/ martes 14 de diciembre de 2021

Salud y bienestar | La enfermedad y los remedios

El Covid-19 ha revelado la cantidad de convicciones acientíficas, experimentos fallidos, posibilidades contradictorias y también francas excentricidades que se cuecen ante un reto sanitario inédito. Desde las idas y venidas del antiviral remdesivir al consumo de desinfectante sugerido en 2020 por Trump o el dióxido de cloro, para beber. Remedios más que prometedores, son una locura.

En la civilización de los faraones, a quien padecía de gota lo sometían a corrientes eléctricas con anguilas. Las heridas infectadas, por su parte, daban pie a una versión rudimentaria del antibiótico más popular; y, para ciertos cuadros clínicos, se aplicaba pan con moho, ya que los egipcios pudieron conocer la acción bactericida de ese hongo, y no fue hasta 1928 que Alexander Fleming, profesor de bacteriología en el Hospital St. Mary's de Londres, descubrió la penicilina.

Otros remedios del Nilo resultaban sencillamente repugnantes. Uno de esos remedios aconsejaba emplastos de estiércol para sanar heridas y, ya de paso, alejar a los espíritus malignos. El Papiro Ebers, que se conserva en la Universidad de Leipzig, especifica, sus más de setecientas fórmulas magistrales, y los animales más recomendables para esta clase de terapias. Las heces de perros, burros, gacelas y moscas eran especialmente apreciadas por sus propiedades; y en ocasiones también las humanas y las de cocodrilo, estas últimas por sus efectos anticonceptivos, y ¡cómo no! La saliva equina mejoraba, al parecer, la libido femenina, en tanto que la sangre de lagartija solucionaba otro tipo de problemas.

Más insufrible debió de ser otro tratamiento de origen animal: una pasta elaborada con cadáveres de ratón para aliviar la tos o los dolores dentales, que, aunque cueste creerlo, iba, directamente, del mortero a la boca. Los roedores también se empleaban entre los egipcios para combatir la viruela, el sarampión y hasta la incontinencia urinaria. Hoy lo más parecido a eso es una curiosidad culinaria muy popular de Filipinas: el Balut, un embrión de pato que va del huevo, directamente a su paladar.

Los griegos y persas creían, que el mercurio alargaba la vida; y la tripulación que contrajo la sífilis durante el primer viaje de Colón al Nuevo Mundo fue tratada con ese metal líquido, una práctica que se extendería hasta el siglo XX, y ellos aún no ofrecen una disculpa por esto, pero ese es otro tema.

Tanto la civilización china como la india, la griega y la romana practicaban la uroterapia, esto es, que bebían la propia orina con fines terapéuticos, irónicamente, se volvió popular en los 90. Los romanos eran bastante menos sutiles en su farmacopea. Así, intentaban curar la epilepsia con sangre de gladiadores muertos en combate, un recurso, tan absurdo como macabro, que se extendería a los siglos posteriores.

En la Edad Media se elaboraba también cierta pócima que despejaba malestares gástricos, mejoraba la memoria y curaba epilepsias y catalepsias. Era fruto de muchos ingredientes: pimientas, flores, semillas, cortezas y otros brebajes populares en la brujería, como la mandrágora, la sangre de dragón; aunque esto último era sólo mercadotecnia de la época. En realidad, se trataba de la resina del drago, el árbol canario, que muestra un color rojo intenso.

Las quemaduras en la Edad Moderna, como las provocadas por la pólvora, siguieron tratándose con emplastos vegetales con estiércol. Hoy recibimos heridas con café, que resulta muy difícil retirar, por cierto, tierra y hasta hojas de “confianza” del paciente que provoca infecciones graves o maceración de la piel agravando el cuadro.

Podría creerse que, tras la Ilustración, la fundación de academias y los avances, la edad contemporánea estrenó una farmacología más racional. Pero: Sí y no. Es cierto que la medicina se fue volviendo, poco a poco, más científica; sin embargo, el factor humano, tan creativo como a veces absurdo, continuó haciendo de las suyas, hoy seguimos viendo recomendaciones y remedios absurdos, desde los “detentes”, hasta tomar desinfectante. Un remedio, para esa clase de remedios.

