Protectora de Animales se indigne, así como se indignan por los gatos, un perro café o dos periquitos del amor en una jaula, pero dejarlos a su suerte, pudo haber traído consigo un desánimo en los jumentos, a tal grado que, ya sin ninguna ilusión y sintiéndose desaprovechados, algunos, en estado depresivo, no hicieron por vivir y murieron en soledad, mientras que otros, se lanzaron a una barranco, al grito de que no se culpara a nadie de su muerte.

Aquí es donde radica el meollo del asunto, creo yo pero, como suele pasar, una vez que ocurre una desgracia, nadie es responsable y, en este caso, menos, lo cual provoca en ellos mucha culpa por lo que sintiendo la necesidad impostergable de hacerse daño a sí mismo, antes que entender el entorno que los rodea, adoptaron el papel que los demás quisimos que desempeñaran, no permitiéndole expresar sus sentimientos y esto acarreó que perdieran su identidad, es decir, toda relación con su verdadero “yo”, en consecuencia, sólo pueden expresar sus sentimientos reprimidos, mediante la autodestrucción que hoy vemos.

Este argumento puede ser válido, desde la opinión de Alice Miller y ahí pudiera finalizar todo, porque ella, a la hora de estudiar la psique lo sabía todo; sin embargo, si bien retomo lo anterior, para llevarlo al tema que nos ocupa e interpretar lo que está pasando con los animales en cuestión, hay otros elementos que pueden explicar la relación causal que andamos buscando sobre el trato que se les da y una de esos orígenes recae es la literatura.

Por ejemplo, gracias a mi acción emancipadora, me permite saber, para esta entrega que, en las fábulas de Esopo la figura del burro representa el papel de los humildes en diversas situaciones. Además, representa al compañero confiado que es traicionado por un amigo malintencionado como en el burro y la cabra o la zorra y el burro.

Los romanos, por su parte, tomaban el encuentro con un asno como presagio de calamidades.

Ya ven.

En el cuento Los músicos de Bremen se narra la historia de cuatro animales: un burro, un perro, un gato y un gallo cuyos dueños han decidido sacrificarlos, porque consideran que, por viejos, estos sólo consumen comida y ya no les son útiles para el servicio doméstico.

En la tradición oral europea encontramos referencias al poder curativo de la cola de burro en casos de tosferina y picaduras de escorpión.

Como me la pongan, esto es muy infame para todos y sobre todo para los burros (y aquí sigo refiriéndome a los animales) ya que si esa cola se le tiene que cortar, dejándolos vivos, es humillante para ellos ya que se convierten en víctimas del escarnio por parte de las demás especies y riesgoso para quien ose en cortárselas. Si no es así y para cortársela, los tienen que sacrificar, pues peor y peor ha de ser, desde luego, el beber un tecito de cola de burro, casi tan igual a que nos dé la tosferina o te pique un escorpión.

Es cierto, el burro aparece como fiel compañero del protagonista en muchas obras literarias, pero regularmente, queriendo o no, siempre termina haciéndola de patiño y tocándole la peor parte.

En la obra de don Quijote de La Mancha, Sancho Panza anda en un burro, al que le dice “el Rucio” o “mi Rucio”, en una referencia a su piel, que, aca entre nos, era media cochina, pero el que se incluya a este animal en tan magna historia, si bien es para volverlo inmortal, no es la más óptima forma de reivindicarlo, si arriba de él andará y andará el nada anoréxico de Don Sancho y para acabarla de amolar, un dia se le pierde.

Es famoso el burro Platero, de la obra de Juan Ramón Jiménez Platero y yo. En efecto, pero sólo este animal le gustó a Juan Ramón Jimenez para andar por todo Moguel, arriba de él, que de por sí era pequeño, peludo y suave y muere luego de que un hombre de 150 kilos se le subiera encima, algo que, seguramente, no hubiera pasado si el poeta español se decide por un camello o una vaca, al momento de escribir su obra.

