/ lunes 25 de noviembre de 2019

Sin medias tintas | Cuestiones que preocupan

Ser maestro es fenomenal. Pocas cosas son tan gratificantes como el tener la oportunidad de participar en la formación de las personas.

La profesión sin embargo también implica ser consciente de la alta responsabilidad por lo que se dice o fomenta en los estudiantes; es imposible prever el efecto de las palabras o las acciones.

Por eso se dice que con los alumnos, los profesores deben ser un poco de todo: psicólogos, orientadores, trabajadores sociales, incluso hasta padres.

No es fácil ser maestro; tiene su gracia.

Hoy, esa profesión, al igual que otras, está decayendo. Ni el maestro, ni el Estado en su momento —en la formación de docentes—, están haciendo su mejor esfuerzo por darle a los estudiantes las herramientas necesarias para enfrentarse a la vida. Pareciera que la frustración los está consumiendo.

Una desilusión a la que se llegó quizá por un modelo educativo poco funcional en la práctica, por desdén ante la poca valoración del trabajo docente, o simplemente porque la vida social se ha transformado tanto que ven preferible no inmiscuirse con los padres de familia.

Cualesquiera que sean las razones, el asunto es preocupante.

Al ingresar a la preparatoria, es normal ver que los jóvenes desconocen cómo realizar operaciones matemáticas básicas sin calculadora; reconozcan las figuras geométricas y las partes que las componen; sepan cómo utilizar un juego geométrico; tengan la habilidad para ubicarse reconociendo los puntos cardinales; lean correctamente y sin fallas; escriban o se expresen con coherencia e ilación una idea; realicen una buena exposición sobre una tema; o presenten correctamente un documento escrito de cualquier tipo.

Y no hablemos de cultura general, porque entonces se incrementa la preocupación. No tienen idea de quiénes fueron los grandes filósofos o conquistadores de la antigüedad, y mucho menos saben de la existencia de las dos guerras mundiales y el holocausto, o porqué hay cuatro estaciones en el año. Es más, algunos no saben en qué planeta viven.

Así de serio está el asunto de la deficiencia en la formación de los estudiantes.

¿No me cree? Déjeme decirle que la semana pasada me preguntó un alumno cómo se veía la Tierra por el telescopio. Y pensando que había escuchado mal, le reviré: “¿O sea cómo se ve la Tierra cuando apuntas desde aquí un telescopio al cielo?” “Sí”, me contestó... Aún sigo en shock.

¿Y qué estamos haciendo para remediar esta situación?

Del Estado no podemos esperar gran cosa, ya que hacen falta muchos acuerdos para que se puedan establecer políticas públicas claras en materia de educación en el país. La Educación no es prioridad para la cuarta transformación y, por lo que se ve en el presupuesto 2020, tampoco lo será el próximo año.

Pero como padres sí podemos hacer algo. ¿Desde cuándo no revisa usted los cuadernos que llevan sus hijos a la escuela?, ¿Se da cuenta o está al pendiente de cómo hace sus apuntes o tareas? ¿Revisa usted que los haga cuando menos con orden y pulcritud?, ¿Qué valores le está enseñando usted en casa?

Recuerde, al final, lo único que le dejaremos a nuestros hijos será la educación y un mundo mejor para vivir. Construyámoslo junto con ellos, porque de lo contrario, tanto ellos como el mundo entero no alcanzarán la felicidad, que es el objetivo de la vida.

Ser maestro es fenomenal. Pocas cosas son tan gratificantes como el tener la oportunidad de participar en la formación de las personas.

La profesión sin embargo también implica ser consciente de la alta responsabilidad por lo que se dice o fomenta en los estudiantes; es imposible prever el efecto de las palabras o las acciones.

Por eso se dice que con los alumnos, los profesores deben ser un poco de todo: psicólogos, orientadores, trabajadores sociales, incluso hasta padres.

No es fácil ser maestro; tiene su gracia.

Hoy, esa profesión, al igual que otras, está decayendo. Ni el maestro, ni el Estado en su momento —en la formación de docentes—, están haciendo su mejor esfuerzo por darle a los estudiantes las herramientas necesarias para enfrentarse a la vida. Pareciera que la frustración los está consumiendo.

Una desilusión a la que se llegó quizá por un modelo educativo poco funcional en la práctica, por desdén ante la poca valoración del trabajo docente, o simplemente porque la vida social se ha transformado tanto que ven preferible no inmiscuirse con los padres de familia.

Cualesquiera que sean las razones, el asunto es preocupante.

Al ingresar a la preparatoria, es normal ver que los jóvenes desconocen cómo realizar operaciones matemáticas básicas sin calculadora; reconozcan las figuras geométricas y las partes que las componen; sepan cómo utilizar un juego geométrico; tengan la habilidad para ubicarse reconociendo los puntos cardinales; lean correctamente y sin fallas; escriban o se expresen con coherencia e ilación una idea; realicen una buena exposición sobre una tema; o presenten correctamente un documento escrito de cualquier tipo.

Y no hablemos de cultura general, porque entonces se incrementa la preocupación. No tienen idea de quiénes fueron los grandes filósofos o conquistadores de la antigüedad, y mucho menos saben de la existencia de las dos guerras mundiales y el holocausto, o porqué hay cuatro estaciones en el año. Es más, algunos no saben en qué planeta viven.

Así de serio está el asunto de la deficiencia en la formación de los estudiantes.

¿No me cree? Déjeme decirle que la semana pasada me preguntó un alumno cómo se veía la Tierra por el telescopio. Y pensando que había escuchado mal, le reviré: “¿O sea cómo se ve la Tierra cuando apuntas desde aquí un telescopio al cielo?” “Sí”, me contestó... Aún sigo en shock.

¿Y qué estamos haciendo para remediar esta situación?

Del Estado no podemos esperar gran cosa, ya que hacen falta muchos acuerdos para que se puedan establecer políticas públicas claras en materia de educación en el país. La Educación no es prioridad para la cuarta transformación y, por lo que se ve en el presupuesto 2020, tampoco lo será el próximo año.

Pero como padres sí podemos hacer algo. ¿Desde cuándo no revisa usted los cuadernos que llevan sus hijos a la escuela?, ¿Se da cuenta o está al pendiente de cómo hace sus apuntes o tareas? ¿Revisa usted que los haga cuando menos con orden y pulcritud?, ¿Qué valores le está enseñando usted en casa?

Recuerde, al final, lo único que le dejaremos a nuestros hijos será la educación y un mundo mejor para vivir. Construyámoslo junto con ellos, porque de lo contrario, tanto ellos como el mundo entero no alcanzarán la felicidad, que es el objetivo de la vida.