/ jueves 4 de marzo de 2021

Sin medias tintas | La política de Dios

En varias ocasiones he tomado este espacio para reflexionar sobre la participación del ciudadano en la sociedad; hoy no será la excepción.

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Es de lo más común escuchar todos los días a personas disgustadas con el Gobierno: No me atendieron como me merezco; no me dieron los medicamentos que necesito; no arreglaron las calles como quiero; no pusieron la luz del poste fuera de mi casa; no completaron el trabajo de tapar la fuga de agua; no recogieron la basura; no capturaron al ladrón que me robó o no lo metieron a la cárcel; no podaron los árboles del parque; no limpiaron el cochinero que dejaron; no atendieron mi reporte; no vigilan mi colonia; no revisan las escuelas en vacaciones; etcétera. En resumen, no saben gobernar.

Cuando decimos esto, es obvio que nos referimos a la incapacidad de los gobiernos de cumplir sus obligaciones con sus gobernados. Pero, ser ciudadano implica tener no sólo derechos, sino también responsabilidades. Ahora bien, ¿sabemos ser ciudadanos?

Según Aristóteles —y tenía mucha razón—, ser ciudadano es aquel que participa de manera estable en el poder de decisión colectiva, es decir en el poder político. El concepto evolucionó, aunque permaneció su esencia. Hoy se habla de aquel que es miembro activo de un Estado titular de derechos civiles y políticos y sometido a sus leyes.

¿Cuántos de nosotros nos sometemos a las leyes del Estado, es decir, las cumplimos?

Con el ánimo de “perfeccionar” las leyes lo único que se ha logrado es su dispersión, y nadie mejor que los mexicanos para eso. Muchos hemos aprendido cómo soslayar las leyes, porque, versa también el dicho pseudolegal: “si no está en la ley, entonces está permitido”.

Entonces, ¿estamos a mano con el Gobierno o cómo? Es decir, si el Gobierno no hace lo propio para hacer cumplir la ley, ¿nosotros hacemos cosas para robarle al Gobierno o hacerle las cosas más difíciles?

Dios fue muy político con sus mandamientos. Es como si hubiera dicho: “Estas son las leyes y tú te encargas de cumplirlas”. El detalle es que no nos dejó una constitución completa ya terminada, pues, y las interpretaciones de esas formas de conducta, aunque vigentes, tienen todavía muchos vacíos.

Si cada uno de nosotros entendiera la Ley como lo que es, ¿a poco no sería todo diferente y la vida social del país cambiaría radicalmente?

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La cuestión será entonces, si como ciudadanos seremos capaces de ver más allá de nuestros propios intereses y cuidaremos lo que es de todos, o seguiremos quejándonos del gobierno que tenemos… (y que nosotros elegimos).

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Es de lo más común escuchar todos los días a personas disgustadas con el Gobierno: No me atendieron como me merezco; no me dieron los medicamentos que necesito; no arreglaron las calles como quiero; no pusieron la luz del poste fuera de mi casa; no completaron el trabajo de tapar la fuga de agua; no recogieron la basura; no capturaron al ladrón que me robó o no lo metieron a la cárcel; no podaron los árboles del parque; no limpiaron el cochinero que dejaron; no atendieron mi reporte; no vigilan mi colonia; no revisan las escuelas en vacaciones; etcétera. En resumen, no saben gobernar.

Cuando decimos esto, es obvio que nos referimos a la incapacidad de los gobiernos de cumplir sus obligaciones con sus gobernados. Pero, ser ciudadano implica tener no sólo derechos, sino también responsabilidades. Ahora bien, ¿sabemos ser ciudadanos?

Según Aristóteles —y tenía mucha razón—, ser ciudadano es aquel que participa de manera estable en el poder de decisión colectiva, es decir en el poder político. El concepto evolucionó, aunque permaneció su esencia. Hoy se habla de aquel que es miembro activo de un Estado titular de derechos civiles y políticos y sometido a sus leyes.

¿Cuántos de nosotros nos sometemos a las leyes del Estado, es decir, las cumplimos?

Con el ánimo de “perfeccionar” las leyes lo único que se ha logrado es su dispersión, y nadie mejor que los mexicanos para eso. Muchos hemos aprendido cómo soslayar las leyes, porque, versa también el dicho pseudolegal: “si no está en la ley, entonces está permitido”.

Entonces, ¿estamos a mano con el Gobierno o cómo? Es decir, si el Gobierno no hace lo propio para hacer cumplir la ley, ¿nosotros hacemos cosas para robarle al Gobierno o hacerle las cosas más difíciles?

Dios fue muy político con sus mandamientos. Es como si hubiera dicho: “Estas son las leyes y tú te encargas de cumplirlas”. El detalle es que no nos dejó una constitución completa ya terminada, pues, y las interpretaciones de esas formas de conducta, aunque vigentes, tienen todavía muchos vacíos.

Si cada uno de nosotros entendiera la Ley como lo que es, ¿a poco no sería todo diferente y la vida social del país cambiaría radicalmente?

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La cuestión será entonces, si como ciudadanos seremos capaces de ver más allá de nuestros propios intereses y cuidaremos lo que es de todos, o seguiremos quejándonos del gobierno que tenemos… (y que nosotros elegimos).