/ domingo 13 de diciembre de 2020

Sin medias tintas | Cambia, todo cambia

Vivimos tiempos extraordinarios. Tiempos en donde la vida y la muerte están separadas por un virus de distancia. Llevará tiempo el darnos cuenta de las implicaciones de este período en que hemos estado confinados por la pandemia, y más llevará todavía en asimilarlas. Sin duda habrá consecuencias de lo que estamos viviendo.

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El mundo ya no será el mismo, y nosotros vamos detrás de él. Nadie se atreve a ser específico acerca de lo que vendrá, pero todos coinciden en que algo sucederá. Ni el anuncio de la vacuna y sus jornadas de aplicación han logrado aplacar la incertidumbre.

Lo que sí es cierto es que muchas de las actividades que trajo consigo la pandemia permanecerán: el trabajo en casa, la sana distancia, el lavado constante de manos, los protocolos de salud, las precauciones, y otras tantas.

También hay certeza de que las clases en línea continuarán durante el próximo año y que habrá consecuencias por la inactividad del sector productivo.

Veremos además varios desequilibrios emocionales de pronóstico reservado. De hecho ya la misma OMS había advertido en el 2017 que la depresión fue la segunda causa de muerte entre los jóvenes durante ese año y por ello se había convertido en una enfermedad de preocupación mundial. Con la pandemia seguramente se afianzará nuevamente en los primeros lugares, pero no sólo en la juventud.

A estas alturas se requiere de las neoliberales empatía y resiliencia no sólo para salir victoriosos de la pandemia, sino vivos. Necesitamos ponernos en el lugar de otros para entenderlos e intentar hacerle frente a nuestros problemas con imaginación y creatividad; pero nos cuesta entender que si somos solidarios y unificamos criterios saldremos más rápido de este transe.

Insisto, México no estaba preparado culturalmente para esta clase de tragedias. Mientras que en los países asiáticos, por ejemplo, se le pide a la gente limitar sus salidas a sólo las esenciales, en nuestro país se van a la playa o de vacaciones para «tirar el estrés».

No sé si desde la salud hayamos visto lo peor de la pandemia; pero al menos desde el punto de vista social, va ganando la indiferencia. Y cuando una sociedad alcanza ese nivel, ya no hay remedio; nos quedaremos estancados en la repartición de culpas y seremos incapaces de avanzar como nación.

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Creo que aún estamos a tiempo de cambiar, corregir el rumbo y de modificar ese destino. Pero tenemos que comenzar ya y desde nuestras casas. Procrastinar no es una opción, porque ya hemos dejado para lo último demasiadas cosas y aquí estamos hablando de una acción que representa supervivencia.

«Cambia, todo cambia» dice la famosa canción, pero hay quienes no lo hacen ni por mantenerse vivos… y las consecuencias las sufrimos todos.

Vivimos tiempos extraordinarios. Tiempos en donde la vida y la muerte están separadas por un virus de distancia. Llevará tiempo el darnos cuenta de las implicaciones de este período en que hemos estado confinados por la pandemia, y más llevará todavía en asimilarlas. Sin duda habrá consecuencias de lo que estamos viviendo.

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El mundo ya no será el mismo, y nosotros vamos detrás de él. Nadie se atreve a ser específico acerca de lo que vendrá, pero todos coinciden en que algo sucederá. Ni el anuncio de la vacuna y sus jornadas de aplicación han logrado aplacar la incertidumbre.

Lo que sí es cierto es que muchas de las actividades que trajo consigo la pandemia permanecerán: el trabajo en casa, la sana distancia, el lavado constante de manos, los protocolos de salud, las precauciones, y otras tantas.

También hay certeza de que las clases en línea continuarán durante el próximo año y que habrá consecuencias por la inactividad del sector productivo.

Veremos además varios desequilibrios emocionales de pronóstico reservado. De hecho ya la misma OMS había advertido en el 2017 que la depresión fue la segunda causa de muerte entre los jóvenes durante ese año y por ello se había convertido en una enfermedad de preocupación mundial. Con la pandemia seguramente se afianzará nuevamente en los primeros lugares, pero no sólo en la juventud.

A estas alturas se requiere de las neoliberales empatía y resiliencia no sólo para salir victoriosos de la pandemia, sino vivos. Necesitamos ponernos en el lugar de otros para entenderlos e intentar hacerle frente a nuestros problemas con imaginación y creatividad; pero nos cuesta entender que si somos solidarios y unificamos criterios saldremos más rápido de este transe.

Insisto, México no estaba preparado culturalmente para esta clase de tragedias. Mientras que en los países asiáticos, por ejemplo, se le pide a la gente limitar sus salidas a sólo las esenciales, en nuestro país se van a la playa o de vacaciones para «tirar el estrés».

No sé si desde la salud hayamos visto lo peor de la pandemia; pero al menos desde el punto de vista social, va ganando la indiferencia. Y cuando una sociedad alcanza ese nivel, ya no hay remedio; nos quedaremos estancados en la repartición de culpas y seremos incapaces de avanzar como nación.

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Creo que aún estamos a tiempo de cambiar, corregir el rumbo y de modificar ese destino. Pero tenemos que comenzar ya y desde nuestras casas. Procrastinar no es una opción, porque ya hemos dejado para lo último demasiadas cosas y aquí estamos hablando de una acción que representa supervivencia.

«Cambia, todo cambia» dice la famosa canción, pero hay quienes no lo hacen ni por mantenerse vivos… y las consecuencias las sufrimos todos.