/ lunes 4 de julio de 2022

Minutos de lectura | ¡Gracias!

El día que cumplí 18 años me afilié al PRI. Así fue mi forma de festejar que había llegado a la mayoría de edad. Esa mañana, recuerdo, acudí a las instalaciones del Comité Directivo Estatal con una corbata en tonos crema y verde, pantalón gris y camisa blanca que mi papá Ramón me había prestado. Con libro y folder bajo el brazo, me acompañaba el orgullo de sentirme un hombre que coincidiría en el mismo ideario de quienes formaron las instituciones en México. Bajé del camión en pleno centro de Hermosillo, crucé la calle Revolución y acalorado caminé los senderos del Parque Madero aquel 20 de marzo. Llevaba el corazón ancho, el discurso impreso del 6 de marzo y subrayados los estatutos con los que más me identificaba. Desde entonces fui el primero, seguido de mis papás, en estar convencido y gozoso de que mi camino era ese.

Me conmovía siendo niño al escuchar a Luis Donaldo Colosio arengar frases que aún escribo o repito de memoria: “Se equivocan quienes piensan que la transformación democrática de México exige la desaparición del PRI”. Y luego, mientras veía por décima ocasión ese mismo video, me ponía de pie y alzaba los brazos cuando escuchaba nuevamente a Luis Donaldo decir: “por supuesto que no hemos estado exentos de errores, pero difícilmente podríamos explicar el México contemporáneo sin la contribución de nuestro partido. Pese a nuestros detractores y a la crítica de nuestros opositores, somos orgullosamente priistas”. Finalizaba yo también aplaudiendo ese momento conmovedor ante la extrañeza de quienes estaban cerca.

Un día, a mis nueve años, al terminar de leer unas notas sobre los mejores discursos de la historia política de México, me descubrí con los ojos cerrados imaginando estar en primera fila del Congreso de la Unión escuchando al general Calles pronunciar su discurso luego de la muerte del general Obregón: los problemas de la nación no deben ser los problemas de los hombres ni mucho menos los intereses y apetitos personales de unos cuantos, dijo.

Mario Welfo Álvarez estuvo 20 años como militante del PRI / Foto: Cortesía | Mario Welfo Álvarez

El mes pasado luego de una profunda, larga e íntima reflexión, decidí renunciar a mis 20 años y tres meses de militancia priista. Para muchos que conozco, quizá esto no representa nada e incluso intuyo su reacción y su minimización al tema. Para otros, no será así. Mi renuncia la presenté en silencio y de manera discreta porque no fue decisión fácil ni mucho menos un acontecimiento para celebrar. Lo único que debo manifestar es mi profundo agradecimiento para el partido que me inspiró y me enseñó a ser un hombre de instituciones y de trabajo; a ser un sonorense, como muchos, fruto de la cultura del esfuerzo y del nada es imposible, que cree en el diálogo y en la civilidad política, capaz de ser y hacer trabajo sin distingos partidistas. Mi agradecimiento porque gracias al PRI yo confirmé desde temprana edad, mi vocación, mis aspiraciones y a luchar por mis sueños. Fue gracias al PRI que yo tracé mi ruta y mi plan de vida profesional. Decidí estudiar y trabajar siempre pensando en las aportaciones que, gracias a ese partido, se podrían lograr. Y así lo hice hasta mi último día de militancia. Al final, un partido fomenta comportamientos e ideas entre sus simpatizantes o militantes, pero son sólo las personas quienes con sus acciones ponen cara y dan identidad al partido.

Gracias al PRI desarrollé una carrera de casi 16 años en la función pública. Gracias al PRI estudié en universidades fuera de Sonora y una estadía en el extranjero. Gracias al ideario priista conozco las entrañas del diseño y el fomento de la política pública y gracias al PRI supe desde temprana edad el camino que yo quería recorrer. Pero la realidad es evidente: el PRI de hoy está lejos de ser el PRI en el que creía y presenciamos el final de un partido no por el partido mismo sino por quienes se han empeñado en cerrar puertas y negarle la inyección de viabilidad y vitalidad a quienes quisimos y pudimos hacerlo. Así que, reitero, lo único importante en estos momentos en el que se cierra un ciclo es dar gracias. Para mí, esta es una decisión de vida.

