/ sábado 2 de enero de 2021

Sin medias tintas | El vacío

Nuestra infancia nos define, decía Freud. Y tenía razón.

Lo que hoy somos es el resultado de lo que vivimos cuando niños. Historial, le llaman los programas de recuperación emocional.

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Así, si cuando niños nos regañaron por preguntar mucho, ya de adultos evitaremos hacer cuestionamientos. O bien, si cuando niños nos festejaban el vocabulario y el comportamiento vulgar, de grandes seguiremos haciendo lo mismo a la espera de que alguien lo apruebe.

No es muy difícil de entender. Ah, pero qué complicado es asimilarlo, porque para hacerlo es necesario desprendernos del egoísmo y aceptar que no hay culpables.

Todos los escapes de la inaceptable realidad —léase el uso de drogas— tienen su origen en ese preciso instante fatídico de cuando algo no salió tan bien como se esperaba. Por supuesto, lo más sencillo sería si cada uno al nacer trajera consigo un manual de vida para saber qué hacer y a qué edad.

Aunque resulte difícil de creer, ese instante fatídico crea un vacío emocional, que puede agrandarse si no se atiende a tiempo. Y es la imposibilidad de encontrar algo que llene ese vacío lo que motiva esas escapatorias momentáneas del presente.

De todos nosotros debería ser motivo de preocupación lo que está sucediendo con los jóvenes hermosillenses de entre 16 y 22 años. La iniciación en el consumo de cannabis, por ejemplo, se presenta cada vez a menor edad.

Algo no estamos haciendo bien.

Debemos partir de la generación de confianza en los hijos para que puedan decirnos todo lo que sienten sin juzgarlos, y en acciones coordinadas con los docentes, reforzar en las escuelas estas cuestiones emocionales. Pero para eso debemos aprender a ser padres y pedirle al Estado que haga su parte… En otras palabras: quién sabe para cuándo.

La cuestión es que esos jóvenes seguirán creciendo y muchos transmitirán lo aprendido a sus propios hijos.

¿Cuándo terminará ese ciclo vicioso? Hasta que nos pongamos todos de acuerdo. Cuando dialoguemos abiertamente como sociedad y reconozcamos el problema.

Hay que hacerlo pronto, porque los jóvenes no se detienen ahí. La necesidad de llenar ese vacío los conduce a caminos más inciertos y a probar otras sustancias. Y con la pandemia el asunto se agrava si le agregamos la depresión como factor, se incrementa el consumo y por ende los problemas con las familias.

“La weed está escasa en Hermosillo”, me comentaba un joven vecino que tiene un enorme vacío emocional, “quizá sea hora de probar otras cosas”.

- ¿Por qué no pruebas mejor a comunicarte con tus padres? —le pregunté.

- Nel, ya no tiene remedio mi jefe.

Apenas tiene 19 años y ya cree que no hay solución al problema.

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Los buenos elementos del magisterio tienen más de 40 años esperando a que la educación cambie y todavía albergan la esperanza.

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Así, si cuando niños nos regañaron por preguntar mucho, ya de adultos evitaremos hacer cuestionamientos. O bien, si cuando niños nos festejaban el vocabulario y el comportamiento vulgar, de grandes seguiremos haciendo lo mismo a la espera de que alguien lo apruebe.

No es muy difícil de entender. Ah, pero qué complicado es asimilarlo, porque para hacerlo es necesario desprendernos del egoísmo y aceptar que no hay culpables.

Todos los escapes de la inaceptable realidad —léase el uso de drogas— tienen su origen en ese preciso instante fatídico de cuando algo no salió tan bien como se esperaba. Por supuesto, lo más sencillo sería si cada uno al nacer trajera consigo un manual de vida para saber qué hacer y a qué edad.

Aunque resulte difícil de creer, ese instante fatídico crea un vacío emocional, que puede agrandarse si no se atiende a tiempo. Y es la imposibilidad de encontrar algo que llene ese vacío lo que motiva esas escapatorias momentáneas del presente.

De todos nosotros debería ser motivo de preocupación lo que está sucediendo con los jóvenes hermosillenses de entre 16 y 22 años. La iniciación en el consumo de cannabis, por ejemplo, se presenta cada vez a menor edad.

Algo no estamos haciendo bien.

Debemos partir de la generación de confianza en los hijos para que puedan decirnos todo lo que sienten sin juzgarlos, y en acciones coordinadas con los docentes, reforzar en las escuelas estas cuestiones emocionales. Pero para eso debemos aprender a ser padres y pedirle al Estado que haga su parte… En otras palabras: quién sabe para cuándo.

La cuestión es que esos jóvenes seguirán creciendo y muchos transmitirán lo aprendido a sus propios hijos.

¿Cuándo terminará ese ciclo vicioso? Hasta que nos pongamos todos de acuerdo. Cuando dialoguemos abiertamente como sociedad y reconozcamos el problema.

Hay que hacerlo pronto, porque los jóvenes no se detienen ahí. La necesidad de llenar ese vacío los conduce a caminos más inciertos y a probar otras sustancias. Y con la pandemia el asunto se agrava si le agregamos la depresión como factor, se incrementa el consumo y por ende los problemas con las familias.

“La weed está escasa en Hermosillo”, me comentaba un joven vecino que tiene un enorme vacío emocional, “quizá sea hora de probar otras cosas”.

- ¿Por qué no pruebas mejor a comunicarte con tus padres? —le pregunté.

- Nel, ya no tiene remedio mi jefe.

Apenas tiene 19 años y ya cree que no hay solución al problema.

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