/ viernes 12 de junio de 2020

Sin medias tintas | Las cosas simples

Existe un enfoque filosófico llamado reduccionismo. Éste nos dice que para resolver los múltiples problemas del conocimiento basta con realizar una operación epistémica que nos permita crear tesis ontológicas, gnoseológicas (del conocimiento) y metodológicas acerca de la relación que guardan diversas ideas o campos científicos.

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Uno de los principales exponentes del reduccionismo metodológico fue el fraile Guillermo de Ockham (1280-1349), creador del principio llamado la navaja de Ockham o lex parsimoniae (ley de parsimonia) que dice: En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable, mas no necesariamente la verdadera.

Este principio tiene tanto seguidores como detractores, y se ha usado con éxito en distintas disciplinas como la economía, la lingüística, la música, la medicina, la biología y la teología. En biología por ejemplo, los creacionistas —versus los evolucionistas— consideran que suponer la existencia de un Dios creador de todo es aparentemente más simple que la teoría de la evolución en sí.

En formas más sencillas, la navaja de Ockham rasura las superficialidades y pluralidades inútiles, incluidas las disputas filosóficas en la que cada postura pretende demostrar que es la contraria la que vive en el error.

Este enfoque ha batallado enormidades cuando se trata de aplicarse a aspectos sociológicos, porque no hay nada más complejo que el ser humano. Sin embargo, creo que al menos en ciertos aspectos sí es factible una aproximación.

Se debate mucho acerca de los de problemas que deben atenderse de manera prioritaria dentro de una sociedad, y hay tantas visiones para resolverlos como cosmogonías en el mundo, de manera tal que las estrategias de las autoridades para solucionar esos problemas sufridos por las y los ciudadanos han sido como tiros de arco a un blanco muy lejano cuando olvidan de aplicar la navaja de Ockham.

Las personas que hacen bien las cosas o actúan correctamente deberían batallar menos ante un trámite, por ejemplo. Y las personas que hacen o actúan mal, por obviedad deberían batallar más.

En nuestro país sin embargo las cosas no son así. Es más sencillo invadir una casa que comprarla, porque es más difícil desalojar a los inquilinos invasores. O es más simple apropiarse de un terreno sin permiso que hacer los trámites ante la autoridad correspondiente, porque te piden hasta las perlas de la Virgen.

Lo más paradójico es que la autoridad o los gobiernos después andan preguntando cómo solucionar el problema de narcomenudeo que enfrenta tu colonia, y señalan la casa invadida como el principal lugar de venta de drogas.

La respuesta siempre ha estado en las cosas simples. Las leyes fueron creadas precisamente como un medio de ordenamiento para las comunidades y, mientras éstas no se cumplan, la impunidad seguirá haciendo de las suyas.

Existe un enfoque filosófico llamado reduccionismo. Éste nos dice que para resolver los múltiples problemas del conocimiento basta con realizar una operación epistémica que nos permita crear tesis ontológicas, gnoseológicas (del conocimiento) y metodológicas acerca de la relación que guardan diversas ideas o campos científicos.

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Uno de los principales exponentes del reduccionismo metodológico fue el fraile Guillermo de Ockham (1280-1349), creador del principio llamado la navaja de Ockham o lex parsimoniae (ley de parsimonia) que dice: En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable, mas no necesariamente la verdadera.

Este principio tiene tanto seguidores como detractores, y se ha usado con éxito en distintas disciplinas como la economía, la lingüística, la música, la medicina, la biología y la teología. En biología por ejemplo, los creacionistas —versus los evolucionistas— consideran que suponer la existencia de un Dios creador de todo es aparentemente más simple que la teoría de la evolución en sí.

En formas más sencillas, la navaja de Ockham rasura las superficialidades y pluralidades inútiles, incluidas las disputas filosóficas en la que cada postura pretende demostrar que es la contraria la que vive en el error.

Este enfoque ha batallado enormidades cuando se trata de aplicarse a aspectos sociológicos, porque no hay nada más complejo que el ser humano. Sin embargo, creo que al menos en ciertos aspectos sí es factible una aproximación.

Se debate mucho acerca de los de problemas que deben atenderse de manera prioritaria dentro de una sociedad, y hay tantas visiones para resolverlos como cosmogonías en el mundo, de manera tal que las estrategias de las autoridades para solucionar esos problemas sufridos por las y los ciudadanos han sido como tiros de arco a un blanco muy lejano cuando olvidan de aplicar la navaja de Ockham.

Las personas que hacen bien las cosas o actúan correctamente deberían batallar menos ante un trámite, por ejemplo. Y las personas que hacen o actúan mal, por obviedad deberían batallar más.

En nuestro país sin embargo las cosas no son así. Es más sencillo invadir una casa que comprarla, porque es más difícil desalojar a los inquilinos invasores. O es más simple apropiarse de un terreno sin permiso que hacer los trámites ante la autoridad correspondiente, porque te piden hasta las perlas de la Virgen.

Lo más paradójico es que la autoridad o los gobiernos después andan preguntando cómo solucionar el problema de narcomenudeo que enfrenta tu colonia, y señalan la casa invadida como el principal lugar de venta de drogas.

La respuesta siempre ha estado en las cosas simples. Las leyes fueron creadas precisamente como un medio de ordenamiento para las comunidades y, mientras éstas no se cumplan, la impunidad seguirá haciendo de las suyas.