El Covid-19 ha revelado la cantidad de convicciones acientíficas, experimentos fallidos, posibilidades contradictorias y también francas excentricidades que se cuecen ante un reto sanitario inédito. Desde las idas y venidas del antiviral remdesivir al consumo de desinfectante sugerido en 2020 por Trump o el dióxido de cloro, para beber. Remedios más que prometedores, son una locura.

En la civilización de los faraones, a quien padecía de gota lo sometían a corrientes eléctricas con anguilas. Las heridas infectadas, por su parte, daban pie a una versión rudimentaria del antibiótico más popular; y, para ciertos cuadros clínicos, se aplicaba pan con moho, ya que los egipcios pudieron conocer la acción bactericida de ese hongo, y no fue hasta 1928 que Alexander Fleming, profesor de bacteriología en el Hospital St. Mary's de Londres, descubrió la penicilina.

Otros remedios del Nilo resultaban sencillamente repugnantes. Uno de esos remedios aconsejaba emplastos de estiércol para sanar heridas y, ya de paso, alejar a los espíritus malignos. El Papiro Ebers, que se conserva en la Universidad de Leipzig, especifica, sus más de setecientas fórmulas magistrales, y los animales más recomendables para esta clase de terapias. Las heces de perros, burros, gacelas y moscas eran especialmente apreciadas por sus propiedades; y en ocasiones también las humanas y las de cocodrilo, estas últimas por sus efectos anticonceptivos, y ¡cómo no! La saliva equina mejoraba, al parecer, la libido femenina, en tanto que la sangre de lagartija solucionaba otro tipo de problemas.

Más insufrible debió de ser otro tratamiento de origen animal: una pasta elaborada con cadáveres de ratón para aliviar la tos o los dolores dentales, que, aunque cueste creerlo, iba, directamente, del mortero a la boca. Los roedores también se empleaban entre los egipcios para combatir la viruela, el sarampión y hasta la incontinencia urinaria. Hoy lo más parecido a eso es una curiosidad culinaria muy popular de Filipinas: el Balut, un embrión de pato que va del huevo, directamente a su paladar.

Los griegos y persas creían, que el mercurio alargaba la vida; y la tripulación que contrajo la sífilis durante el primer viaje de Colón al Nuevo Mundo fue tratada con ese metal líquido, una práctica que se extendería hasta el siglo XX, y ellos aún no ofrecen una disculpa por esto, pero ese es otro tema.

Tanto la civilización china como la india, la griega y la romana practicaban la uroterapia, esto es, que bebían la propia orina con fines terapéuticos, irónicamente, se volvió popular en los 90. Los romanos eran bastante menos sutiles en su farmacopea. Así, intentaban curar la epilepsia con sangre de gladiadores muertos en combate, un recurso, tan absurdo como macabro, que se extendería a los siglos posteriores.

En la Edad Media se elaboraba también cierta pócima que despejaba malestares gástricos, mejoraba la memoria y curaba epilepsias y catalepsias. Era fruto de muchos ingredientes: pimientas, flores, semillas, cortezas y otros brebajes populares en la brujería, como la mandrágora, la sangre de dragón; aunque esto último era sólo mercadotecnia de la época. En realidad, se trataba de la resina del drago, el árbol canario, que muestra un color rojo intenso.

Las quemaduras en la Edad Moderna, como las provocadas por la pólvora, siguieron tratándose con emplastos vegetales con estiércol. Hoy recibimos heridas con café, que resulta muy difícil retirar, por cierto, tierra y hasta hojas de “confianza” del paciente que provoca infecciones graves o maceración de la piel agravando el cuadro.

Podría creerse que, tras la Ilustración, la fundación de academias y los avances, la edad contemporánea estrenó una farmacología más racional. Pero: Sí y no. Es cierto que la medicina se fue volviendo, poco a poco, más científica; sin embargo, el factor humano, tan creativo como a veces absurdo, continuó haciendo de las suyas, hoy seguimos viendo recomendaciones y remedios absurdos, desde los “detentes”, hasta tomar desinfectante. Un remedio, para esa clase de remedios.