/ lunes 21 de octubre de 2019

Sin medias tintas | El lobo, el lobo

Por supuesto, tenía que escribir acerca de los acontecimientos de Sinaloa de Guzmán… ¿Quién no ha escrito de ello? Es el tema en boca de todos.

La pregunta es básicamente una: ¿El Estado hizo bien o no su trabajo para detener al hijo de “El Chapo” Guzmán? Deje usted cualquier apasionamiento y céntrese en los aspectos de la Lógica para contestarla.

Se trató sin duda de un operativo muy mal planificado, en donde las fuerzas del Estado se vieron superadas por los narcotraficantes. Evidenciando, entre otras cosas, la falta de inteligencia para llevar a cabo una acción de semejante envergadura.

No iban precisamente por el dueño de una tortillería o un evasor fiscal. No. Iban por el hijo de uno de los más importantes narcotraficantes del país que, hasta donde se sabe, es el heredero del imperio creado por su padre encarcelado en Estados Unidos.

Quizá un refrán pueda ayudarnos a entender mejor la clase de operativo que debió planificarse: Dependiendo del sapo, la pedrada.

Como ve, hasta el sentido común y el verso popular nos pueden ayudar a planificar una captura como la del pasado jueves. ¿Por qué entonces las cosas salieron tan mal en Culiacán, con saldo de ocho muertos, entre ellos dos civiles?

Si en la administración de Peña Nieto cuando se recapturó al Chapo Guzmán no hubo un solo muerto, ¿cómo le hicieron los neoliberales? ¿No se supone que el cambio de régimen era para mejorar? Es más, los narcotraficantes debieron entregarse ante las promesas del nuevo gobierno. Pero no. Ilusos.

Las versiones que hasta hoy han dado las autoridades federales que participaron en el operativo, tienen visos de justificación y, lo peor, es que algunas se contradicen. Eso no debe suceder, menos tratándose de quienes combaten la inseguridad.

No es aceptable que el Secretario de la Defensa Nacional reconozca que algunos elementos de la Guardia Nacional se precipitaron al cumplimentar la orden de aprehensión. Los militares no hacen eso. Para mí que ni enterado estaba. Tampoco es aceptable que la autoridad reconozca que sus fuerzas fueron rebasadas por las del narco. Mucho menos es aceptable que los narcos tuvieran la posibilidad de utilizar a los familiares de los soldados y a los propios elementos como monedas de cambio pro liberación del capo.

No haré referencia a que el actual gobierno de la hoy Sinaloa de Guzmán no fue notificado del operativo —para evitar que por extensión me diga usted priista— y pudiera proporcionar información estratégica que hubiese ayudado a un mejor control de la situación.

Recuerde, sólo nos estamos centrando en la pregunta base de si se hizo o no un buen trabajo para detener a Ovidio Guzmán. De esa respuesta pueden seguir todos los análisis posteriores.

Por los resultados se entiende que no fue un buen trabajo. De hecho, sólo hay tres palabras para explicar lo sucedido en Culiacán el jueves 17 de octubre: Un descomunal fracaso.

¿Por qué? Pues, además de lo ya expuesto, por la liberación de reos del penal de Culiacán, la muerte de personas, el secuestro de soldados y familiares, la intranquilidad de la gente de la ciudad, por dejar libre al objetivo del operativo y, lo peor, los nuevos narcocorridos burlándose del Gobierno… y de la buena música.

Y recuerde, si usted cría gallinas y algún lobo cae en una de las trampas colocadas por usted, suéltelo. Vale más la vida de las gallinas que la de un delincuente… A como vamos, tendremos que cambiar la composición Pedro y el lobo, de Prokófiev.

Por supuesto, tenía que escribir acerca de los acontecimientos de Sinaloa de Guzmán… ¿Quién no ha escrito de ello? Es el tema en boca de todos.

La pregunta es básicamente una: ¿El Estado hizo bien o no su trabajo para detener al hijo de “El Chapo” Guzmán? Deje usted cualquier apasionamiento y céntrese en los aspectos de la Lógica para contestarla.

Se trató sin duda de un operativo muy mal planificado, en donde las fuerzas del Estado se vieron superadas por los narcotraficantes. Evidenciando, entre otras cosas, la falta de inteligencia para llevar a cabo una acción de semejante envergadura.

No iban precisamente por el dueño de una tortillería o un evasor fiscal. No. Iban por el hijo de uno de los más importantes narcotraficantes del país que, hasta donde se sabe, es el heredero del imperio creado por su padre encarcelado en Estados Unidos.

Quizá un refrán pueda ayudarnos a entender mejor la clase de operativo que debió planificarse: Dependiendo del sapo, la pedrada.

Como ve, hasta el sentido común y el verso popular nos pueden ayudar a planificar una captura como la del pasado jueves. ¿Por qué entonces las cosas salieron tan mal en Culiacán, con saldo de ocho muertos, entre ellos dos civiles?

Si en la administración de Peña Nieto cuando se recapturó al Chapo Guzmán no hubo un solo muerto, ¿cómo le hicieron los neoliberales? ¿No se supone que el cambio de régimen era para mejorar? Es más, los narcotraficantes debieron entregarse ante las promesas del nuevo gobierno. Pero no. Ilusos.

Las versiones que hasta hoy han dado las autoridades federales que participaron en el operativo, tienen visos de justificación y, lo peor, es que algunas se contradicen. Eso no debe suceder, menos tratándose de quienes combaten la inseguridad.

No es aceptable que el Secretario de la Defensa Nacional reconozca que algunos elementos de la Guardia Nacional se precipitaron al cumplimentar la orden de aprehensión. Los militares no hacen eso. Para mí que ni enterado estaba. Tampoco es aceptable que la autoridad reconozca que sus fuerzas fueron rebasadas por las del narco. Mucho menos es aceptable que los narcos tuvieran la posibilidad de utilizar a los familiares de los soldados y a los propios elementos como monedas de cambio pro liberación del capo.

No haré referencia a que el actual gobierno de la hoy Sinaloa de Guzmán no fue notificado del operativo —para evitar que por extensión me diga usted priista— y pudiera proporcionar información estratégica que hubiese ayudado a un mejor control de la situación.

Recuerde, sólo nos estamos centrando en la pregunta base de si se hizo o no un buen trabajo para detener a Ovidio Guzmán. De esa respuesta pueden seguir todos los análisis posteriores.

Por los resultados se entiende que no fue un buen trabajo. De hecho, sólo hay tres palabras para explicar lo sucedido en Culiacán el jueves 17 de octubre: Un descomunal fracaso.

¿Por qué? Pues, además de lo ya expuesto, por la liberación de reos del penal de Culiacán, la muerte de personas, el secuestro de soldados y familiares, la intranquilidad de la gente de la ciudad, por dejar libre al objetivo del operativo y, lo peor, los nuevos narcocorridos burlándose del Gobierno… y de la buena música.

Y recuerde, si usted cría gallinas y algún lobo cae en una de las trampas colocadas por usted, suéltelo. Vale más la vida de las gallinas que la de un delincuente… A como vamos, tendremos que cambiar la composición Pedro y el lobo, de Prokófiev.