/ lunes 5 de agosto de 2019

Sin medias tintas | Anhelo de luz

Pocas veces la vida nos da la oportunidad de conocer a gente sabia y, cuando esos momentos se presentan, de seguro deberíamos agradecerlos, pero sobre todo aprovecharlos.

El escuchar las palabras de aquellas personas cuyo destino los ha llevado a enfrentar y sobreponerse a las adversidades, siempre dejará un gran aprendizaje que permanecerá en nuestra memoria, pero lo mejor siempre serán sus palabras de aliento grabadas en nuestros corazones.

Nadie puede negar que la vida es más bella a colores; pero pocos reflexionamos en aquellos que nacen en la oscuridad. Como una muestra recurrente cuando el egoísmo nos hace olvidarnos de los demás, y nos hace creer que sólo nosotros somos importantes.

Sin duda la vida no es fácil para las personas ciegas, más si consideramos que la sociedad ignora su condición dentro de la vida cotidiana, o digamos que no está educada para compartir espacios con ellos. Es como si quisiéramos compartir momentos con personas que piensan diferente a nosotros; una relación difícil. Pero particularmente una evidencia de nuestra falta de educación para aceptar a los demás.

Don Antonio es un ejemplo de esas personas sabias, que si bien jamás ha visto a su hija ni a sus nietos, siente el cariño y particularmente el respeto a su persona, porque pese a su condición logró salir adelante y está en constante lucha por visibilizar a quienes la naturaleza no les permitió ver.

Para él, sin duda, lo importante sí que es invisible para los ojos. Él ve con el corazón.

Y en su reflexión personal —muy privada— otras habilidades se agudizaron también, particularmente sus facultades analíticas, que lo han llevado a comprender que la sociedad debe aprender a convivir con las minorías, no porque sea obligatorio, sino porque ellas también forman parte del todo, y lo que le sucede a esas minorías reflejará al final el destino mismo de la sociedad.

De lenguaje fluido y coherente, don Antonio siempre le ha apostado al diálogo para aprender y solucionar problemas; pero en especial a la búsqueda constante de que la sociedad vea a los ciegos como personas que comparten el mismo tiempo y espacio. Ése es su gran anhelo de luz, como se llama su organización.

Una luz que les fue negada a ellos, pero que espera en algún momento pueda iluminar a todos los que no somos capaces de ser tolerantes, cuando los vemos caminar lento al intentar cruzar una calle, o que desconocemos sus señales al pedir ayuda cuando requieren subirse a un camión.

Es una tarea titánica que está dispuesto a continuar, porque ese destino escogió, y se da tiempo para invitar a otros como él a compartir momentos, inquietudes e intercambiar ideas. Lo hace porque le nace y quiere ser un factor de cambio.

Las personas sabias sin duda deben ser reconocidas y deberíamos guardarlas como baluartes sociales, como se hace en otros países con personas de la tercera edad; pero en México estamos muy lejos de llegar a ese nivel de reconocimiento.

¿Qué nos ha faltado? Sin duda nuestra capacidad para agradecer a nuestros viejos por la vida que nos dieron. Habrá que pensar en qué momento se perdió el rumbo.

Pocas veces la vida nos da la oportunidad de conocer a gente sabia y, cuando esos momentos se presentan, de seguro deberíamos agradecerlos, pero sobre todo aprovecharlos.

El escuchar las palabras de aquellas personas cuyo destino los ha llevado a enfrentar y sobreponerse a las adversidades, siempre dejará un gran aprendizaje que permanecerá en nuestra memoria, pero lo mejor siempre serán sus palabras de aliento grabadas en nuestros corazones.

Nadie puede negar que la vida es más bella a colores; pero pocos reflexionamos en aquellos que nacen en la oscuridad. Como una muestra recurrente cuando el egoísmo nos hace olvidarnos de los demás, y nos hace creer que sólo nosotros somos importantes.

Sin duda la vida no es fácil para las personas ciegas, más si consideramos que la sociedad ignora su condición dentro de la vida cotidiana, o digamos que no está educada para compartir espacios con ellos. Es como si quisiéramos compartir momentos con personas que piensan diferente a nosotros; una relación difícil. Pero particularmente una evidencia de nuestra falta de educación para aceptar a los demás.

Don Antonio es un ejemplo de esas personas sabias, que si bien jamás ha visto a su hija ni a sus nietos, siente el cariño y particularmente el respeto a su persona, porque pese a su condición logró salir adelante y está en constante lucha por visibilizar a quienes la naturaleza no les permitió ver.

Para él, sin duda, lo importante sí que es invisible para los ojos. Él ve con el corazón.

Y en su reflexión personal —muy privada— otras habilidades se agudizaron también, particularmente sus facultades analíticas, que lo han llevado a comprender que la sociedad debe aprender a convivir con las minorías, no porque sea obligatorio, sino porque ellas también forman parte del todo, y lo que le sucede a esas minorías reflejará al final el destino mismo de la sociedad.

De lenguaje fluido y coherente, don Antonio siempre le ha apostado al diálogo para aprender y solucionar problemas; pero en especial a la búsqueda constante de que la sociedad vea a los ciegos como personas que comparten el mismo tiempo y espacio. Ése es su gran anhelo de luz, como se llama su organización.

Una luz que les fue negada a ellos, pero que espera en algún momento pueda iluminar a todos los que no somos capaces de ser tolerantes, cuando los vemos caminar lento al intentar cruzar una calle, o que desconocemos sus señales al pedir ayuda cuando requieren subirse a un camión.

Es una tarea titánica que está dispuesto a continuar, porque ese destino escogió, y se da tiempo para invitar a otros como él a compartir momentos, inquietudes e intercambiar ideas. Lo hace porque le nace y quiere ser un factor de cambio.

Las personas sabias sin duda deben ser reconocidas y deberíamos guardarlas como baluartes sociales, como se hace en otros países con personas de la tercera edad; pero en México estamos muy lejos de llegar a ese nivel de reconocimiento.

¿Qué nos ha faltado? Sin duda nuestra capacidad para agradecer a nuestros viejos por la vida que nos dieron. Habrá que pensar en qué momento se perdió el rumbo.