/ jueves 12 de noviembre de 2020

Sin medias tintas | La hidra

Mucho se habla acerca de la inseguridad que reina en nuestro país. Razones y datos hay de sobra para ello: Se habla de 65 mil muertes violentas en lo que va del año, del incremento en el 17% en feminicidios, del frecuente asesinato de periodistas —dos durante la semana—, y de otros tantos números lamentables.

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La inseguridad en México se ha convertido en el problema social número uno, y alcanzar el sexto lugar con la mayor cantidad de homicidios dolosos nos coloca como país en una deshonrosa posición en el mundo.

Razones hay muchas del porqué se ha llegado a este punto; pero el verdadero problema es que tanto la seguridad pública, como la salud y la educación se han convertido en problemas sistémicos y no en los impulsores de desarrollo que todos quisiéramos, y en todos, por desgracia, la corrupción es un factor común.

Así como a la Hidra de Lerna le crecían dos cabezas cuando Heracles con su hoz le cercenaba una de ellas, cada uno de estos factores de desarrollo se ha visto envuelto en circunstancias ajenas a sus funciones sociales, en donde la corrupción ha terminado por envolverlos.

Lo que años antes podría haber sido sencillo de solucionar hoy se antoja prácticamente imposible. La hidra creció gracias a la corrupción y sin cercenar cabezas.

Con sólo su aliento la Hidra de Lerna podía matar a cualquiera y bastaba una pequeña cantidad de sangre en una herida para sufrir la misma suerte. Hoy la impunidad es la sangre de esa hidra en México, y tiene la misma potencia de veneno como para asesinar cualquier buena intención.

La percepción de la inseguridad en los ciudadanos viene de los delitos comunes, puesto que a nadie le gusta ver afectado su patrimonio alcanzado con tanto esfuerzo. Y solucionar esto parece algo sencillo pero como lo mencioné, ya es una cuestión sistémica: Se tendría que atender al vendedor de drogas que surte al adicto; a las autoridades coludidas con el vendedor; al adicto mismo; a los vecinos afectados; a los productores y distribuidores de las drogas; a los que no son drogadictos pero cometen delitos; y un largo etcétera.

Y por supuesto dicha atención tendría que hacerse en diferentes ámbitos: salud, educación, legalidad, derechos humanos, denuncia, etcétera.

¿Cómo enfrentamos esto, entonces?

Necesitamos un acuerdo social alejado de la política interesada.

Nuestro deber a la sociedad en la que elegimos vivir es sin duda el asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos y participar activamente en la solución de los problemas de nuestra comunidad.

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Hay que participar para poder exigir, de lo contrario esa famosa cabeza inmortal de la Hidra de Lerna la personificará la corrupción e impunidad en la hidra de nuestro país.

Mucho se habla acerca de la inseguridad que reina en nuestro país. Razones y datos hay de sobra para ello: Se habla de 65 mil muertes violentas en lo que va del año, del incremento en el 17% en feminicidios, del frecuente asesinato de periodistas —dos durante la semana—, y de otros tantos números lamentables.

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La inseguridad en México se ha convertido en el problema social número uno, y alcanzar el sexto lugar con la mayor cantidad de homicidios dolosos nos coloca como país en una deshonrosa posición en el mundo.

Razones hay muchas del porqué se ha llegado a este punto; pero el verdadero problema es que tanto la seguridad pública, como la salud y la educación se han convertido en problemas sistémicos y no en los impulsores de desarrollo que todos quisiéramos, y en todos, por desgracia, la corrupción es un factor común.

Así como a la Hidra de Lerna le crecían dos cabezas cuando Heracles con su hoz le cercenaba una de ellas, cada uno de estos factores de desarrollo se ha visto envuelto en circunstancias ajenas a sus funciones sociales, en donde la corrupción ha terminado por envolverlos.

Lo que años antes podría haber sido sencillo de solucionar hoy se antoja prácticamente imposible. La hidra creció gracias a la corrupción y sin cercenar cabezas.

Con sólo su aliento la Hidra de Lerna podía matar a cualquiera y bastaba una pequeña cantidad de sangre en una herida para sufrir la misma suerte. Hoy la impunidad es la sangre de esa hidra en México, y tiene la misma potencia de veneno como para asesinar cualquier buena intención.

La percepción de la inseguridad en los ciudadanos viene de los delitos comunes, puesto que a nadie le gusta ver afectado su patrimonio alcanzado con tanto esfuerzo. Y solucionar esto parece algo sencillo pero como lo mencioné, ya es una cuestión sistémica: Se tendría que atender al vendedor de drogas que surte al adicto; a las autoridades coludidas con el vendedor; al adicto mismo; a los vecinos afectados; a los productores y distribuidores de las drogas; a los que no son drogadictos pero cometen delitos; y un largo etcétera.

Y por supuesto dicha atención tendría que hacerse en diferentes ámbitos: salud, educación, legalidad, derechos humanos, denuncia, etcétera.

¿Cómo enfrentamos esto, entonces?

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