/ lunes 29 de julio de 2019

Sin medias tintas | La percepción de la inseguridad

Todos hemos tenido miedo de algo en alguna ocasión. Yo recuerdo haberle tenido miedo a la oscuridad y a la chancla de mi abuela cuando era niño, y también tengo algunos amigos que tienen otras clases de miedos; uno por ejemplo, siempre ha tenido pavor de perder todo su dinero.

Al final de cuentas, el miedo es una emoción que siempre conduce al sufrimiento, por la posibilidad de perder algo que valoramos. Eso explica múltiples de nuestras precauciones cotidianas:

Acercamos el auto lo más posible al lugar a donde vamos; a veces damos vueltas y vueltas en un estacionamiento para esperar un espacio vacío, aunque a 20 metros estén completamente libres; colocamos cámaras en nuestras casas para vigilarlas mientras no estamos; usamos candados super fuertes para darnos seguridad o para cuando menos ponérsela difícil a los ladrones.

También, por valorar la vida, se tiene miedo a padecer de cualquier penosa y costosa enfermedad, o de sufrir un accidente en donde uno resulte herido de gravedad.

En el otro lado de la moneda, también están las personas que no tienen miedo a perder la vida o la libertad (Los drogadictos, por ejemplo. Difícilmente tienen miedo mientras andan drogados).

Es una curiosa relación entre los que buscamos impedir que nos roben y aquellos que desean robar.

¿Qué tan seguro(a) se siente usted en Hermosillo?

Si bien la seguridad es responsabilidad del Estado a través de las instituciones de Seguridad Pública municipales, estatales y federales, está claro que los participantes de esa relación víctima-ladrón son ciudadanos como usted y como yo. En otras palabras, el Estado no participa en esta relación básica de respeto —sabemos que sí participa y ha participado en otras, tampoco podemos ser tan incrédulos—.

Entonces, ¿qué le corresponde hacer al Estado para darnos la tan ansiada tranquilidad? La respuesta está en la educación… y no me cansaré de decirlo.

Es en las casas y al interior de la familia donde se enseña a respetar la propiedad de los demás y donde se inculcan los valores que permiten a sus integrantes autorreconocerse como individuos.

Si el Estado se la está viendo negras para atender la seguridad en Hermosillo, entonces la respuesta para ayudar es la corresponsabilidad ciudadana. Es decir, si nosotros somos las víctimas, ¿por qué no ayudamos?

Muchos dicen que “tienen miedo de involucrarse porque no quieren tener problemas”… Pero, ¿qué preferimos? ¿Vivir siempre con miedo o enfrentarnos a ellos?

Con esa clase de pensamientos, que nos alejen de nuestro compromiso social, tardaremos mucho más tiempo del que tenemos para solucionar el problema de la seguridad pública. ¿O es que el problema se lo vamos a dejar a nuestros hijos?

Empecemos por entender nuestro papel como ciudadanos y asumamos un verdadero compromiso para contribuir a la solución de este problema. De nada sirve que sólo digamos que nos sentimos inseguros en Hermosillo, mientras dejamos los carros abiertos o con objetos de valor a la vista en su interior.

Y si al final decidimos no ayudar, pues, lo mejor será no estorbar. ¿O no le enseña usted eso a sus hijos?

Todos hemos tenido miedo de algo en alguna ocasión. Yo recuerdo haberle tenido miedo a la oscuridad y a la chancla de mi abuela cuando era niño, y también tengo algunos amigos que tienen otras clases de miedos; uno por ejemplo, siempre ha tenido pavor de perder todo su dinero.

Al final de cuentas, el miedo es una emoción que siempre conduce al sufrimiento, por la posibilidad de perder algo que valoramos. Eso explica múltiples de nuestras precauciones cotidianas:

Acercamos el auto lo más posible al lugar a donde vamos; a veces damos vueltas y vueltas en un estacionamiento para esperar un espacio vacío, aunque a 20 metros estén completamente libres; colocamos cámaras en nuestras casas para vigilarlas mientras no estamos; usamos candados super fuertes para darnos seguridad o para cuando menos ponérsela difícil a los ladrones.

También, por valorar la vida, se tiene miedo a padecer de cualquier penosa y costosa enfermedad, o de sufrir un accidente en donde uno resulte herido de gravedad.

En el otro lado de la moneda, también están las personas que no tienen miedo a perder la vida o la libertad (Los drogadictos, por ejemplo. Difícilmente tienen miedo mientras andan drogados).

Es una curiosa relación entre los que buscamos impedir que nos roben y aquellos que desean robar.

¿Qué tan seguro(a) se siente usted en Hermosillo?

Si bien la seguridad es responsabilidad del Estado a través de las instituciones de Seguridad Pública municipales, estatales y federales, está claro que los participantes de esa relación víctima-ladrón son ciudadanos como usted y como yo. En otras palabras, el Estado no participa en esta relación básica de respeto —sabemos que sí participa y ha participado en otras, tampoco podemos ser tan incrédulos—.

Entonces, ¿qué le corresponde hacer al Estado para darnos la tan ansiada tranquilidad? La respuesta está en la educación… y no me cansaré de decirlo.

Es en las casas y al interior de la familia donde se enseña a respetar la propiedad de los demás y donde se inculcan los valores que permiten a sus integrantes autorreconocerse como individuos.

Si el Estado se la está viendo negras para atender la seguridad en Hermosillo, entonces la respuesta para ayudar es la corresponsabilidad ciudadana. Es decir, si nosotros somos las víctimas, ¿por qué no ayudamos?

Muchos dicen que “tienen miedo de involucrarse porque no quieren tener problemas”… Pero, ¿qué preferimos? ¿Vivir siempre con miedo o enfrentarnos a ellos?

Con esa clase de pensamientos, que nos alejen de nuestro compromiso social, tardaremos mucho más tiempo del que tenemos para solucionar el problema de la seguridad pública. ¿O es que el problema se lo vamos a dejar a nuestros hijos?

Empecemos por entender nuestro papel como ciudadanos y asumamos un verdadero compromiso para contribuir a la solución de este problema. De nada sirve que sólo digamos que nos sentimos inseguros en Hermosillo, mientras dejamos los carros abiertos o con objetos de valor a la vista en su interior.

Y si al final decidimos no ayudar, pues, lo mejor será no estorbar. ¿O no le enseña usted eso a sus hijos?