/ lunes 14 de octubre de 2019

Sin medias tintas || Hermosillo seguro

¿Qué tan seguro se siente usted en su casa?

Todos nos sentimos bien en casa. De hecho, es común que cuando conducimos de regreso a nuestro hogar lo hagamos más rápido, y no dude usted de que durante ese trayecto se presenten más accidentes viales.

Es una cuestión psicológica inconsciente.

Nuestra casa representa el espacio personal donde nos sentimos completamente libres, tranquilos y seguros. Pero esas sensaciones terminan por completo cuando se sufre una intrusión. Cuando un ladrón ingresa al hogar, la intranquilidad se apodera de usted, y hace hasta lo indecible para proteger a su familia y propiedades.

Desde las cámaras de vigilancia hasta el alambre de navajas en el perímetro, buscará implementar toda clase de medidas para incrementar la seguridad de su casa; pero el daño ya está hecho, y tardará tiempo en alcanzar de nuevo las sensaciones que lo hacen sentirse cómodo.

Sin embargo, las cosas están cambiando… y no precisamente para mejorar.

Ahora la intranquilidad también se presenta cuando usted conoce de la presencia de un ladrón cerca de su casa, o en su colonia incluso. Se siente intranquilo cuando le da permiso a sus hijos para salir a jugar o a pasearse en esa bicicleta que le compró en Navidad.

Y esto es porque las condiciones de la justicia han cambiado en nuestro país. Con el nuevo sistema de justicia penal, ahora es más sencillo que los ladrones evadan la cárcel, y más tarda uno en atraparlos a que los suelten, porque fue su primer robo, no fue en flagrancia, errores del debido proceso, etcétera.

Como ciudadanos de bien, nos sentimos ofendidos ante semejante atropello a la convivencia; pero todos tenemos derechos, y los Derechos Humanos están por encima de cualquier otra cosa. La cuestión es que las instituciones del Estado (ente), tanto las responsables de ejercer la autoridad como las de procurar justicia, se vieron rápidamente rebasadas por ese nuevo sistema y apenas están entendiendo su funcionamiento.

Y justo cuando esto sucede, para terminarla de amolar, como decía mi abuela, ahora con la política de no represión ante la violencia, o el no ejercicio del uso legítimo de la fuerza por parte de la autoridad, la situación se está haciendo insostenible.

Ahora nos sentimos intranquilos en donde sea.

Por un lado, la Policía prefiere no presentar a los malandrines porque el juez de control terminará soltándolos. La Policía Estatal está abocada a quién sabe qué. La Guardia Nacional prefiere no entrometerse con el crimen organizado, porque no hay instrucción para ello.

Y mientras tanto, ¿dónde quedamos los ciudadanos?

Pues, ni modo, a encerrarnos detrás de las rejas; en las cárceles que nosotros mismos hemos adecuado y perfeccionado.

El Estado debe responderle al ciudadano. A estas alturas no es válida la repartición de culpas… ni llorar.

Se deben proponer soluciones si queremos llevar la fiesta en paz. Hermosillo, la capital del Estado lo requiere si deseamos un mejor lugar para vivir, porque al menos nadie merece pasar su vida en la intranquilidad.

Lo peor será que lleguemos al grado de vivir temerosos o con miedo. Entonces sí, ahí sería como en las guerras. ¿Y sabe quién gana después? Nadie.

¿Qué tan seguro se siente usted en su casa?

Todos nos sentimos bien en casa. De hecho, es común que cuando conducimos de regreso a nuestro hogar lo hagamos más rápido, y no dude usted de que durante ese trayecto se presenten más accidentes viales.

Es una cuestión psicológica inconsciente.

Nuestra casa representa el espacio personal donde nos sentimos completamente libres, tranquilos y seguros. Pero esas sensaciones terminan por completo cuando se sufre una intrusión. Cuando un ladrón ingresa al hogar, la intranquilidad se apodera de usted, y hace hasta lo indecible para proteger a su familia y propiedades.

Desde las cámaras de vigilancia hasta el alambre de navajas en el perímetro, buscará implementar toda clase de medidas para incrementar la seguridad de su casa; pero el daño ya está hecho, y tardará tiempo en alcanzar de nuevo las sensaciones que lo hacen sentirse cómodo.

Sin embargo, las cosas están cambiando… y no precisamente para mejorar.

Ahora la intranquilidad también se presenta cuando usted conoce de la presencia de un ladrón cerca de su casa, o en su colonia incluso. Se siente intranquilo cuando le da permiso a sus hijos para salir a jugar o a pasearse en esa bicicleta que le compró en Navidad.

Y esto es porque las condiciones de la justicia han cambiado en nuestro país. Con el nuevo sistema de justicia penal, ahora es más sencillo que los ladrones evadan la cárcel, y más tarda uno en atraparlos a que los suelten, porque fue su primer robo, no fue en flagrancia, errores del debido proceso, etcétera.

Como ciudadanos de bien, nos sentimos ofendidos ante semejante atropello a la convivencia; pero todos tenemos derechos, y los Derechos Humanos están por encima de cualquier otra cosa. La cuestión es que las instituciones del Estado (ente), tanto las responsables de ejercer la autoridad como las de procurar justicia, se vieron rápidamente rebasadas por ese nuevo sistema y apenas están entendiendo su funcionamiento.

Y justo cuando esto sucede, para terminarla de amolar, como decía mi abuela, ahora con la política de no represión ante la violencia, o el no ejercicio del uso legítimo de la fuerza por parte de la autoridad, la situación se está haciendo insostenible.

Ahora nos sentimos intranquilos en donde sea.

Por un lado, la Policía prefiere no presentar a los malandrines porque el juez de control terminará soltándolos. La Policía Estatal está abocada a quién sabe qué. La Guardia Nacional prefiere no entrometerse con el crimen organizado, porque no hay instrucción para ello.

Y mientras tanto, ¿dónde quedamos los ciudadanos?

Pues, ni modo, a encerrarnos detrás de las rejas; en las cárceles que nosotros mismos hemos adecuado y perfeccionado.

El Estado debe responderle al ciudadano. A estas alturas no es válida la repartición de culpas… ni llorar.

Se deben proponer soluciones si queremos llevar la fiesta en paz. Hermosillo, la capital del Estado lo requiere si deseamos un mejor lugar para vivir, porque al menos nadie merece pasar su vida en la intranquilidad.

Lo peor será que lleguemos al grado de vivir temerosos o con miedo. Entonces sí, ahí sería como en las guerras. ¿Y sabe quién gana después? Nadie.