/ lunes 10 de febrero de 2020

Sin medias tintas | Normalizando lo negativo

Creo que no hay nada peor en la vida de las sociedades que aquello considerado inapropiado o malo —por ellas mismas— se vea como normal.

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Dentro de la vida democrática del país, por ejemplo, todos los días escuchamos a la gente hacer referencia a esos aspectos “normales”, tales como la impunidad del político que roba dinero del erario, mientras al que roba para comer lo sentencian a 20 años de cárcel; las mentiras dichas desde el poder, a modo de cinismo de Estado; la violencia contra las instituciones del Estado responsables de guardar el orden, como el Ejército y la Guardia Nacional; los retenes de narcos en las principales carreteras del país, con cuotas de 500 dólares por auto; las negociaciones políticas hechas al más alto nivel para hacer o no tal cosa; o la intoxicación por crystal de un infante de 11 meses, ocasionada por sus padres drogadictos.

¿Qué está sucediendo en la sociedad para llegar a considerar esto como normal?

¿Sabe qué es? Se llama frus-tra-ción social.

Es exactamente la misma que siente usted cuando las cosas no resultan como usted quiere, sólo que elevada al plano social.

Obviamente esta frustración no es resultado de la actuación de un gobierno. No. Es consecuencia de muchos años, y que se volcó en las urnas en la elección del 2018 al optar por un cambio de régimen en la conducción del país.

La frustración provoca hartazgo. Y pese a los errores garrafales que ha cometido el Gobierno durante esta transición de régimen, los índices de aprobación y confianza al líder del Gobierno siguen siendo muy altos. Aunque mensualmente van cayendo los porcentajes.

Sigue existiendo la corrupción; quizá mucho peor que antes. Las adquisiciones por adjudicación directa del Estado (se designa de manera unilateral quién proveerá un producto o servicio), por ejemplo, rondan el 80%. Al inicio del Gobierno se justificó porque el triunfo les cayó de sorpresa, pero después del primer año la práctica continúa. Las críticas a las adjudicaciones directas fueron severamente criticadas por quienes ostentan hoy el poder.

En otro ejemplo, tenemos la posible y supuesta adquisición de 1,000 camillas para el sistema de Salud en México, a la increíble cantidad de 110 mil pesos cada una, cuando una cama motorizada de primer nivel para pacientes de hospital rondará los 60 mil pesos. Mejor que compren 1,000 camas nuevas y nos ahorramos mucho dinero.

La mayoría de las y los ciudadanos de la sociedad ven como normal estas situaciones, quizá en el beneficio de la duda o porque dicen que los de antes también lo hacían así. De otra manera no se explicarían los índices de popularidad. En otras palabras, no importa que siga existiendo corrupción mientras no sean los mismos de siempre.

El inconveniente es que la normalización de hechos como los expuestos puede conllevar incluso a no objetar acciones dictatoriales del Gobierno, a sabiendas que no son correctas o violatorias de la Ley. Así ha sucedido en muchos regímenes a lo largo de la historia y nadie reaccionó hasta que fue demasiado tarde, porque el mismo Gobierno se encargó de eliminar sistemáticamente cualquier medio de oposición o crítica.

En México esto último ya está sucediendo, aunque no lo crea. El asunto es si como sociedad vamos a reaccionar o nos vamos a dejar —para no perder la costumbre (que fue el motivo de la frustración)— que nos gobiernen al gusto de unos cuantos o de la manera que realmente merecemos. ¿O es que, contrario a todos los principios filosóficos, tenemos el Gobierno que merecemos?

Creo que no hay nada peor en la vida de las sociedades que aquello considerado inapropiado o malo —por ellas mismas— se vea como normal.

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Dentro de la vida democrática del país, por ejemplo, todos los días escuchamos a la gente hacer referencia a esos aspectos “normales”, tales como la impunidad del político que roba dinero del erario, mientras al que roba para comer lo sentencian a 20 años de cárcel; las mentiras dichas desde el poder, a modo de cinismo de Estado; la violencia contra las instituciones del Estado responsables de guardar el orden, como el Ejército y la Guardia Nacional; los retenes de narcos en las principales carreteras del país, con cuotas de 500 dólares por auto; las negociaciones políticas hechas al más alto nivel para hacer o no tal cosa; o la intoxicación por crystal de un infante de 11 meses, ocasionada por sus padres drogadictos.

¿Qué está sucediendo en la sociedad para llegar a considerar esto como normal?

¿Sabe qué es? Se llama frus-tra-ción social.

Es exactamente la misma que siente usted cuando las cosas no resultan como usted quiere, sólo que elevada al plano social.

Obviamente esta frustración no es resultado de la actuación de un gobierno. No. Es consecuencia de muchos años, y que se volcó en las urnas en la elección del 2018 al optar por un cambio de régimen en la conducción del país.

La frustración provoca hartazgo. Y pese a los errores garrafales que ha cometido el Gobierno durante esta transición de régimen, los índices de aprobación y confianza al líder del Gobierno siguen siendo muy altos. Aunque mensualmente van cayendo los porcentajes.

Sigue existiendo la corrupción; quizá mucho peor que antes. Las adquisiciones por adjudicación directa del Estado (se designa de manera unilateral quién proveerá un producto o servicio), por ejemplo, rondan el 80%. Al inicio del Gobierno se justificó porque el triunfo les cayó de sorpresa, pero después del primer año la práctica continúa. Las críticas a las adjudicaciones directas fueron severamente criticadas por quienes ostentan hoy el poder.

En otro ejemplo, tenemos la posible y supuesta adquisición de 1,000 camillas para el sistema de Salud en México, a la increíble cantidad de 110 mil pesos cada una, cuando una cama motorizada de primer nivel para pacientes de hospital rondará los 60 mil pesos. Mejor que compren 1,000 camas nuevas y nos ahorramos mucho dinero.

La mayoría de las y los ciudadanos de la sociedad ven como normal estas situaciones, quizá en el beneficio de la duda o porque dicen que los de antes también lo hacían así. De otra manera no se explicarían los índices de popularidad. En otras palabras, no importa que siga existiendo corrupción mientras no sean los mismos de siempre.

El inconveniente es que la normalización de hechos como los expuestos puede conllevar incluso a no objetar acciones dictatoriales del Gobierno, a sabiendas que no son correctas o violatorias de la Ley. Así ha sucedido en muchos regímenes a lo largo de la historia y nadie reaccionó hasta que fue demasiado tarde, porque el mismo Gobierno se encargó de eliminar sistemáticamente cualquier medio de oposición o crítica.

En México esto último ya está sucediendo, aunque no lo crea. El asunto es si como sociedad vamos a reaccionar o nos vamos a dejar —para no perder la costumbre (que fue el motivo de la frustración)— que nos gobiernen al gusto de unos cuantos o de la manera que realmente merecemos. ¿O es que, contrario a todos los principios filosóficos, tenemos el Gobierno que merecemos?