/ domingo 10 de noviembre de 2019

Reflexión dominical | Domingo 32 del tiempo ordinario

“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”

Una de las verdades de fe que nosotros los católicos profesamos es aquélla que en el credo decimos al final: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén”. Hoy la palabra de Dios aborda precisamente este tema acerca de la resurrección de los muertos y la vida eterna que Jesucristo nos ha prometido en su Evangelio.

La primera lectura, tomada del segundo libro de los Macabeos, es un texto conmovedor que expresa la creencia de los judíos en la resurrección y en la vida después de la muerte. Ciertamente, como lo vemos en el evangelio de este domingo, estas afirmaciones doctrinales no eran aceptadas por todos los israelitas; sin embargo, para la gran mayoría del pueblo, eran parte de sus creencias religiosas. Siete hermanos que, por su fidelidad a la Ley de Dios, prefieren la muerte, no obstante que el rey les ofrecía atractivos regalos. Recomendable es leer todo el capítulo siete ya que se va relatando la muerte de cada uno de los muchachos, quienes, contando con la presencia de su madre, reciben palabras de aliento y fortaleza para no sucumbir ante las propuestas del rey Antíoco. El segundo de los hermanos, por ejemplo, cuando estaba a punto de morir, le dijo al rey: “Asesino, tú nos arrancas la vida presente, pero el rey del universo nos resucitará a una vida eterna, puesto que morimos por fidelidad a sus leyes”.

En el evangelio, por otra parte, encontramos a unos saduceos que, negando la resurrección de los muertos, cuestionan a Jesús acerca de esta creencia; le presentan el caso de siete hermanos, “el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión… Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer…?”. La pregunta, sin duda, es difícil, pero el Señor responde con toda seguridad hablándonos de la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Sus palabras finales son contundentes: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”.

El comienzo de la segunda lectura le da un enfoque muy práctico a este importante tema doctrinal de nuestra fe. El apóstol san Pablo nos dice: “Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y nuestro Padre Dios, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, conforte los corazones de ustedes y los dispongan a toda clase de obras buenas y de buenas palabras”. Mensaje muy hermoso, que es, sin duda, motivo de consuelo y esperanza ante la realidad de la muerte que no deja de preocuparnos y afligirnos cada vez que aparece cerca de nosotros. En efecto, la promesa de la resurrección y la vida eterna en la presencia de Dios, nos deben ayudar a levantar la mirada y sobreponernos al dolor que lleva consigo la muerte de nuestros seres queridos.

Que este domingo en la celebración eucarística, al profesar nuestra fe, digamos con los labios, con la mente y con el corazón: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén”.

¡Que tengan un excelente domingo!

Monseñor Ruy Rendón Leal. Arzobispo de Hermosillo.

2 Macabeos 7,1-2.9-14

2 Tesalonicenses 2,16 – 3,15

Lucas 20,27-38

“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”

Una de las verdades de fe que nosotros los católicos profesamos es aquélla que en el credo decimos al final: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén”. Hoy la palabra de Dios aborda precisamente este tema acerca de la resurrección de los muertos y la vida eterna que Jesucristo nos ha prometido en su Evangelio.

La primera lectura, tomada del segundo libro de los Macabeos, es un texto conmovedor que expresa la creencia de los judíos en la resurrección y en la vida después de la muerte. Ciertamente, como lo vemos en el evangelio de este domingo, estas afirmaciones doctrinales no eran aceptadas por todos los israelitas; sin embargo, para la gran mayoría del pueblo, eran parte de sus creencias religiosas. Siete hermanos que, por su fidelidad a la Ley de Dios, prefieren la muerte, no obstante que el rey les ofrecía atractivos regalos. Recomendable es leer todo el capítulo siete ya que se va relatando la muerte de cada uno de los muchachos, quienes, contando con la presencia de su madre, reciben palabras de aliento y fortaleza para no sucumbir ante las propuestas del rey Antíoco. El segundo de los hermanos, por ejemplo, cuando estaba a punto de morir, le dijo al rey: “Asesino, tú nos arrancas la vida presente, pero el rey del universo nos resucitará a una vida eterna, puesto que morimos por fidelidad a sus leyes”.

En el evangelio, por otra parte, encontramos a unos saduceos que, negando la resurrección de los muertos, cuestionan a Jesús acerca de esta creencia; le presentan el caso de siete hermanos, “el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión… Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer…?”. La pregunta, sin duda, es difícil, pero el Señor responde con toda seguridad hablándonos de la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Sus palabras finales son contundentes: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”.

El comienzo de la segunda lectura le da un enfoque muy práctico a este importante tema doctrinal de nuestra fe. El apóstol san Pablo nos dice: “Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y nuestro Padre Dios, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, conforte los corazones de ustedes y los dispongan a toda clase de obras buenas y de buenas palabras”. Mensaje muy hermoso, que es, sin duda, motivo de consuelo y esperanza ante la realidad de la muerte que no deja de preocuparnos y afligirnos cada vez que aparece cerca de nosotros. En efecto, la promesa de la resurrección y la vida eterna en la presencia de Dios, nos deben ayudar a levantar la mirada y sobreponernos al dolor que lleva consigo la muerte de nuestros seres queridos.

Que este domingo en la celebración eucarística, al profesar nuestra fe, digamos con los labios, con la mente y con el corazón: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén”.

¡Que tengan un excelente domingo!

Monseñor Ruy Rendón Leal. Arzobispo de Hermosillo.

2 Macabeos 7,1-2.9-14

2 Tesalonicenses 2,16 – 3,15

Lucas 20,27-38

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