Con el paso de los años conocí a priistas comprometidos y valientes, con amor y convencimiento de sus ideas. Personas que hoy poco se mencionan en las columnas o en las crónicas políticas, en notas de periódicos o en redes sociales pero que, no por ello, dejan de ser priistas de excepción y para quienes guardaré mi amistad, respeto y agradecimiento.

Este día anunció su renuncia como militante del PRI / Foto: Cortesía | Mario Welfo Álvarez

Mención especial a quienes han sido faro y luz en mi vida profesional, en distintas épocas y de distintas formas. Gracias siempre por su amistad, inspiración y apoyo al Ing. Eduardo Bours, al Dr. Samuel Ocaña, a la Lic. Claudia Pavlovich, al Mtro. Ernesto de Lucas, al Lic. Miguel Ángel Murillo, al Lic. Alfonso Molina, a la Lic. Natalia Rivera y al Dr. Otto Granados Roldan. Quizá de manera voluntaria o involuntaria, con su actuar y su ejemplo marcaron huella para seguir caminando. Espero esta decisión personal no sea motivo de su extrañeza, sino de la determinación que siempre les he admirado.

Ya sin militancia y si el destino lo permite, quienes nos hemos preparado para desarrollarnos en el ámbito público-político con pleno convencimiento y vocación, seguro encontraremos maneras de aportar valor desde cualquier trinchera. De no ser así, yo estaré agradecido y orgulloso de esta gran experiencia que duró más de 20 años. Mientras tanto, es tiempo de reinventarse. Cuando las reinvenciones surgen del convencimiento, corazón y la familia, cualquiera que sea el resultado será positivo.

Dedico esta columna a María Paula, a Elsa Dámariz y a mis padres que, aún ajenos y distantes al tema, son el botón de la incondicionalidad y serán siempre el motivo de mis decisiones, de andar en la búsqueda permanente y con fe entre caminos sinuosos que al final de los finales, estoy seguro, les traerán satisfacción.

¡Gracias, simplemente gracias!

El día que cumplí 18 años me afilié al PRI. Así fue mi forma de festejar que había llegado a la mayoría de edad. Esa mañana, recuerdo, acudí a las instalaciones del Comité Directivo Estatal con una corbata en tonos crema y verde, pantalón gris y camisa blanca que mi papá Ramón me había prestado. Con libro y folder bajo el brazo, me acompañaba el orgullo de sentirme un hombre que coincidiría en el mismo ideario de quienes formaron las instituciones en México. Bajé del camión en pleno centro de Hermosillo, crucé la calle Revolución y acalorado caminé los senderos del Parque Madero aquel 20 de marzo. Llevaba el corazón ancho, el discurso impreso del 6 de marzo y subrayados los estatutos con los que más me identificaba. Desde entonces fui el primero, seguido de mis papás, en estar convencido y gozoso de que mi camino era ese.

Me conmovía siendo niño al escuchar a Luis Donaldo Colosio arengar frases que aún escribo o repito de memoria: “Se equivocan quienes piensan que la transformación democrática de México exige la desaparición del PRI”. Y luego, mientras veía por décima ocasión ese mismo video, me ponía de pie y alzaba los brazos cuando escuchaba nuevamente a Luis Donaldo decir: “por supuesto que no hemos estado exentos de errores, pero difícilmente podríamos explicar el México contemporáneo sin la contribución de nuestro partido. Pese a nuestros detractores y a la crítica de nuestros opositores, somos orgullosamente priistas”. Finalizaba yo también aplaudiendo ese momento conmovedor ante la extrañeza de quienes estaban cerca.

Un día, a mis nueve años, al terminar de leer unas notas sobre los mejores discursos de la historia política de México, me descubrí con los ojos cerrados imaginando estar en primera fila del Congreso de la Unión escuchando al general Calles pronunciar su discurso luego de la muerte del general Obregón: los problemas de la nación no deben ser los problemas de los hombres ni mucho menos los intereses y apetitos personales de unos cuantos, dijo.

