/ lunes 7 de junio de 2021

Sin medias tintas | La jungla

Han pasado ya dos años desde que el nuevo rey de la selva asumió el poder. Desde su unción dio muestras de resentimiento, porque según él un grupo de animales se oponía constante y vilmente a su objetivo de ser rey. Ya había alegado fraude en dos elecciones anteriores, pero sin prueba alguna, sólo sus dichos.

El rey llegó al poder apalancándose de los yerros del anterior; que por cierto fueron tantos que al final terminaría perdiendo la melena. También echó mano del rencor de los súbditos, recordándoles un día sí y otro también que todos los malestares eran resultado de las pésimas decisiones del rey y de los animales opositores a un nuevo reinado.

Hoy el rey enfrenta una situación compleja, producto en parte por sus decisiones tomadas con el hígado, y porque su manada de leonas resultó igual o incluso peor que la del rey anterior. Terminó cerrando los ojos ante las denuncias de los monos por la corrupción de las leonas y, como nunca, dejó libres a los cocodrilos para que siguieran haciendo de las suyas.

Para colmo, de otros lares llegó una enfermedad que afectó a todo el reino y el soberano no le tomó importancia. Muchos animales murieron y mientras eso sucedía el rey de la selva se paseaba libremente por su territorio pidiendo a sus súbditos que siguieran sus vidas con normalidad.

Todos los reclamos de los distintos animales recibían la misma respuesta: “El rey anterior tuvo la culpa” —aunque él mismo fue parte de la manada— y, como si no bastara con eso, también responsabilizaba a los creadores de la selva.

El soberano sin embargo se sentía muy bien. Muchos de sus súbditos aprobaban su gestión del reino, particularmente las hormigas —a quienes apoyaba cada mes— y que, siendo muchísimas, levantaban cualquier encuesta de popularidad y aprobación. La supo hacer porque también se hizo amigo de sus viejos enemigos y hasta llegó a protegerlos.

En el consejo de animales tenía además mayoría con puros incondicionales y se confabuló con ellos para dictar una serie de leyes odiosas. Las lechuzas y búhos protestaron y le hicieron ver la inminente destrucción de la selva; pero el soberano permaneció inmutable y siempre las descalificaba por ser aliadas del antiguo rey.

El reino se dividió entre quienes apoyaban y reprobaban su gestión, y así llegaron al día en que se darían cambios de animales representantes de las distintas partes del territorio, todo en un marco de acusaciones por intromisiones, violencia y enfermedad. Y todos se preguntaban lo mismo: ¿Saldrán a votar a los integrantes del reino para expresar su voluntad?

Afortunadamente la jungla no se parece en nada a la sociedad de seres racionales como son los humanos.

Han pasado ya dos años desde que el nuevo rey de la selva asumió el poder. Desde su unción dio muestras de resentimiento, porque según él un grupo de animales se oponía constante y vilmente a su objetivo de ser rey. Ya había alegado fraude en dos elecciones anteriores, pero sin prueba alguna, sólo sus dichos.

El rey llegó al poder apalancándose de los yerros del anterior; que por cierto fueron tantos que al final terminaría perdiendo la melena. También echó mano del rencor de los súbditos, recordándoles un día sí y otro también que todos los malestares eran resultado de las pésimas decisiones del rey y de los animales opositores a un nuevo reinado.

Hoy el rey enfrenta una situación compleja, producto en parte por sus decisiones tomadas con el hígado, y porque su manada de leonas resultó igual o incluso peor que la del rey anterior. Terminó cerrando los ojos ante las denuncias de los monos por la corrupción de las leonas y, como nunca, dejó libres a los cocodrilos para que siguieran haciendo de las suyas.

Para colmo, de otros lares llegó una enfermedad que afectó a todo el reino y el soberano no le tomó importancia. Muchos animales murieron y mientras eso sucedía el rey de la selva se paseaba libremente por su territorio pidiendo a sus súbditos que siguieran sus vidas con normalidad.

Todos los reclamos de los distintos animales recibían la misma respuesta: “El rey anterior tuvo la culpa” —aunque él mismo fue parte de la manada— y, como si no bastara con eso, también responsabilizaba a los creadores de la selva.

El soberano sin embargo se sentía muy bien. Muchos de sus súbditos aprobaban su gestión del reino, particularmente las hormigas —a quienes apoyaba cada mes— y que, siendo muchísimas, levantaban cualquier encuesta de popularidad y aprobación. La supo hacer porque también se hizo amigo de sus viejos enemigos y hasta llegó a protegerlos.

En el consejo de animales tenía además mayoría con puros incondicionales y se confabuló con ellos para dictar una serie de leyes odiosas. Las lechuzas y búhos protestaron y le hicieron ver la inminente destrucción de la selva; pero el soberano permaneció inmutable y siempre las descalificaba por ser aliadas del antiguo rey.

El reino se dividió entre quienes apoyaban y reprobaban su gestión, y así llegaron al día en que se darían cambios de animales representantes de las distintas partes del territorio, todo en un marco de acusaciones por intromisiones, violencia y enfermedad. Y todos se preguntaban lo mismo: ¿Saldrán a votar a los integrantes del reino para expresar su voluntad?

Afortunadamente la jungla no se parece en nada a la sociedad de seres racionales como son los humanos.