/ viernes 3 de junio de 2022

Sin medias tintas | Menos mal

Eran las 6:30 de la mañana. Como nuevo director de la escuela primaria, el maestro quiso llegar temprano en su primer día. Había emoción e incertidumbre porque el nuevo trabajo implicaba mucha responsabilidad: Sería el encargado de una escuela primaria con 600 alumnos y un nutrido grupo de profesores.

Si bien no estaba lejos de la capital del municipio (21 km), la vista rural se componía de enormes pinos y álamos mezclados con casas de concreto y techos acondicionados para las nevadas invernales. Era una comunidad con sólo una calle principal, derivada de la Carretera Internacional, y varias vías secundarias.

Como no conocía la escuela, recorrió lentamente el perímetro del inmueble para saber cómo era por fuera y revisar las condiciones del cerco. Le llamó la atención no ver a nadie en la calle. Después estacionó su vehículo en la entrada del plantel. Además de su termo grande de café, llevaba todo lo necesario para presentarse como la nueva máxima autoridad de la escuela primaria.

Tan pronto apagó el vehículo, un pick up negro con llantas anchas frenó detrás y otro de color rojo pasaba por un lado y se le atravesaba al frente. De éste se bajaron dos muchachos de unos 24 años. El copiloto, vestido con uniforme tipo militar, permaneció al pie de la puerta mientras sostenía con firmeza un AK-47 contra el pecho y miraba hacia todos lados. El conductor recorrió lentamente la caja larga y se acercó a la ventana del auto del maestro al mismo tiempo que vigilaba cada movimiento del interior, y mientras se sujetaba con los pulgares los extremos del chaleco, le preguntó: ¿Qué anda haciendo tan temprano por aquí?. Soy el nuevo director de la escuela, le contestó. ¿Trae algún papel?, le respondió el joven. El maestro trató de procesar velozmente lo que estaba pasando. Se dio cuenta de que le temblaba la mano mientras buscaba su nombramiento en la carpeta. Cuando lo encontró, se apresuró a mostrarlo. El joven ni vio el papel, sólo le preguntó su nombre y le pidió una identificación. El maestro accedió y proporcionó lo solicitado. Después le pidieron su número y le marcaron ahí mismo para corroborarlo. “Muy bien, director. Pues ahí tiene mi número para lo que se le ofrezca. Cualquier cosa y a cualquier hora”. Tras agradecer el gesto y guardar papeles e identificación, el director sólo vio cómo los vehículos desaparecían tan rápido como habían llegado.

Todo duró como 10 minutos, pero le parecieron horas. No se bajó del auto porque creyó que sus piernas no lo aguantarían de pie. Su cuerpo comenzó a temblar.

Mientras respiraba profundamente para tranquilizarse, comprendió por qué no había gente en las calles del pueblo.

Menos mal que nos cuidan y que no hay región en Sonora en control del crimen organizado, pensó.


Eran las 6:30 de la mañana. Como nuevo director de la escuela primaria, el maestro quiso llegar temprano en su primer día. Había emoción e incertidumbre porque el nuevo trabajo implicaba mucha responsabilidad: Sería el encargado de una escuela primaria con 600 alumnos y un nutrido grupo de profesores.

Si bien no estaba lejos de la capital del municipio (21 km), la vista rural se componía de enormes pinos y álamos mezclados con casas de concreto y techos acondicionados para las nevadas invernales. Era una comunidad con sólo una calle principal, derivada de la Carretera Internacional, y varias vías secundarias.

Como no conocía la escuela, recorrió lentamente el perímetro del inmueble para saber cómo era por fuera y revisar las condiciones del cerco. Le llamó la atención no ver a nadie en la calle. Después estacionó su vehículo en la entrada del plantel. Además de su termo grande de café, llevaba todo lo necesario para presentarse como la nueva máxima autoridad de la escuela primaria.

Tan pronto apagó el vehículo, un pick up negro con llantas anchas frenó detrás y otro de color rojo pasaba por un lado y se le atravesaba al frente. De éste se bajaron dos muchachos de unos 24 años. El copiloto, vestido con uniforme tipo militar, permaneció al pie de la puerta mientras sostenía con firmeza un AK-47 contra el pecho y miraba hacia todos lados. El conductor recorrió lentamente la caja larga y se acercó a la ventana del auto del maestro al mismo tiempo que vigilaba cada movimiento del interior, y mientras se sujetaba con los pulgares los extremos del chaleco, le preguntó: ¿Qué anda haciendo tan temprano por aquí?. Soy el nuevo director de la escuela, le contestó. ¿Trae algún papel?, le respondió el joven. El maestro trató de procesar velozmente lo que estaba pasando. Se dio cuenta de que le temblaba la mano mientras buscaba su nombramiento en la carpeta. Cuando lo encontró, se apresuró a mostrarlo. El joven ni vio el papel, sólo le preguntó su nombre y le pidió una identificación. El maestro accedió y proporcionó lo solicitado. Después le pidieron su número y le marcaron ahí mismo para corroborarlo. “Muy bien, director. Pues ahí tiene mi número para lo que se le ofrezca. Cualquier cosa y a cualquier hora”. Tras agradecer el gesto y guardar papeles e identificación, el director sólo vio cómo los vehículos desaparecían tan rápido como habían llegado.

Todo duró como 10 minutos, pero le parecieron horas. No se bajó del auto porque creyó que sus piernas no lo aguantarían de pie. Su cuerpo comenzó a temblar.

Mientras respiraba profundamente para tranquilizarse, comprendió por qué no había gente en las calles del pueblo.

Menos mal que nos cuidan y que no hay región en Sonora en control del crimen organizado, pensó.