/ viernes 1 de julio de 2022

Sin medias tintas | La omnipresencia

María seguía con cierta ansiedad el recorrido del Uber en el teléfono; su amiga, que había bebido demasiado esa noche, iba de regreso a su casa. Casi eran las tres de la mañana cuando vio que llegaba a la dirección de destino y se terminaba el viaje. Se sintió un poco más tranquila y continuó la fiesta.

Ese mismo día por la tarde-noche, Susana se comunicó con María para preguntarle qué había pasado. “Te pusiste muy mal, amiga, y te mandé en Uber como a las dos y media, y llegaste como a las tres a tu casa”.

Susana no recordaba nada de lo sucedido, pero sí los reclamos de sus padres al despertar de por qué había llegado casi sin sentido y a las 5 de la mañana. Pensó que sus padres exageraban con la hora, y no le dio importancia. Tenía un fuerte dolor de cabeza y se sentía algo “extraña”.

Al día siguiente seguía el enojo de sus padres. La sentaron en la sala para conversar acerca de su comportamiento y le expresaron su desilusión por no haber obedecido la orden de llegar antes de las 2 a.m. Ella se disculpó, pero les pidió no exagerar sobre la hora de llegada, porque su amiga María le aseguró que llegó a las 3 a.m.

Ambos padres intercambiaron miradas. Su papá le dijo: “Susana, llegaste casi a las cinco. Una muchacha que no conocemos, te dejó. Tú ni siquiera podías caminar bien”.

Susana comenzó a ponerse nerviosa. No recordaba nada. Ahí mismo le marcó a María, puso el altavoz y todos escucharon que el viaje del Uber fue continuo y había terminado a las tres de la mañana, que Susana viajaba sola y con un señor al volante.

Todos se quedaron en silencio. Faltaban 120 minutos de explicar entre el arribo del Uber y la entrada de Susana a su casa… ¿y quién era esa jovencita que la acompañó, la entregó a su padre y se fue rápidamente en un auto último modelo?

La mano de la delincuencia organizada está en todas partes. En sus intentos por lavar dinero se han apropiado de huertas de limones y aguacates en Michoacán, de viñedos en Guanajuato, de granjas porcícolas en San Luis Potosí, de la mitad de las limosnas de las iglesias en Jalisco, y han extendido tanto su participación “a fuerzas” en negocios legítimos como en los cobros por derecho de piso a negocios de distintos rubros. La lista es larga. Ningún sector productivo o de servicios se escapa. Incluso se habla de que la influencia del crimen organizado en la economía del país podría representar entre 1.5 y 2 puntos de la inflación actual. Eso es una barbaridad.

Pero mientras se discute con cuántos abrazos se contendrá a los delincuentes y la ola de violencia e inseguridad que sufrimos los mexicanos, los exámenes clínicos sugieren que Susana sufrió abuso sexual y, para colmo, su familia no confía en las autoridades para presentar la denuncia correspondiente.

Mis fuentes me dicen que en Hermosillo se han presentado ya varios casos como este, pero las autoridades y las afectadas prefieren guardar silencio. Ellas no quieren ser revictimizadas al poner la denuncia, ni sufrir el escarnio público cuando se da a conocer el caso, y las autoridades no quieren que cambie el “vamos bien”.


María seguía con cierta ansiedad el recorrido del Uber en el teléfono; su amiga, que había bebido demasiado esa noche, iba de regreso a su casa. Casi eran las tres de la mañana cuando vio que llegaba a la dirección de destino y se terminaba el viaje. Se sintió un poco más tranquila y continuó la fiesta.

Ese mismo día por la tarde-noche, Susana se comunicó con María para preguntarle qué había pasado. “Te pusiste muy mal, amiga, y te mandé en Uber como a las dos y media, y llegaste como a las tres a tu casa”.

Susana no recordaba nada de lo sucedido, pero sí los reclamos de sus padres al despertar de por qué había llegado casi sin sentido y a las 5 de la mañana. Pensó que sus padres exageraban con la hora, y no le dio importancia. Tenía un fuerte dolor de cabeza y se sentía algo “extraña”.

Al día siguiente seguía el enojo de sus padres. La sentaron en la sala para conversar acerca de su comportamiento y le expresaron su desilusión por no haber obedecido la orden de llegar antes de las 2 a.m. Ella se disculpó, pero les pidió no exagerar sobre la hora de llegada, porque su amiga María le aseguró que llegó a las 3 a.m.

Ambos padres intercambiaron miradas. Su papá le dijo: “Susana, llegaste casi a las cinco. Una muchacha que no conocemos, te dejó. Tú ni siquiera podías caminar bien”.

Susana comenzó a ponerse nerviosa. No recordaba nada. Ahí mismo le marcó a María, puso el altavoz y todos escucharon que el viaje del Uber fue continuo y había terminado a las tres de la mañana, que Susana viajaba sola y con un señor al volante.

Todos se quedaron en silencio. Faltaban 120 minutos de explicar entre el arribo del Uber y la entrada de Susana a su casa… ¿y quién era esa jovencita que la acompañó, la entregó a su padre y se fue rápidamente en un auto último modelo?

La mano de la delincuencia organizada está en todas partes. En sus intentos por lavar dinero se han apropiado de huertas de limones y aguacates en Michoacán, de viñedos en Guanajuato, de granjas porcícolas en San Luis Potosí, de la mitad de las limosnas de las iglesias en Jalisco, y han extendido tanto su participación “a fuerzas” en negocios legítimos como en los cobros por derecho de piso a negocios de distintos rubros. La lista es larga. Ningún sector productivo o de servicios se escapa. Incluso se habla de que la influencia del crimen organizado en la economía del país podría representar entre 1.5 y 2 puntos de la inflación actual. Eso es una barbaridad.

Pero mientras se discute con cuántos abrazos se contendrá a los delincuentes y la ola de violencia e inseguridad que sufrimos los mexicanos, los exámenes clínicos sugieren que Susana sufrió abuso sexual y, para colmo, su familia no confía en las autoridades para presentar la denuncia correspondiente.

Mis fuentes me dicen que en Hermosillo se han presentado ya varios casos como este, pero las autoridades y las afectadas prefieren guardar silencio. Ellas no quieren ser revictimizadas al poner la denuncia, ni sufrir el escarnio público cuando se da a conocer el caso, y las autoridades no quieren que cambie el “vamos bien”.