/ martes 15 de septiembre de 2020

Salud y bienestar | La segunda ola

La salud pública en México y el mundo enfrenta un reto histórico. El Covid-19 representa un riesgo enorme para la población que evidencia las carencias del sistema social y de salud. Esta crisis, además, ha llevado a cuestionar la definición de prioridades sanitarias y de investigación. Aunque alguien tenga otros datos.

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La magnitud del problema y la radicalidad de las soluciones han generado un gran debate público, cuestionamientos y posiciones críticas. Celebramos la participación social, particularmente aquella que ha establecido propuestas que contribuyen genuinamente y sin intereses ajenos a la salud pública a alimentar el diseño de las acciones para responder exitosamente a la pandemia.

Todo el personal de salud, independientemente de su afiliación política, comparte el mismo compromiso: proteger la salud. Se desconoce cómo se comportará la epidemia, cuál será la eficacia de las medidas de control y cómo mitigar sus efectos directos e indirectos.

Ante esta incertidumbre, se debe mantener el curso que históricamente ha mostrado ser más efectivo: basar las decisiones en la mejor evidencia científica disponible, adaptándonos rápidamente a la realidad y a la nueva evidencia y evitando que las decisiones respondan al pánico o a la presión política.

Cuando de recursos se trata, los países de ingresos medios y bajos suelen voltear hacia los países de ingresos altos para encontrar respuestas a sus problemas. Ocasionalmente las respuestas son útiles. Sin embargo, en una pandemia las propuestas y soluciones de los países de ingresos altos no necesariamente podrán transferirse a contextos con menor riqueza o infraestructura.

Un ejemplo claro es el confinamiento; mientras que en los países de altos ingresos un porcentaje elevado de personas puede realizar actividades económicas con trabajo a distancia, en México el alto porcentaje de personas con empleos precarios dificulta la implementación de esta medida.

En México, la vigilancia epidemiológica de Covid-19 está basada en dos sistemas: vigilancia hospitalaria y vigilancia centinela. La vigilancia hospitalaria proporciona información de las personas graves, monitoreando su desenlace y facilitando el análisis de utilización de los servicios de salud. El sistema de vigilancia centinela permite ver un poco más allá, aproximando la prevalencia de Covid-19 en los casos leves que acuden a las unidades monitoras de enfermedad respiratoria.

El sistema centinela, anidado en clínicas, no está diseñado para captar personas asintomáticas o que no buscan atención médica, que para muchas enfermedades pueden ser poco informativas, pero que para Covid-19 son relevantes. Mientras no exista una vacuna para Covid-19 las actividades diarias tendrán que incluir un cálculo extra: reducir la probabilidad de contagio.

La salud pública cuenta con herramientas teóricas que pueden ser de gran utilidad en este contexto que se deben aprovechar para desarrollar nuevas ideas. Un principio general que no se debe perder de vista es que las intervenciones estructurales que se integran a la vida diaria y son de alcance poblacional, suelen ser más equitativas y eficaces que los enfoques exclusivamente individuales.

Enfrentamos la peor crisis de salud pública de los últimos 100 años. El miedo y la incertidumbre inundan los medios de comunicación masiva y la discusión en redes sociales, al tiempo que la lucha política, enrarece el ambiente social. Covid-19 es un problema global, es un problema nacional y es un problema de todas las familias y todas las personas, que requiere de una respuesta unida y solidaria.

Esta pandemia sin duda marcará un hito para la reflexión de la salud pública, de su papel y de la clara necesidad de que exista un mayor activismo a favor de fortalecer los sistemas de salud pública.

Viviremos meses muy amargos, en los que a los graves daños a la salud y la sobrecarga del sistema de salud se agregarán problemas sociales y económicos dolorosos.

Al tiempo que atendemos estos temas urgentes, debemos empezar a trabajar en nuestro siguiente reto: ¿qué necesitamos para enfrentar mejor la segunda ola?


La salud pública en México y el mundo enfrenta un reto histórico. El Covid-19 representa un riesgo enorme para la población que evidencia las carencias del sistema social y de salud. Esta crisis, además, ha llevado a cuestionar la definición de prioridades sanitarias y de investigación. Aunque alguien tenga otros datos.

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La magnitud del problema y la radicalidad de las soluciones han generado un gran debate público, cuestionamientos y posiciones críticas. Celebramos la participación social, particularmente aquella que ha establecido propuestas que contribuyen genuinamente y sin intereses ajenos a la salud pública a alimentar el diseño de las acciones para responder exitosamente a la pandemia.

Todo el personal de salud, independientemente de su afiliación política, comparte el mismo compromiso: proteger la salud. Se desconoce cómo se comportará la epidemia, cuál será la eficacia de las medidas de control y cómo mitigar sus efectos directos e indirectos.

Ante esta incertidumbre, se debe mantener el curso que históricamente ha mostrado ser más efectivo: basar las decisiones en la mejor evidencia científica disponible, adaptándonos rápidamente a la realidad y a la nueva evidencia y evitando que las decisiones respondan al pánico o a la presión política.

Cuando de recursos se trata, los países de ingresos medios y bajos suelen voltear hacia los países de ingresos altos para encontrar respuestas a sus problemas. Ocasionalmente las respuestas son útiles. Sin embargo, en una pandemia las propuestas y soluciones de los países de ingresos altos no necesariamente podrán transferirse a contextos con menor riqueza o infraestructura.

Un ejemplo claro es el confinamiento; mientras que en los países de altos ingresos un porcentaje elevado de personas puede realizar actividades económicas con trabajo a distancia, en México el alto porcentaje de personas con empleos precarios dificulta la implementación de esta medida.

En México, la vigilancia epidemiológica de Covid-19 está basada en dos sistemas: vigilancia hospitalaria y vigilancia centinela. La vigilancia hospitalaria proporciona información de las personas graves, monitoreando su desenlace y facilitando el análisis de utilización de los servicios de salud. El sistema de vigilancia centinela permite ver un poco más allá, aproximando la prevalencia de Covid-19 en los casos leves que acuden a las unidades monitoras de enfermedad respiratoria.

El sistema centinela, anidado en clínicas, no está diseñado para captar personas asintomáticas o que no buscan atención médica, que para muchas enfermedades pueden ser poco informativas, pero que para Covid-19 son relevantes. Mientras no exista una vacuna para Covid-19 las actividades diarias tendrán que incluir un cálculo extra: reducir la probabilidad de contagio.

La salud pública cuenta con herramientas teóricas que pueden ser de gran utilidad en este contexto que se deben aprovechar para desarrollar nuevas ideas. Un principio general que no se debe perder de vista es que las intervenciones estructurales que se integran a la vida diaria y son de alcance poblacional, suelen ser más equitativas y eficaces que los enfoques exclusivamente individuales.

Enfrentamos la peor crisis de salud pública de los últimos 100 años. El miedo y la incertidumbre inundan los medios de comunicación masiva y la discusión en redes sociales, al tiempo que la lucha política, enrarece el ambiente social. Covid-19 es un problema global, es un problema nacional y es un problema de todas las familias y todas las personas, que requiere de una respuesta unida y solidaria.

Esta pandemia sin duda marcará un hito para la reflexión de la salud pública, de su papel y de la clara necesidad de que exista un mayor activismo a favor de fortalecer los sistemas de salud pública.

Viviremos meses muy amargos, en los que a los graves daños a la salud y la sobrecarga del sistema de salud se agregarán problemas sociales y económicos dolorosos.

Al tiempo que atendemos estos temas urgentes, debemos empezar a trabajar en nuestro siguiente reto: ¿qué necesitamos para enfrentar mejor la segunda ola?