/ lunes 4 de abril de 2022

Minutos de lectura | Zapatero a tus zapatos

La gestión cultural pública, además de atender su labor sustantiva para el fomento creativo y desarrollo de las expresiones artístico-culturales, debe enfocarse en tres dimensiones de incidencia: social, económica y recreativa. La dimensión social como mecanismo de atención a los derechos culturales, su labor detonadora del desarrollo comunitario, prevención del delito y reconstrucción del tejido social. La dimensión económica como una línea generadora de empleo, bienestar y activación sectorial de una comunidad que se sustenta en ella. Y una dimensión recreativa, aunque algunos desgarren sus vestiduras, para que la cultura se acerque y atienda una coyuntura necesaria para la sanidad mental, individual y colectiva de los ciudadanos.

Estas tres dimensiones generalmente no tienen visibilidad desde las instituciones. Pocas y honrosas excepciones contemplan esta integralidad. Quienes gobiernan, parecerían tener un concepto difuso de lo que las instancias culturales deben ser y hacer. En el discurso político y de campañas, el lugar común es predecible: “el arte y la cultura nos ayudan a transformar la sociedad”, “fomentar la cultura para que nuestras niñas y niños tengan opciones de recreación y desarrollo”, “el arte y la cultura como alimento del espíritu”, entre otros. Sin embargo, la realidad se impone: se normalizan los recortes presupuestales, los regateos de recursos a las instituciones, la constante ausencia de la agenda cultural en la agenda de gobierno y la intromisión de funcionarias, funcionarios o asesores ajenos al desarrollo de la política cultural para que, con su genialidad burocrática y desconociendo lo más básico, quieran quedar bien con la autoridad proponiendo “ideas brillantes” sobre la mesa como llevar música, batucada, pintacaritas —sin menospreciar estas honrosas labores— “o algo que jale mucha gente” a los eventos o festivales gubernamentales. Quienes hemos participado en ello, conocemos este penoso padecimiento.

Ojalá que la visión integral del deber ser en la gestión cultural pública permee en quienes gobiernan y sepan que hay profesionales del tema que luchan desde su trinchera para dignificar y abonar a su profesión; que distingan también que hay agoreros y negociantes del oportunismo que se camouflagean para vender espejitos y que le hacen daño a la comunidad cultural. Una agenda de eventos en donde la solicitud de gratuidad o subestimación económica de la comunidad artística es la constante, no es ni debe confundirse con una política pública cultural. Estos elementos no abonan a una sociedad cuya realidad es clara: se necesitan gobernantes que entiendan que la comunidad cultural no es un sector menor, ni de discurso ni de adorno, sino de hechos. Zapatero a tus zapatos.

Defendamos nuestras instituciones

Lamentable el embate contra las instituciones. Los agravios no solo son las palabras que a diario se han encargado de repetir de manera irresponsable; los agravios son los hechos que por acción u omisión están acabando con las cosas que, aún siendo perfectibles, funcionaban. Douglas North, que recibió el Premio Nobel de Economía en 1993 por sus estudios sobre las instituciones ligadas al desarrollo económico, decía que el papel principal de una institución es reducir la incertidumbre. Y sí, en tiempos en donde se pretenden cambiar y derruir instituciones, parecería que lo único que se desea hacer es aumentar la incertidumbre. Al final de cuentas, a las mentes perversas les favorecen los ríos revueltos.

¡Nos vemos!

La gestión cultural pública, además de atender su labor sustantiva para el fomento creativo y desarrollo de las expresiones artístico-culturales, debe enfocarse en tres dimensiones de incidencia: social, económica y recreativa. La dimensión social como mecanismo de atención a los derechos culturales, su labor detonadora del desarrollo comunitario, prevención del delito y reconstrucción del tejido social. La dimensión económica como una línea generadora de empleo, bienestar y activación sectorial de una comunidad que se sustenta en ella. Y una dimensión recreativa, aunque algunos desgarren sus vestiduras, para que la cultura se acerque y atienda una coyuntura necesaria para la sanidad mental, individual y colectiva de los ciudadanos.

Estas tres dimensiones generalmente no tienen visibilidad desde las instituciones. Pocas y honrosas excepciones contemplan esta integralidad. Quienes gobiernan, parecerían tener un concepto difuso de lo que las instancias culturales deben ser y hacer. En el discurso político y de campañas, el lugar común es predecible: “el arte y la cultura nos ayudan a transformar la sociedad”, “fomentar la cultura para que nuestras niñas y niños tengan opciones de recreación y desarrollo”, “el arte y la cultura como alimento del espíritu”, entre otros. Sin embargo, la realidad se impone: se normalizan los recortes presupuestales, los regateos de recursos a las instituciones, la constante ausencia de la agenda cultural en la agenda de gobierno y la intromisión de funcionarias, funcionarios o asesores ajenos al desarrollo de la política cultural para que, con su genialidad burocrática y desconociendo lo más básico, quieran quedar bien con la autoridad proponiendo “ideas brillantes” sobre la mesa como llevar música, batucada, pintacaritas —sin menospreciar estas honrosas labores— “o algo que jale mucha gente” a los eventos o festivales gubernamentales. Quienes hemos participado en ello, conocemos este penoso padecimiento.

Ojalá que la visión integral del deber ser en la gestión cultural pública permee en quienes gobiernan y sepan que hay profesionales del tema que luchan desde su trinchera para dignificar y abonar a su profesión; que distingan también que hay agoreros y negociantes del oportunismo que se camouflagean para vender espejitos y que le hacen daño a la comunidad cultural. Una agenda de eventos en donde la solicitud de gratuidad o subestimación económica de la comunidad artística es la constante, no es ni debe confundirse con una política pública cultural. Estos elementos no abonan a una sociedad cuya realidad es clara: se necesitan gobernantes que entiendan que la comunidad cultural no es un sector menor, ni de discurso ni de adorno, sino de hechos. Zapatero a tus zapatos.

Defendamos nuestras instituciones

Lamentable el embate contra las instituciones. Los agravios no solo son las palabras que a diario se han encargado de repetir de manera irresponsable; los agravios son los hechos que por acción u omisión están acabando con las cosas que, aún siendo perfectibles, funcionaban. Douglas North, que recibió el Premio Nobel de Economía en 1993 por sus estudios sobre las instituciones ligadas al desarrollo económico, decía que el papel principal de una institución es reducir la incertidumbre. Y sí, en tiempos en donde se pretenden cambiar y derruir instituciones, parecería que lo único que se desea hacer es aumentar la incertidumbre. Al final de cuentas, a las mentes perversas les favorecen los ríos revueltos.

¡Nos vemos!