/ lunes 21 de enero de 2019

Sin Medias Tintas | La Cartilla Moral

Immanuel Kant, uno de los pensadores más importantes de los últimos siglos, advertía sobre las ventajas de vivir en un estado de Derecho. En uno de sus textos sentenció que “hasta un pueblo de demonios preferiría vivir bajo un estado de Derecho que en un estado de naturaleza sin reglas, con tal de que tengan inteligencia”.

Sabemos que los demonios no tienen sensibilidad moral y no les interesaría ni la moral ni la justicia; pero Kant dice que hasta ese pueblo de demonios se daría cuenta de que le conviene vivir en un estado de reglas y leyes, porque se darían las condiciones del respeto mutuo, además de que cuando se vive en solitario se corre más riesgo de perder la vida.

Igual así, en nuestro gran país, debemos darnos cuenta de las ventajas de vivir bajo un esquema de normas en donde todos aprendamos a respetarlas, porque eso no solo aseguraría las condiciones para vivir en comunidad sino también nuestra supervivencia como nación.

Sin embargo, debemos reconocer que nos ha faltado a los mexicanos poner nuestra parte en este contrato social que firmamos cuando nos reconocernos como tales, e insistimos en no respetar las normas y las leyes. México está desmoralizado.

Y tal falta de moral se debe sin duda a la pérdida de legitimidad de la estructura del Estado, porque no se ha esforzado lo suficiente en alcanzar la justicia ante los actos de corrupción, fortaleciendo con ello la impunidad. Sin embargo, también creo que se debe a que los mexicanos no hemos alcanzado una “concepción moral política de la justicia” –como dice Rawls en su Teoría de la Justicia–, muy probablemente por la inexistencia de mínimos comunes de justicia. Es decir, entre todos los participantes de la sociedad mexicana no se ha acordado acerca de aquello que es justo.

Los partidos políticos cortaron de tajo el diálogo con sus representados y fijaron su actuación en intereses poco adecuados al bien común y, al igual que otras instituciones y actores sociales que se alejaron de la ética que les dio origen, se motivó con ello un vacío y una sensación de desamparo entre los mexicanos, que fueron suplidos por esperanzas en el actual presidente.

Lamentablemente las cosas siguen igual y así seguirán por mucho tiempo porque, como lo dije anteriormente, muchos mexicanos no han contribuido con su parte en esta búsqueda de factores de unidad que nos permitan vivir bajo un estado de Derecho, y la práctica de los valores encaminados al bien seguirán siendo parte de esos factores; pero si no respetamos la autoridad de nuestros padres en nuestras casas, ¿cómo respetaríamos otra clase de autoridad?

Sería interesante reflexionar acerca de lo que hubiera sucedido en Hidalgo si Jesucristo se hubiese plantado frente a quienes robaban combustible y les pidiera no hacerlo. ¿Habrían hecho caso y no hablaríamos de las decenas de muertos?

En el mismo sentido, la Cartilla Moral que está distribuyendo el actual gobierno de la cuarta transformación también podría ser un llamado a misa. No hay seguridad de que lo ahí escrito lo ponga en práctica una sociedad todavía desmoralizada. El nuevo gobierno cree que las esperanzas de la sociedad pueden sintetizarse en un libro escrito hace 50 años. La historia les demostrará que esa óptica está equivocada.

Así, tendremos que seguir esperando al gobierno que canalice correctamente las emociones de los mexicanos.

Immanuel Kant, uno de los pensadores más importantes de los últimos siglos, advertía sobre las ventajas de vivir en un estado de Derecho. En uno de sus textos sentenció que “hasta un pueblo de demonios preferiría vivir bajo un estado de Derecho que en un estado de naturaleza sin reglas, con tal de que tengan inteligencia”.

Sabemos que los demonios no tienen sensibilidad moral y no les interesaría ni la moral ni la justicia; pero Kant dice que hasta ese pueblo de demonios se daría cuenta de que le conviene vivir en un estado de reglas y leyes, porque se darían las condiciones del respeto mutuo, además de que cuando se vive en solitario se corre más riesgo de perder la vida.

Igual así, en nuestro gran país, debemos darnos cuenta de las ventajas de vivir bajo un esquema de normas en donde todos aprendamos a respetarlas, porque eso no solo aseguraría las condiciones para vivir en comunidad sino también nuestra supervivencia como nación.

Sin embargo, debemos reconocer que nos ha faltado a los mexicanos poner nuestra parte en este contrato social que firmamos cuando nos reconocernos como tales, e insistimos en no respetar las normas y las leyes. México está desmoralizado.

Y tal falta de moral se debe sin duda a la pérdida de legitimidad de la estructura del Estado, porque no se ha esforzado lo suficiente en alcanzar la justicia ante los actos de corrupción, fortaleciendo con ello la impunidad. Sin embargo, también creo que se debe a que los mexicanos no hemos alcanzado una “concepción moral política de la justicia” –como dice Rawls en su Teoría de la Justicia–, muy probablemente por la inexistencia de mínimos comunes de justicia. Es decir, entre todos los participantes de la sociedad mexicana no se ha acordado acerca de aquello que es justo.

Los partidos políticos cortaron de tajo el diálogo con sus representados y fijaron su actuación en intereses poco adecuados al bien común y, al igual que otras instituciones y actores sociales que se alejaron de la ética que les dio origen, se motivó con ello un vacío y una sensación de desamparo entre los mexicanos, que fueron suplidos por esperanzas en el actual presidente.

Lamentablemente las cosas siguen igual y así seguirán por mucho tiempo porque, como lo dije anteriormente, muchos mexicanos no han contribuido con su parte en esta búsqueda de factores de unidad que nos permitan vivir bajo un estado de Derecho, y la práctica de los valores encaminados al bien seguirán siendo parte de esos factores; pero si no respetamos la autoridad de nuestros padres en nuestras casas, ¿cómo respetaríamos otra clase de autoridad?

Sería interesante reflexionar acerca de lo que hubiera sucedido en Hidalgo si Jesucristo se hubiese plantado frente a quienes robaban combustible y les pidiera no hacerlo. ¿Habrían hecho caso y no hablaríamos de las decenas de muertos?

En el mismo sentido, la Cartilla Moral que está distribuyendo el actual gobierno de la cuarta transformación también podría ser un llamado a misa. No hay seguridad de que lo ahí escrito lo ponga en práctica una sociedad todavía desmoralizada. El nuevo gobierno cree que las esperanzas de la sociedad pueden sintetizarse en un libro escrito hace 50 años. La historia les demostrará que esa óptica está equivocada.

Así, tendremos que seguir esperando al gobierno que canalice correctamente las emociones de los mexicanos.