/ sábado 18 de mayo de 2019

Reflexión dominical | Quinto Domingo de Pascua

“Les doy un mandamiento nuevo:

que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”.


Continuamos, en este quinto Domingo de Pascua, con la lectura de los tres libros del Nuevo Testamento que nos han venido acompañando, cada ocho días, durante este tiempo litúrgico: Hechos de los apóstoles, Apocalipsis y evangelio de san Juan.

Destacamos en la primera lectura el tema de la misión que los apóstoles Pablo y Bernabé van realizando con empeño y entusiasmo. Ellos recorren lugares distantes, animando, exhortando, consolando, fortaleciendo la fe, orando, organizando las comunidades, dando testimonio. Este ejemplo nos debe servir a nosotros hoy en día. En efecto, constantemente hablamos de misión permanente y de Nueva Evangelización, pero ¿realmente estamos compartiendo nuestra experiencia de fe con los alejados? ¿A quiénes les predicamos frecuentemente? ¿Cómo anda nuestro testimonio de vida? No olvidemos que, la fe profesada y celebrada, debe testimoniarse a través de la caridad; sólo haciendo esto, el Señor abrirá a más y más personas las puertas de esta misma fe.

El texto del Apocalipsis, por otra parte, nos presenta el final feliz de la historia humana. Si bien es cierto que el tiempo presente es complejo, difícil y marcado por el sufrimiento, Dios nos tiene preparada una mansión eterna en la que ya no tienen cabida ni la muerte ni el duelo, ni las penas ni las lágrimas: “Dios les enjugará todas sus lágrimas y ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llanto…”. El mismo Pablo y Bernabé (primera lectura) animaban y exhortaban a los discípulos, diciéndoles: “hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. Parece ser que la vida del creyente en este mundo es un “valle de lágrimas”; en realidad la cruz de Jesucristo la llevamos cargando siguiendo al Maestro; Él ya nos lo había advertido: “el que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,27). Dejemos que el Señor haga nuevas todas las cosas, sobre todo nuestro corazón y nuestra mente; no perdamos de vista la promesa de vivir felizmente por toda la eternidad con él: “vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo”.

Jesús, en el texto del evangelio, nos da un mandamiento nuevo. Ya no es el de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”; en realidad tal mandamiento carecía de novedad, ya que era un mandamiento dado desde el Antiguo Testamento. El Señor le llama “mandamiento nuevo”, y así lo formula: “que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”. La novedad, como bien lo sabemos, radica en que el amor al prójimo deberá ser al estilo de Jesús, es decir, a la manera como él nos ha amado: dando la vida por quienes se ama. ¡Qué gran reto nos propone hoy Jesús! Reto doble, puesto que de la vivencia de este mandamiento nuevo depende que seamos verdaderamente sus discípulos: “y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”.

Pidamos hoy, al Señor Jesús resucitado, que en este Tiempo Pascual nos mantengamos: predicando incansablemente el Evangelio, con la esperanza de poseer un día la felicidad eterna, practicando en el tiempo presente el mandamiento del amor. Amén.

¡Que tengan un excelente domingo!

Hechos 14,21-27

Apocalipsis 21,1-5

Juan 13,31-33.34-35

Monseñor Ruy Rendón Leal. Arzobispo de Hermosillo.

“Les doy un mandamiento nuevo:

que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”.


Continuamos, en este quinto Domingo de Pascua, con la lectura de los tres libros del Nuevo Testamento que nos han venido acompañando, cada ocho días, durante este tiempo litúrgico: Hechos de los apóstoles, Apocalipsis y evangelio de san Juan.

Destacamos en la primera lectura el tema de la misión que los apóstoles Pablo y Bernabé van realizando con empeño y entusiasmo. Ellos recorren lugares distantes, animando, exhortando, consolando, fortaleciendo la fe, orando, organizando las comunidades, dando testimonio. Este ejemplo nos debe servir a nosotros hoy en día. En efecto, constantemente hablamos de misión permanente y de Nueva Evangelización, pero ¿realmente estamos compartiendo nuestra experiencia de fe con los alejados? ¿A quiénes les predicamos frecuentemente? ¿Cómo anda nuestro testimonio de vida? No olvidemos que, la fe profesada y celebrada, debe testimoniarse a través de la caridad; sólo haciendo esto, el Señor abrirá a más y más personas las puertas de esta misma fe.

El texto del Apocalipsis, por otra parte, nos presenta el final feliz de la historia humana. Si bien es cierto que el tiempo presente es complejo, difícil y marcado por el sufrimiento, Dios nos tiene preparada una mansión eterna en la que ya no tienen cabida ni la muerte ni el duelo, ni las penas ni las lágrimas: “Dios les enjugará todas sus lágrimas y ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llanto…”. El mismo Pablo y Bernabé (primera lectura) animaban y exhortaban a los discípulos, diciéndoles: “hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. Parece ser que la vida del creyente en este mundo es un “valle de lágrimas”; en realidad la cruz de Jesucristo la llevamos cargando siguiendo al Maestro; Él ya nos lo había advertido: “el que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,27). Dejemos que el Señor haga nuevas todas las cosas, sobre todo nuestro corazón y nuestra mente; no perdamos de vista la promesa de vivir felizmente por toda la eternidad con él: “vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo”.

Jesús, en el texto del evangelio, nos da un mandamiento nuevo. Ya no es el de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”; en realidad tal mandamiento carecía de novedad, ya que era un mandamiento dado desde el Antiguo Testamento. El Señor le llama “mandamiento nuevo”, y así lo formula: “que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”. La novedad, como bien lo sabemos, radica en que el amor al prójimo deberá ser al estilo de Jesús, es decir, a la manera como él nos ha amado: dando la vida por quienes se ama. ¡Qué gran reto nos propone hoy Jesús! Reto doble, puesto que de la vivencia de este mandamiento nuevo depende que seamos verdaderamente sus discípulos: “y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”.

Pidamos hoy, al Señor Jesús resucitado, que en este Tiempo Pascual nos mantengamos: predicando incansablemente el Evangelio, con la esperanza de poseer un día la felicidad eterna, practicando en el tiempo presente el mandamiento del amor. Amén.

¡Que tengan un excelente domingo!

Hechos 14,21-27

Apocalipsis 21,1-5

Juan 13,31-33.34-35

Monseñor Ruy Rendón Leal. Arzobispo de Hermosillo.

ÚLTIMASCOLUMNAS