Del burro flautista de Iriarte ya ni digo nada. Este puede que haya sido un ejecutante en cierne del singular instrumento, pero, no, como era un burro resulta ahora que nada más fue un resoplido y la tocó por casualidad.

Pinocho es otro ejemplo claro, en donde los niños que visitaban la isla de los juegos se convertían en asnos por dejar los estudios por la diversión y la holgazanería.

Por este motivo se le da un trato denostativo de burro a una persona ignorante o de poca inteligencia. Cuantos años tuvieron que pasar para que ese mote desapareciera de las escuelas y los niños no tuvieran que quedarse en un rincón luciendo tremendas orejotas.

Eso no se vale. Y no se vale ni con los burros ni con los niños. Es más, con nadie.

Pero aún estamos a tiempo de salvarlos (me refiero a los burros, no a los niños) y darles un trato más digno.

Están en peligro de extinción, recuérdenlo, pero no se han extinguido. Recuerden que al principio les dije, que hay estudiosos que tienen otros datos.

Uno de ellos es Mariano Hernández Gil, especialista de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia (FMVZ) de la UNAM, quien explicó que su decremento puede deberse a que en los censos se reportan los animales que están en las unidades de trabajo rural, pero las personas suelen tener más de ellos en cerros y montañas.

Expuso que de acuerdo con el Inegi, de 1994 a 2010 el número de estos équidos se redujo en 61.9%, al pasar de un millón 527 mil ejemplares a 581 mil.

La urbanización, explicó, ha generado que en algunas zonas de México se pueda prescindir de ellos, pero en otras contribuye a la seguridad alimentaria, al desarrollo sostenible y a reducir la vulnerabilidad de las personas.

“Los burros están lejos de desaparecer porque todavía son muy útiles y son muy apreciados en términos económicos y afectivos, en muchas partes del país”.

Carga, piel y machaca, así se puede resumir su utilidad y, atendiendo a los argumentos de este señor, hay burros para rato.

"Hay que reivindicar al burro y cambiar de percepción, es un animal que le ha dado mucho a México. En su Breve Historia de México, José Vasconcelos le dedica un par de páginas y dice que habría que construirle un monumento porque sí vino a ayudar al mexicano. Creo que debemos cambiar nuestra percepción hacia esta especie que ha hecho una gran contribución a la sociedad, en términos económicos, sociales, culturales, ambientales, físicos y hasta emocionales”, concluyó este expositor.

Lo anterior no hace más que echar por tierra las versiones que ya que ya los dan por extinguidos .

“Ya no hay burros”, afirman esas catastróficas pesquisas pero, por eso no es bueno no quedarse con una sola versión.

Hay que informarnos porque luego cualquiera nos puede engañar o nos engañamos nosotros solos. Pero tenga mucho cuidado, porque implica leer y eso puede significar un acto de consumo capitalista.

El otro camino es no hacerlo, con todas sus consecuencias porque, valga el anacrónico mote, nos incluirían en el bando de los burros.

Eso pienso yo, no sé ustedes. Aunque, a ciencia cierta, son muchas las opiniones al respecto y ya estoy muy confundido. Prefiero consultar a los expertos y mañana o pasado, les digo.


Eso parece advertirnos el reporte del sitio Investigación y Desarrollo el cual señala que, en 1991, la población de burros en nuestro país era de 1.5 millones y, sin embargo, actualmente, sólo quedan medio millón de estos animales.

Se refiere sólo a los burros, claro.

Sí esto es cierto, porque, según leo hay fuentes que tienen otros datos, resultaría lamentable que eso estuviera sucediendo ahora con ellos, como pasó con la caguama, el ajolote o la vaquita marina y siendo así, urgiría nombrar a un cuerpo colegiado de especialistas en el ramo, que pueda encontrar la causa de su lamentable extinción.

Al primero que le tendremos que exigir cuentas, es a Cristóbal Colón pues dicen que los primeros cuatro que llegaron acá, fue gracias a él.

