/ domingo 16 de junio de 2019

Reflexión dominical | Domingo de la Santísima Trinidad

“Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo”

Cada año, el domingo siguiente a Pentecostés, la Iglesia celebra la Solemnidad de la Santísima Trinidad. En realidad celebramos a Dios mismo; un solo Dios verdadero en tres personas iguales y distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En la tradición católica a esta realidad del misterio de Dios, uno y trino, se le llama Misterio de la Santísima Trinidad. Así Dios se ha dado a conocer, así se ha manifestado.

En efecto, repasando la Sagrada Escritura, nos damos cuenta que, si bien es cierto, en el Antiguo Testamento se habla de Dios como si fuera un solo ser, una sola persona. En el Nuevo Testamento, Jesucristo el Hijo único de Dios nos revela que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios Padre envía a su Hijo Jesucristo a este mundo para salvarnos (Cf. Juan 17,18; 20,21); Jesús habla de la unidad que existe entre su Padre y él (Cf. Juan 17); Jesús, durante su vida, promete enviar al Espíritu Santo (Cf. Juan 16). Las tres personas divinas las encontramos al mismo nivel y con la misma dignidad cuando nuestro Señor envía a sus discípulos por todo el mundo a enseñar y a bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19).

La primera lectura de este domingo es maravillosa; habla de la sabiduría que estaba con Dios desde “el principio”, “desde toda la eternidad”, “creando todas las cosas”, “estaba junto a él como arquitecto de sus obras”, “era su encanto cotidiano”. Los estudiosos de la Biblia nos dicen que la sabiduría personificada va prefigurando al Verbo eterno del Padre, a Jesús, que existía desde el principio, que estaba con Dios y que era Dios (Cf. Juan 1,1); por él fueron creadas todas las cosas, nos dirá el apóstol san Pablo en Colosenses 1,15-20.

En la segunda lectura, san Pablo en unos cuantos versículos de la carta a los Romanos nos habla de las tres personas divinas y de las tres virtudes teologales. En efecto, el apóstol nos dice: que hemos sido justificados con Dios por la fe; por Jesucristo podemos gloriarnos de tener la esperanza; Dios ha infundido su amor por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado. Tres personas divinas (Padre, Hijo, Espíritu Santo), tres virtudes teologales (fe, esperanza, caridad) que tienen a Dios como origen y como objeto.

El evangelio, por último, leído atentamente, nos hace concluir la relación tan “familiar” que existe entre las tres personas divinas: se complementan, se relacionan estrechamente, se apoyan, se conocen: “él (Espíritu) los irá guiando hasta le verdad plena”, “no hablará por su cuenta”, “dirá lo que haya oído”. “Él me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando”. “Todo lo que tiene el Padre es mío… por eso tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes”.

La celebración de la santa misa, en la que participamos, es la ofrenda del sacrificio redentor de Jesucristo a Dios Padre en el Espíritu Santo. Así lo expresamos en la doxología trinitaria al final de la plegaria eucarística: “Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”. Amén.

¡Que tengan un excelente domingo!

Monseñor Ruy Rendón Leal. Arzobispo de Hermosillo.

Proverbios 8,22-31

Romanos 5,1-5

Juan 16,12-15

“Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo”

Cada año, el domingo siguiente a Pentecostés, la Iglesia celebra la Solemnidad de la Santísima Trinidad. En realidad celebramos a Dios mismo; un solo Dios verdadero en tres personas iguales y distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En la tradición católica a esta realidad del misterio de Dios, uno y trino, se le llama Misterio de la Santísima Trinidad. Así Dios se ha dado a conocer, así se ha manifestado.

En efecto, repasando la Sagrada Escritura, nos damos cuenta que, si bien es cierto, en el Antiguo Testamento se habla de Dios como si fuera un solo ser, una sola persona. En el Nuevo Testamento, Jesucristo el Hijo único de Dios nos revela que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios Padre envía a su Hijo Jesucristo a este mundo para salvarnos (Cf. Juan 17,18; 20,21); Jesús habla de la unidad que existe entre su Padre y él (Cf. Juan 17); Jesús, durante su vida, promete enviar al Espíritu Santo (Cf. Juan 16). Las tres personas divinas las encontramos al mismo nivel y con la misma dignidad cuando nuestro Señor envía a sus discípulos por todo el mundo a enseñar y a bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19).

La primera lectura de este domingo es maravillosa; habla de la sabiduría que estaba con Dios desde “el principio”, “desde toda la eternidad”, “creando todas las cosas”, “estaba junto a él como arquitecto de sus obras”, “era su encanto cotidiano”. Los estudiosos de la Biblia nos dicen que la sabiduría personificada va prefigurando al Verbo eterno del Padre, a Jesús, que existía desde el principio, que estaba con Dios y que era Dios (Cf. Juan 1,1); por él fueron creadas todas las cosas, nos dirá el apóstol san Pablo en Colosenses 1,15-20.

En la segunda lectura, san Pablo en unos cuantos versículos de la carta a los Romanos nos habla de las tres personas divinas y de las tres virtudes teologales. En efecto, el apóstol nos dice: que hemos sido justificados con Dios por la fe; por Jesucristo podemos gloriarnos de tener la esperanza; Dios ha infundido su amor por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado. Tres personas divinas (Padre, Hijo, Espíritu Santo), tres virtudes teologales (fe, esperanza, caridad) que tienen a Dios como origen y como objeto.

El evangelio, por último, leído atentamente, nos hace concluir la relación tan “familiar” que existe entre las tres personas divinas: se complementan, se relacionan estrechamente, se apoyan, se conocen: “él (Espíritu) los irá guiando hasta le verdad plena”, “no hablará por su cuenta”, “dirá lo que haya oído”. “Él me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando”. “Todo lo que tiene el Padre es mío… por eso tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes”.

La celebración de la santa misa, en la que participamos, es la ofrenda del sacrificio redentor de Jesucristo a Dios Padre en el Espíritu Santo. Así lo expresamos en la doxología trinitaria al final de la plegaria eucarística: “Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”. Amén.

¡Que tengan un excelente domingo!

Monseñor Ruy Rendón Leal. Arzobispo de Hermosillo.

Proverbios 8,22-31

Romanos 5,1-5

Juan 16,12-15

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