Mario Welfo Álvarez estuvo 20 años como militante del PRI / Foto: Cortesía | Mario Welfo Álvarez

El mes pasado luego de una profunda, larga e íntima reflexión, decidí renunciar a mis 20 años y tres meses de militancia priista. Para muchos que conozco, quizá esto no representa nada e incluso intuyo su reacción y su minimización al tema. Para otros, no será así. Mi renuncia la presenté en silencio y de manera discreta porque no fue decisión fácil ni mucho menos un acontecimiento para celebrar. Lo único que debo manifestar es mi profundo agradecimiento para el partido que me inspiró y me enseñó a ser un hombre de instituciones y de trabajo; a ser un sonorense, como muchos, fruto de la cultura del esfuerzo y del nada es imposible, que cree en el diálogo y en la civilidad política, capaz de ser y hacer trabajo sin distingos partidistas. Mi agradecimiento porque gracias al PRI yo confirmé desde temprana edad, mi vocación, mis aspiraciones y a luchar por mis sueños. Fue gracias al PRI que yo tracé mi ruta y mi plan de vida profesional. Decidí estudiar y trabajar siempre pensando en las aportaciones que, gracias a ese partido, se podrían lograr. Y así lo hice hasta mi último día de militancia. Al final, un partido fomenta comportamientos e ideas entre sus simpatizantes o militantes, pero son sólo las personas quienes con sus acciones ponen cara y dan identidad al partido.

Gracias al PRI desarrollé una carrera de casi 16 años en la función pública. Gracias al PRI estudié en universidades fuera de Sonora y una estadía en el extranjero. Gracias al ideario priista conozco las entrañas del diseño y el fomento de la política pública y gracias al PRI supe desde temprana edad el camino que yo quería recorrer. Pero la realidad es evidente: el PRI de hoy está lejos de ser el PRI en el que creía y presenciamos el final de un partido no por el partido mismo sino por quienes se han empeñado en cerrar puertas y negarle la inyección de viabilidad y vitalidad a quienes quisimos y pudimos hacerlo. Así que, reitero, lo único importante en estos momentos en el que se cierra un ciclo es dar gracias. Para mí, esta es una decisión de vida.

Con el paso de los años conocí a priistas comprometidos y valientes, con amor y convencimiento de sus ideas. Personas que hoy poco se mencionan en las columnas o en las crónicas políticas, en notas de periódicos o en redes sociales pero que, no por ello, dejan de ser priistas de excepción y para quienes guardaré mi amistad, respeto y agradecimiento.

Este día anunció su renuncia como militante del PRI / Foto: Cortesía | Mario Welfo Álvarez

Mención especial a quienes han sido faro y luz en mi vida profesional, en distintas épocas y de distintas formas. Gracias siempre por su amistad, inspiración y apoyo al Ing. Eduardo Bours, al Dr. Samuel Ocaña, a la Lic. Claudia Pavlovich, al Mtro. Ernesto de Lucas, al Lic. Miguel Ángel Murillo, al Lic. Alfonso Molina, a la Lic. Natalia Rivera y al Dr. Otto Granados Roldan. Quizá de manera voluntaria o involuntaria, con su actuar y su ejemplo marcaron huella para seguir caminando. Espero esta decisión personal no sea motivo de su extrañeza, sino de la determinación que siempre les he admirado.

Ya sin militancia y si el destino lo permite, quienes nos hemos preparado para desarrollarnos en el ámbito público-político con pleno convencimiento y vocación, seguro encontraremos maneras de aportar valor desde cualquier trinchera. De no ser así, yo estaré agradecido y orgulloso de esta gran experiencia que duró más de 20 años. Mientras tanto, es tiempo de reinventarse. Cuando las reinvenciones surgen del convencimiento, corazón y la familia, cualquiera que sea el resultado será positivo.

Dedico esta columna a María Paula, a Elsa Dámariz y a mis padres que, aún ajenos y distantes al tema, son el botón de la incondicionalidad y serán siempre el motivo de mis decisiones, de andar en la búsqueda permanente y con fe entre caminos sinuosos que al final de los finales, estoy seguro, les traerán satisfacción.

¡Gracias, simplemente gracias!