¿Por qué sólo cuatro y no diez o veinte o tres manadas? Eso es algo que de antemano resulta sospechoso.

Otra de las causas que podrían llevar a esta noble especie hacia la extinción, es la modernización de las labores agrícolas, así como la explotación y el desinterés por su conservación.

La conservación de los burros, insisto.

Eso es cierto, pero además también puede ser un asunto de autoestima, si consideramos que siempre han estado relegados, sólo se le busca para utilizarlos o para ser el símbolo que representa la ineptitud o la falta de inteligencia.

De antemano, el referido trato se me hace injusto si consideramos que, entre sus virtudes se encuentra que son pacíficos, amigables, nobles, tienen buena memoria, son resistentes, ágiles y muy fuertes, por eso se ha usado desde hace muchos años para transportar carga.

Esto es suficiente para que la Sociedad Protectora de Animales se indigne, así como se indignan por los gatos, un perro café o dos periquitos del amor en una jaula, pero dejarlos a su suerte, pudo haber traído consigo un desánimo en los jumentos, a tal grado que, ya sin ninguna ilusión y sintiéndose desaprovechados, algunos, en estado depresivo, no hicieron por vivir y murieron en soledad, mientras que otros, se lanzaron a una barranco, al grito de que no se culpara a nadie de su muerte.

Aquí es donde radica el meollo del asunto, creo yo pero, como suele pasar, una vez que ocurre una desgracia, nadie es responsable y, en este caso, menos, lo cual provoca en ellos mucha culpa por lo que sintiendo la necesidad impostergable de hacerse daño a sí mismo, antes que entender el entorno que los rodea, adoptaron el papel que los demás quisimos que desempeñaran, no permitiéndole expresar sus sentimientos y esto acarreó que perdieran su identidad, es decir, toda relación con su verdadero “yo”, en consecuencia, sólo pueden expresar sus sentimientos reprimidos, mediante la autodestrucción que hoy vemos.

Este argumento puede ser válido, desde la opinión de Alice Miller y ahí pudiera finalizar todo, porque ella, a la hora de estudiar la psique lo sabía todo; sin embargo, si bien retomo lo anterior, para llevarlo al tema que nos ocupa e interpretar lo que está pasando con los animales en cuestión, hay otros elementos que pueden explicar la relación causal que andamos buscando sobre el trato que se les da y una de esos orígenes recae es la literatura.

Por ejemplo, gracias a mi acción emancipadora, me permite saber, para esta entrega que, en las fábulas de Esopo la figura del burro representa el papel de los humildes en diversas situaciones. Además, representa al compañero confiado que es traicionado por un amigo malintencionado como en el burro y la cabra o la zorra y el burro.

Los romanos, por su parte, tomaban el encuentro con un asno como presagio de calamidades.

Ya ven.

En el cuento Los músicos de Bremen se narra la historia de cuatro animales: un burro, un perro, un gato y un gallo cuyos dueños han decidido sacrificarlos, porque consideran que, por viejos, estos sólo consumen comida y ya no les son útiles para el servicio doméstico.

En la tradición oral europea encontramos referencias al poder curativo de la cola de burro en casos de tosferina y picaduras de escorpión.

Como me la pongan, esto es muy infame para todos y sobre todo para los burros (y aquí sigo refiriéndome a los animales) ya que si esa cola se le tiene que cortar, dejándolos vivos, es humillante para ellos ya que se convierten en víctimas del escarnio por parte de las demás especies y riesgoso para quien ose en cortárselas. Si no es así y para cortársela, los tienen que sacrificar, pues peor y peor ha de ser, desde luego, el beber un tecito de cola de burro, casi tan igual a que nos dé la tosferina o te pique un escorpión.

Es cierto, el burro aparece como fiel compañero del protagonista en muchas obras literarias, pero regularmente, queriendo o no, siempre termina haciéndola de patiño y tocándole la peor parte.

