/ lunes 9 de marzo de 2020

Sin medias tintas | La historia de Abraham III

Los primeros días para Abraham en ese lugar fueron indescriptibles. Para sobrevivir tuvo que acostumbrarse a ingerir los alimentos perdidos que les daban de rancho, y a llevar a cabo una rutina diaria en donde cada equivocación u omisión se hacía merecedora de un castigo severo.

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El no pedir permiso o no tener limpio tu ‘búnker’ o simplemente no hacer lo que se le ordenaba, se castigaba con el cuarto oscuro.

Incomunicado y sin posibilidad de recibir visita alguna, Abraham ya no se preguntaba por qué se encontraba en ese lugar, sólo deseaba que los tres meses pasaran rápido.

Las de por sí instalaciones insalubres y deplorables, se hacían insoportables por las noches; sin ventanas ni aire acondicionado, el galerón se convertía en un verdadero infierno. Nadie podía dormir.

Un sábado cualquiera lo llamaron porque le dijeron que tenía visitas. Pero le advirtieron no hacer ningún comentario fuera de lugar, so pena de pasar varios días en el cuarto oscuro.

Al bajar a la sala de visitas, que no era más que un espacio con una mesa y tres sillas, Abraham se dio cuenta que su sobrina venía a verlo, acompañada de su marido. Resistió derramar lágrimas y con prisa corrió a abrazarla. Era como su hija, puesto que la había criado desde niña.

—¿Cómo estás? —le preguntó ella. Abraham sólo sintió la mirada del guardia que estaba detrás de él. —Bien.

La visita fue breve. Pero sí alcanzó a murmurarle que por favor hiciera lo posible porque lo cambiaran de lugar.

Al mes, Abraham sería trasladado a otro centro de rehabilitación, donde sólo recibió la visita de su sobrina y sin tener siquiera la posibilidad de comunicarse con el exterior.

Transcurridos los tres meses que la ley supuestamente permite para mantener a alguien dentro de un centro de esta naturaleza, le avisan que lo dejarán ahí otros tres meses más.

La misma escena se repitió en cuatro ocasiones.

Había completado nueve meses en dos centros, y un sábado le aplicaron de nuevo el mismo procedimiento. Lo esposaron y lo metieron a un vehículo, para después bajarlo en otro centro diferente.

Nadie le decía nada. Nadie le hacía exámenes de ningún tipo. Parecía que su familia lo tenía abandonado y a nadie podía pedirle ayuda. Por sí mismo descubrió que el centro recibía más dinero de lo normal por tenerlo encerrado. Las dudas le carcomían la mente. Comenzaba a volverse loco.

Junto con otros dos internos, intentó fugarse desprendiendo la tablaroca debajo de una ventana; pero no tuvo éxito. La acción le valió primero varios golpes y quizá costillas rotas, después agresiones verbales, puesto que ante él desfilaron todos los internos para ofenderlo. Todo eso le impidió dormir durante varios días. Pese a sus quejas nocturnas, nadie lo atendió.

Al fin un interno con quien fraternizaba se compadeció de su secuestro. Abraham le dijo desconfiar de su propia hermana para quedarse con la herencia que su padre les había dejado, incluyendo una concesión minera. El interno le prometió que le ayudaría a escapar y que aprovecharía las visitas de sus familiares para enviar mensajes al exterior a su nombre.

Pero antes de que pudiera organizar una estrategia, Abraham es cambiado de centro.

Nadie sabe de él.

Los primeros días para Abraham en ese lugar fueron indescriptibles. Para sobrevivir tuvo que acostumbrarse a ingerir los alimentos perdidos que les daban de rancho, y a llevar a cabo una rutina diaria en donde cada equivocación u omisión se hacía merecedora de un castigo severo.

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El no pedir permiso o no tener limpio tu ‘búnker’ o simplemente no hacer lo que se le ordenaba, se castigaba con el cuarto oscuro.

Incomunicado y sin posibilidad de recibir visita alguna, Abraham ya no se preguntaba por qué se encontraba en ese lugar, sólo deseaba que los tres meses pasaran rápido.

Las de por sí instalaciones insalubres y deplorables, se hacían insoportables por las noches; sin ventanas ni aire acondicionado, el galerón se convertía en un verdadero infierno. Nadie podía dormir.

Un sábado cualquiera lo llamaron porque le dijeron que tenía visitas. Pero le advirtieron no hacer ningún comentario fuera de lugar, so pena de pasar varios días en el cuarto oscuro.

Al bajar a la sala de visitas, que no era más que un espacio con una mesa y tres sillas, Abraham se dio cuenta que su sobrina venía a verlo, acompañada de su marido. Resistió derramar lágrimas y con prisa corrió a abrazarla. Era como su hija, puesto que la había criado desde niña.

—¿Cómo estás? —le preguntó ella. Abraham sólo sintió la mirada del guardia que estaba detrás de él. —Bien.

La visita fue breve. Pero sí alcanzó a murmurarle que por favor hiciera lo posible porque lo cambiaran de lugar.

Al mes, Abraham sería trasladado a otro centro de rehabilitación, donde sólo recibió la visita de su sobrina y sin tener siquiera la posibilidad de comunicarse con el exterior.

Transcurridos los tres meses que la ley supuestamente permite para mantener a alguien dentro de un centro de esta naturaleza, le avisan que lo dejarán ahí otros tres meses más.

La misma escena se repitió en cuatro ocasiones.

Había completado nueve meses en dos centros, y un sábado le aplicaron de nuevo el mismo procedimiento. Lo esposaron y lo metieron a un vehículo, para después bajarlo en otro centro diferente.

Nadie le decía nada. Nadie le hacía exámenes de ningún tipo. Parecía que su familia lo tenía abandonado y a nadie podía pedirle ayuda. Por sí mismo descubrió que el centro recibía más dinero de lo normal por tenerlo encerrado. Las dudas le carcomían la mente. Comenzaba a volverse loco.

Junto con otros dos internos, intentó fugarse desprendiendo la tablaroca debajo de una ventana; pero no tuvo éxito. La acción le valió primero varios golpes y quizá costillas rotas, después agresiones verbales, puesto que ante él desfilaron todos los internos para ofenderlo. Todo eso le impidió dormir durante varios días. Pese a sus quejas nocturnas, nadie lo atendió.

Al fin un interno con quien fraternizaba se compadeció de su secuestro. Abraham le dijo desconfiar de su propia hermana para quedarse con la herencia que su padre les había dejado, incluyendo una concesión minera. El interno le prometió que le ayudaría a escapar y que aprovecharía las visitas de sus familiares para enviar mensajes al exterior a su nombre.

Pero antes de que pudiera organizar una estrategia, Abraham es cambiado de centro.

Nadie sabe de él.