/ jueves 18 de agosto de 2022

Sin medias tintas | De jaguares a cimarrones

Una gran parte de la gobernabilidad de México está supeditada al contenido de las mañaneras del Presidente. Durante dos o tres horas se expone la versión de la realidad transformada del país a través de los temas prioritarios del día, y estos se explican a modo, en un evidente esquema de preguntas sembradas.

No se puede contravenir al Presidente mientras sus otros datos —aunque no los muestre— se crean moralmente superiores y tengan cabida en el resentimiento de la gente. Porque para los fervientes feligreses no hay nada más; los dichos del Presidente reflejan la realidad. Mientras que para los críticos —oposición— serán los cebos del debate cotidiano.

Quienes hoy gobiernan conocen el secreto para mantener ‘vivo’ un tema de debate cuya intención sea desprestigiar al gobierno. No podría explicarse de otra forma el peso en la opinión pública de la casa blanca, Ayotzinapa, el ‘toallagate’, la estafa maestra, entre otras. Pero de igual manera conocen, y hoy practican, las técnicas para mantener alejados los temas prioritarios.

El método de la imposición ideológica basada en el resentimiento no es nada nuevo, y continuará presentándose mientras existan personas creyentes de que el gobierno ha sido un obstáculo para alcanzar la felicidad individual.

Gobernar con pura saliva o gobernar ignorando la realidad tiene un costo. Un precio que por desgracia todos terminaremos pagando y, de seguro, los que menos tienen serán los más afectados. Esa estrategia se replica en todos los estados del país gobernados por el mismo partido del Presidente. Desde la hora del jaguar hasta las conferencias agendadas cada semana por las autoridades estatales.

Los gobernadores usan los espacios de comunicación para hacer grandes anuncios, denostar a la oposición y ensalzar a la transformación, así como para justificar ineficiencias o falta de operatividad gubernamental. Miles y millones de pesos danzan ante la gente que escucha y les dicen que se invertirán aquí y allá, pero a la fecha no hay nada tangible, solo palabras.

La realidad es que el dinero destinado a los estados será utilizado por el gobierno federal para los proyectos emblemáticos en marcha y para los programas sociales previos a las elecciones del 2024. Los gobernadores ya saben de esta decisión del presidente, y solo les quedará endeudarse ofreciendo en garantía los ingresos propios.

Prácticamente no habrá participaciones federales para los estados gobernados por la transformación, ni para los municipios, sin importar partido. Lo único que podrán hacer será apalancarse de las acciones del gobierno federal, e informar con muchas palabras y pocos datos tangibles cómo han arreglado la increíble corrupción que supuestamente encontraron pero que no se ve reflejada con ninguna aprehensión de servidores públicos.

La transformación descarada del país avizora los peores índices de corrupción, la mayor inflación en décadas, la más elevada ausencia de inversiones, los mayores índices de pobreza extrema, las más altas tasas de mortalidad por Covid-19, la más alta opacidad en compras y licitaciones, la mayor cantidad de muertos por la violencia y, por si fuera poco, amenazan con seguir.

Una gran parte de la gobernabilidad de México está supeditada al contenido de las mañaneras del Presidente. Durante dos o tres horas se expone la versión de la realidad transformada del país a través de los temas prioritarios del día, y estos se explican a modo, en un evidente esquema de preguntas sembradas.

No se puede contravenir al Presidente mientras sus otros datos —aunque no los muestre— se crean moralmente superiores y tengan cabida en el resentimiento de la gente. Porque para los fervientes feligreses no hay nada más; los dichos del Presidente reflejan la realidad. Mientras que para los críticos —oposición— serán los cebos del debate cotidiano.

Quienes hoy gobiernan conocen el secreto para mantener ‘vivo’ un tema de debate cuya intención sea desprestigiar al gobierno. No podría explicarse de otra forma el peso en la opinión pública de la casa blanca, Ayotzinapa, el ‘toallagate’, la estafa maestra, entre otras. Pero de igual manera conocen, y hoy practican, las técnicas para mantener alejados los temas prioritarios.

El método de la imposición ideológica basada en el resentimiento no es nada nuevo, y continuará presentándose mientras existan personas creyentes de que el gobierno ha sido un obstáculo para alcanzar la felicidad individual.

Gobernar con pura saliva o gobernar ignorando la realidad tiene un costo. Un precio que por desgracia todos terminaremos pagando y, de seguro, los que menos tienen serán los más afectados. Esa estrategia se replica en todos los estados del país gobernados por el mismo partido del Presidente. Desde la hora del jaguar hasta las conferencias agendadas cada semana por las autoridades estatales.

Los gobernadores usan los espacios de comunicación para hacer grandes anuncios, denostar a la oposición y ensalzar a la transformación, así como para justificar ineficiencias o falta de operatividad gubernamental. Miles y millones de pesos danzan ante la gente que escucha y les dicen que se invertirán aquí y allá, pero a la fecha no hay nada tangible, solo palabras.

La realidad es que el dinero destinado a los estados será utilizado por el gobierno federal para los proyectos emblemáticos en marcha y para los programas sociales previos a las elecciones del 2024. Los gobernadores ya saben de esta decisión del presidente, y solo les quedará endeudarse ofreciendo en garantía los ingresos propios.

Prácticamente no habrá participaciones federales para los estados gobernados por la transformación, ni para los municipios, sin importar partido. Lo único que podrán hacer será apalancarse de las acciones del gobierno federal, e informar con muchas palabras y pocos datos tangibles cómo han arreglado la increíble corrupción que supuestamente encontraron pero que no se ve reflejada con ninguna aprehensión de servidores públicos.

La transformación descarada del país avizora los peores índices de corrupción, la mayor inflación en décadas, la más elevada ausencia de inversiones, los mayores índices de pobreza extrema, las más altas tasas de mortalidad por Covid-19, la más alta opacidad en compras y licitaciones, la mayor cantidad de muertos por la violencia y, por si fuera poco, amenazan con seguir.