En la obra de don Quijote de La Mancha, Sancho Panza anda en un burro, al que le dice “el Rucio” o “mi Rucio”, en una referencia a su piel, que, aca entre nos, era media cochina, pero el que se incluya a este animal en tan magna historia, si bien es para volverlo inmortal, no es la más óptima forma de reivindicarlo, si arriba de él andará y andará el nada anoréxico de Don Sancho y para acabarla de amolar, un dia se le pierde.

Es famoso el burro Platero, de la obra de Juan Ramón Jiménez Platero y yo. En efecto, pero sólo este animal le gustó a Juan Ramón Jimenez para andar por todo Moguel, arriba de él, que de por sí era pequeño, peludo y suave y muere luego de que un hombre de 150 kilos se le subiera encima, algo que, seguramente, no hubiera pasado si el poeta español se decide por un camello o una vaca, al momento de escribir su obra.

Del burro flautista de Iriarte ya ni digo nada. Este puede que haya sido un ejecutante en cierne del singular instrumento, pero, no, como era un burro resulta ahora que nada más fue un resoplido y la tocó por casualidad.

Pinocho es otro ejemplo claro, en donde los niños que visitaban la isla de los juegos se convertían en asnos por dejar los estudios por la diversión y la holgazanería.

Por este motivo se le da un trato denostativo de burro a una persona ignorante o de poca inteligencia. Cuantos años tuvieron que pasar para que ese mote desapareciera de las escuelas y los niños no tuvieran que quedarse en un rincón luciendo tremendas orejotas.

Eso no se vale. Y no se vale ni con los burros ni con los niños. Es más, con nadie.

Pero aún estamos a tiempo de salvarlos (me refiero a los burros, no a los niños) y darles un trato más digno.

Están en peligro de extinción, recuérdenlo, pero no se han extinguido. Recuerden que al principio les dije, que hay estudiosos que tienen otros datos.

Uno de ellos es Mariano Hernández Gil, especialista de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia (FMVZ) de la UNAM, quien explicó que su decremento puede deberse a que en los censos se reportan los animales que están en las unidades de trabajo rural, pero las personas suelen tener más de ellos en cerros y montañas.

Expuso que de acuerdo con el Inegi, de 1994 a 2010 el número de estos équidos se redujo en 61.9%, al pasar de un millón 527 mil ejemplares a 581 mil.

La urbanización, explicó, ha generado que en algunas zonas de México se pueda prescindir de ellos, pero en otras contribuye a la seguridad alimentaria, al desarrollo sostenible y a reducir la vulnerabilidad de las personas.

“Los burros están lejos de desaparecer porque todavía son muy útiles y son muy apreciados en términos económicos y afectivos, en muchas partes del país”.

Carga, piel y machaca, así se puede resumir su utilidad y, atendiendo a los argumentos de este señor, hay burros para rato.

"Hay que reivindicar al burro y cambiar de percepción, es un animal que le ha dado mucho a México. En su Breve Historia de México, José Vasconcelos le dedica un par de páginas y dice que habría que construirle un monumento porque sí vino a ayudar al mexicano. Creo que debemos cambiar nuestra percepción hacia esta especie que ha hecho una gran contribución a la sociedad, en términos económicos, sociales, culturales, ambientales, físicos y hasta emocionales”, concluyó este expositor.

Lo anterior no hace más que echar por tierra las versiones que ya que ya los dan por extinguidos .

“Ya no hay burros”, afirman esas catastróficas pesquisas pero, por eso no es bueno no quedarse con una sola versión.

Hay que informarnos porque luego cualquiera nos puede engañar o nos engañamos nosotros solos. Pero tenga mucho cuidado, porque implica leer y eso puede significar un acto de consumo capitalista.

El otro camino es no hacerlo, con todas sus consecuencias porque, valga el anacrónico mote, nos incluirían en el bando de los burros.

Eso pienso yo, no sé ustedes. Aunque, a ciencia cierta, son muchas las opiniones al respecto y ya estoy muy confundido. Prefiero consultar a los expertos y mañana o pasado, les digo.


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