/ miércoles 13 de mayo de 2020

Sin medias tintas | Doble moral

En 1969 llegamos a la Luna y se enterró por primera vez en la selenita una bandera. Un gran salto para el hombre, un pequeño salto para la humanidad. Las computadoras que dirigían el módulo lunar ‘Eagle’ no tenían ni de broma la capacidad de procesamiento que hoy tiene un simple teléfono ‘inteligente’.

Fuimos capaces incluso de descifrar en 2003 el genoma humano, y con ese conocimiento se puede seguir el rastro genético de cualquier habitante sobre este planeta, sin importar si vive en Siberia o la Patagonia.

ACCEDE A NUESTRA EDICIÓN DIGITAL EN UN SOLO LUGAR Y DESDE CUALQUIER DISPOSITIVO ¡SUSCRÍBETE AQUÍ!

También fuimos capaces de lanzar naves de exploración a otros planetas, en un intento por responder a la eterna pregunta de si estamos solos en el Universo, y de las cuales las más célebres son la Voyager 1 y 2. Estas naves completan ya 40 años de un largo viaje. La Voyager 1 entró en el 2012 al espacio interestelar (la región entre estrellas) y la Voyager 2 hizo lo propio en el 2018, y aún siguen enviando señales con información importante de su largo viaje.

Pero ninguno de estos grandes avances tecnológicos significan hoy nada para la humanidad; el virus SARS-CoV-2 la tiene de rodillas. Su presencia sólo vino a darle un nuevo significado a la expresión de permanecer con vida y ha expuesto abiertamente la vulnerabilidad del hombre ante un organismo del cual se ha debatido durante decenas de años si es o no un ser vivo. Y de hecho, habría que replantearse si vale la pena entrar en los detalles a dicho debate ante las consecuencias que vive el planeta por su presencia.

Todo cambiará después de este periodo. Y mientras no exista una vacuna contra el virus, no podremos abrazarnos ni tener cualquier otro contacto físico entre nosotros. Hasta peligra la máxima de Aristóteles de que el hombre es un ser social… hasta que aparezca un virus.

Aunque quizá tampoco no sea para tanto o tan alarmante porque desde antes del virus muchos ya ni nos abrazábamos ni tocábamos, ante el recelo de que tales acciones se vieran inmorales o pro acosadoras. Los profesores ya no podíamos darle esa palmadita al hombro del alumno cuando hacía algo bien o reaccionaba motivando un cambio de actitud, o debíamos separar al alumno cuando nos abrazaba con cariño y gratitud.

Tampoco los padres abrazábamos con frecuencia a los hijos porque ya ‘son grandes’ y pensamos que no es necesario darles cariño. Incluso también estaba prohibido decirle “guapa” o “princesa” a una compañera de trabajo sin su permiso expreso y firmado con sangre, so pena de ser un acosador.

Todo en el mundo debe tener un equilibrio y un organismo microscópico vino a recordarnos que quizá algo no estamos haciendo bien.


En 1969 llegamos a la Luna y se enterró por primera vez en la selenita una bandera. Un gran salto para el hombre, un pequeño salto para la humanidad. Las computadoras que dirigían el módulo lunar ‘Eagle’ no tenían ni de broma la capacidad de procesamiento que hoy tiene un simple teléfono ‘inteligente’.

Fuimos capaces incluso de descifrar en 2003 el genoma humano, y con ese conocimiento se puede seguir el rastro genético de cualquier habitante sobre este planeta, sin importar si vive en Siberia o la Patagonia.

ACCEDE A NUESTRA EDICIÓN DIGITAL EN UN SOLO LUGAR Y DESDE CUALQUIER DISPOSITIVO ¡SUSCRÍBETE AQUÍ!

También fuimos capaces de lanzar naves de exploración a otros planetas, en un intento por responder a la eterna pregunta de si estamos solos en el Universo, y de las cuales las más célebres son la Voyager 1 y 2. Estas naves completan ya 40 años de un largo viaje. La Voyager 1 entró en el 2012 al espacio interestelar (la región entre estrellas) y la Voyager 2 hizo lo propio en el 2018, y aún siguen enviando señales con información importante de su largo viaje.

Pero ninguno de estos grandes avances tecnológicos significan hoy nada para la humanidad; el virus SARS-CoV-2 la tiene de rodillas. Su presencia sólo vino a darle un nuevo significado a la expresión de permanecer con vida y ha expuesto abiertamente la vulnerabilidad del hombre ante un organismo del cual se ha debatido durante decenas de años si es o no un ser vivo. Y de hecho, habría que replantearse si vale la pena entrar en los detalles a dicho debate ante las consecuencias que vive el planeta por su presencia.

Todo cambiará después de este periodo. Y mientras no exista una vacuna contra el virus, no podremos abrazarnos ni tener cualquier otro contacto físico entre nosotros. Hasta peligra la máxima de Aristóteles de que el hombre es un ser social… hasta que aparezca un virus.

Aunque quizá tampoco no sea para tanto o tan alarmante porque desde antes del virus muchos ya ni nos abrazábamos ni tocábamos, ante el recelo de que tales acciones se vieran inmorales o pro acosadoras. Los profesores ya no podíamos darle esa palmadita al hombro del alumno cuando hacía algo bien o reaccionaba motivando un cambio de actitud, o debíamos separar al alumno cuando nos abrazaba con cariño y gratitud.

Tampoco los padres abrazábamos con frecuencia a los hijos porque ya ‘son grandes’ y pensamos que no es necesario darles cariño. Incluso también estaba prohibido decirle “guapa” o “princesa” a una compañera de trabajo sin su permiso expreso y firmado con sangre, so pena de ser un acosador.

Todo en el mundo debe tener un equilibrio y un organismo microscópico vino a recordarnos que quizá algo no estamos haciendo bien.