/ lunes 17 de diciembre de 2018

Sin medias tintas | ¿El nopal de enfrente o el nopal de la frente?

A partir del 1 de diciembre todos tenemos la obligación de portarnos bien. Así está establecido en las normas morales propuestas por el presidente de la República.

Por desgracia, parece que muchos mexicanos no le están haciendo caso.

No sé usted, pero yo sí me porto bien. Me levanto temprano, me baño, voy a dar clases, tomo café, regreso, desayuno, me lavo los dientes, voy al otro trabajo, leo, escribo, reviso, regreso, como, me regreso al trabajo, convivo con mis vecinos, tomo té, ceno, leo, me acuesto y me duermo.

Durante el transcurso de esas actividades, procuro manejar con precaución y no usar el celular, respeto las señales de tránsito, y doy los buenos días y buenas tardes a todos.

Y así como quien escribe, supongo que muchos de los amables lectores también se portan bien.

¿Qué pasa entonces? ¿Por qué estamos como estamos?

Si bien somos muchos los que nos portamos bien, hay otros tantos que no le interesa e insisten en portarse mal. Quizá porque tuvieron un incómodo despertar o alguna frustración los conduce por ese camino; o quizá, en el peor de los casos, no recibieron los chanclazos correctos en el momento oportuno.

Los que nos portamos bien debemos ser tolerantes con quienes se portan mal. No podemos esperar lo contrario, porque la intolerancia está dentro del mal.

Esa ética individual, como lo he repetido en varias ocasiones, es producto de la educación recibida al interior de la familia y de la formación en la escuela; no se genera espontáneamente. Algunos padres deciden no atender este aspecto tan importante de la vida de los niños, en espera de que lo emocional lo aprenda solo, cuando se convierta en adulto. El detalle está en que la sociedad padecerá las consecuencias de esa inatención.

Entonces, no debe extrañarnos que durante el aprendizaje de lo emocional las personas seleccionen rutas inapropiadas para el bienestar de la colectividad. Esto se debe a que las acciones de los que se portan mal son más atrayentes y sencillas y, al ser más simples, se propagan más rápido.

México es reconocido por ser uno de los países de América donde la gente es más feliz, y con el razonamiento anterior se entiende el porqué. Al final de cuentas, los mexicanos podemos hacer lo que queramos y sin recibir sanción alguna cuando nuestras acciones son contrarias a lo establecido. Sería más profundo el análisis si incluyera aspectos culturales de los mexicanos, pero sirve para darnos una idea del camino que está tomando la sociedad actual.

Poseemos los estigmas de ingeniosos y alegres, pero también de oportunistas, y habría que sopesarlos como sociedad. Hace días, por ejemplo, mi hermana rechazó comprar tres pencas de nopal por 10 pesos argumentando que le parecía caro. Otra persona que pasaba en ese momento le dijo: “¿Para qué anda comprando nopales… si su vecina tiene lleno de nopales en su terreno? Todo es cuestión de que se cruce la calle, al cabo que no se da cuenta”.

Como ve, es fácil; solo necesita cruzar la calle y agarrarlos. Dependerá de uno si desea llevar los nopales de enfrente o llevar ese nopal en la frente que nos identifica… y nos ha hecho tanto daño.

A partir del 1 de diciembre todos tenemos la obligación de portarnos bien. Así está establecido en las normas morales propuestas por el presidente de la República.

Por desgracia, parece que muchos mexicanos no le están haciendo caso.

No sé usted, pero yo sí me porto bien. Me levanto temprano, me baño, voy a dar clases, tomo café, regreso, desayuno, me lavo los dientes, voy al otro trabajo, leo, escribo, reviso, regreso, como, me regreso al trabajo, convivo con mis vecinos, tomo té, ceno, leo, me acuesto y me duermo.

Durante el transcurso de esas actividades, procuro manejar con precaución y no usar el celular, respeto las señales de tránsito, y doy los buenos días y buenas tardes a todos.

Y así como quien escribe, supongo que muchos de los amables lectores también se portan bien.

¿Qué pasa entonces? ¿Por qué estamos como estamos?

Si bien somos muchos los que nos portamos bien, hay otros tantos que no le interesa e insisten en portarse mal. Quizá porque tuvieron un incómodo despertar o alguna frustración los conduce por ese camino; o quizá, en el peor de los casos, no recibieron los chanclazos correctos en el momento oportuno.

Los que nos portamos bien debemos ser tolerantes con quienes se portan mal. No podemos esperar lo contrario, porque la intolerancia está dentro del mal.

Esa ética individual, como lo he repetido en varias ocasiones, es producto de la educación recibida al interior de la familia y de la formación en la escuela; no se genera espontáneamente. Algunos padres deciden no atender este aspecto tan importante de la vida de los niños, en espera de que lo emocional lo aprenda solo, cuando se convierta en adulto. El detalle está en que la sociedad padecerá las consecuencias de esa inatención.

Entonces, no debe extrañarnos que durante el aprendizaje de lo emocional las personas seleccionen rutas inapropiadas para el bienestar de la colectividad. Esto se debe a que las acciones de los que se portan mal son más atrayentes y sencillas y, al ser más simples, se propagan más rápido.

México es reconocido por ser uno de los países de América donde la gente es más feliz, y con el razonamiento anterior se entiende el porqué. Al final de cuentas, los mexicanos podemos hacer lo que queramos y sin recibir sanción alguna cuando nuestras acciones son contrarias a lo establecido. Sería más profundo el análisis si incluyera aspectos culturales de los mexicanos, pero sirve para darnos una idea del camino que está tomando la sociedad actual.

Poseemos los estigmas de ingeniosos y alegres, pero también de oportunistas, y habría que sopesarlos como sociedad. Hace días, por ejemplo, mi hermana rechazó comprar tres pencas de nopal por 10 pesos argumentando que le parecía caro. Otra persona que pasaba en ese momento le dijo: “¿Para qué anda comprando nopales… si su vecina tiene lleno de nopales en su terreno? Todo es cuestión de que se cruce la calle, al cabo que no se da cuenta”.

Como ve, es fácil; solo necesita cruzar la calle y agarrarlos. Dependerá de uno si desea llevar los nopales de enfrente o llevar ese nopal en la frente que nos identifica… y nos ha hecho tanto daño.