/ lunes 17 de junio de 2019

Sin medias tintas | Papá ganso

Cuando niño, siempre quise ser astronauta. Fantaseaba con llegar a la Luna o viajar al espacio. Eso me dejaron los libros que leía. Los increíbles cuentos que relatan historias extraordinarias, sin duda provocan que se te muevan las neuronas; pero también te enseñan a diferenciar la realidad de la fantasía y a identificar cuando te dicen mentiras o la verdad.

Los tiempos han cambiado mucho. Hoy no se puede leer La Cenicienta, porque su historia es contraria a la equidad de género. Tampoco podemos leer Pedro y el Lobo, porque contribuye al maltrato animal. Mucho menos podemos leer Blanca Nieves o Caperucita Roja, por sus supuestas alegorías al acoso sexual.

Vaya que si hemos cambiado como sociedad —zoociedad, diría la gran Mafalda—.

Las cosas no siempre suceden como uno quiere; siempre existirán los “detalles” que echan a perder la fiesta.

De hecho, son muy raras las ocasiones en que todos los astros se alinean para que algo salga completamente bien. No hay felicidad completa, dice un amigo que, después de operar políticamente para resolver un asunto, de repente algo sale mal en otro lugar.

La planeación, entonces, siempre es importante. Mientras mejor se planifique cualquier proyecto, será más difícil que se presenten errores. Hay una relación directamente proporcional entre el nivel de planificación y el surgimiento de fallas, dirían los matemáticos.

Lo contrario a la planificación es la improvisación. Y si bien los mexicanos —dicen— somos buenos para improvisar, hay asuntos donde ésta no debe practicarse; como al encabezar y decidir el destino de un país, por ejemplo.

Estamos viendo tanta improvisación desde el 1 de diciembre con la cuarta transformación, que deberíamos sentir miedo por una quinta. Desde la famosa guerra contra el huachicol, que no ha funcionado porque se incrementó sustancialmente (353% en robo de gas LP, por dar un dato), hasta las amenazas de exponer públicamente a personas que se oponen a la construcción del Aeropuerto de Santa Lucía, después de ganar amparos presentados ante el Poder Judicial.

Las mañaneras presidenciales proporcionan datos que son desmentidos por otros funcionarios durante la tarde; pero el daño ya está hecho, la percepción ya está fija en la gente que sigue puntualmente la información matutina.

Y la verdad no se sabe qué pensar, si esta clase de actuación es porque no se cuenta con una política de comunicación social, o si se trata de un plan macabro para crear opinión pública basada en los actos de fe del Presidente y no en los datos o hechos que son expuestos a la postre por la prensa “fifí”, dándole al Presidente una nueva oportunidad para confrontarlos y etiquetarlos.

Quién sabe. Lo cierto es que tenemos el actual gobierno de la cuatroté, se está convirtiendo en un celoso papá ganso, capaz de castigar con severidad cualquier intento de crítica. Mientras, la improvisación continúa.

¿Qué piensa usted, amable lector? ¿Nos dirige un gobierno calificado como buen planificador, o no nos hemos dado cuenta de nada?

Cuando niño, siempre quise ser astronauta. Fantaseaba con llegar a la Luna o viajar al espacio. Eso me dejaron los libros que leía. Los increíbles cuentos que relatan historias extraordinarias, sin duda provocan que se te muevan las neuronas; pero también te enseñan a diferenciar la realidad de la fantasía y a identificar cuando te dicen mentiras o la verdad.

Los tiempos han cambiado mucho. Hoy no se puede leer La Cenicienta, porque su historia es contraria a la equidad de género. Tampoco podemos leer Pedro y el Lobo, porque contribuye al maltrato animal. Mucho menos podemos leer Blanca Nieves o Caperucita Roja, por sus supuestas alegorías al acoso sexual.

Vaya que si hemos cambiado como sociedad —zoociedad, diría la gran Mafalda—.

Las cosas no siempre suceden como uno quiere; siempre existirán los “detalles” que echan a perder la fiesta.

De hecho, son muy raras las ocasiones en que todos los astros se alinean para que algo salga completamente bien. No hay felicidad completa, dice un amigo que, después de operar políticamente para resolver un asunto, de repente algo sale mal en otro lugar.

La planeación, entonces, siempre es importante. Mientras mejor se planifique cualquier proyecto, será más difícil que se presenten errores. Hay una relación directamente proporcional entre el nivel de planificación y el surgimiento de fallas, dirían los matemáticos.

Lo contrario a la planificación es la improvisación. Y si bien los mexicanos —dicen— somos buenos para improvisar, hay asuntos donde ésta no debe practicarse; como al encabezar y decidir el destino de un país, por ejemplo.

Estamos viendo tanta improvisación desde el 1 de diciembre con la cuarta transformación, que deberíamos sentir miedo por una quinta. Desde la famosa guerra contra el huachicol, que no ha funcionado porque se incrementó sustancialmente (353% en robo de gas LP, por dar un dato), hasta las amenazas de exponer públicamente a personas que se oponen a la construcción del Aeropuerto de Santa Lucía, después de ganar amparos presentados ante el Poder Judicial.

Las mañaneras presidenciales proporcionan datos que son desmentidos por otros funcionarios durante la tarde; pero el daño ya está hecho, la percepción ya está fija en la gente que sigue puntualmente la información matutina.

Y la verdad no se sabe qué pensar, si esta clase de actuación es porque no se cuenta con una política de comunicación social, o si se trata de un plan macabro para crear opinión pública basada en los actos de fe del Presidente y no en los datos o hechos que son expuestos a la postre por la prensa “fifí”, dándole al Presidente una nueva oportunidad para confrontarlos y etiquetarlos.

Quién sabe. Lo cierto es que tenemos el actual gobierno de la cuatroté, se está convirtiendo en un celoso papá ganso, capaz de castigar con severidad cualquier intento de crítica. Mientras, la improvisación continúa.

¿Qué piensa usted, amable lector? ¿Nos dirige un gobierno calificado como buen planificador, o no nos hemos dado cuenta de nada?