/ lunes 29 de abril de 2019

Sin Medias Tintas | Tierra de léperos

Estoy seguro de que usted amable lector ha escuchado alguna vez una historia que narre inverosímiles acciones o actitudes de personas, y si bien uno pensaría que esos relatos solo se dan en la ciudad, piénselo de nuevo; son más comunes de lo que se imagina y se dan en todas partes.

Desde la historia que leyó alguna vez sobre aquella madre de familia que salió machete en mano en defensa de su hijo drogadicto para impedir su detención policial, hasta la otra historia de la niña que descubrió un bebé de días de nacido a la intemperie sobre una jardinera y debajo de un mezquite.

O de los relatos de aquella persona que murió después de ser apuñalado durante un asalto para arrebatarle 20 pesos, o de la otra que vendió a su hija por un cartón de caguamas.

La naturaleza es impresionante; pero la naturaleza humana es fascinante, porque somos la única especie en el planeta con capacidad de razonar, pero por algunas acciones que realizamos da la impresión de que no lo hacemos, más en las que son contrarias al respeto de la misma naturaleza.

¿Qué nos hace comportarnos así? Definitivamente nuestras conductas están definidas durante los primeros años de la infancia, y según mi experiencia, es hasta la edad de 19 años cuando se tiene la oportunidad de asumir y adoptar valores, actitudes o conductas. Más adelante es prácticamente imposible. Se requiere de eventos traumáticos para motivar cambios.

¿Qué nos hace mentir o insultar, alimentar el deseo de venganza o de aprovecharnos de alguna circunstancia, por ejemplo? La verdad es que somos muy complejos.

Pero hay personas que pueden hacer todo lo anterior sin inmutarse. Personas de sangre fría, como se les llama, capaces de no mostrar ni remordimiento ni arrepentimiento de sus acciones o proceder. Léperos, pues.

Independientemente de los asuntos hereditarios que pudieran consignar una predisposición a ser así, los léperos en México son, aunque no lo crea, producto de la impunidad. Sí, son producto de la falta de castigo (y no solo hablamos de la infancia).

Hay mucha gente lépera. Estoy seguro de que usted conoce a más de uno. De hecho, en mi colonia hay muchos… y eso que la mayoría son hijos de personas educadas.

Pero es el halo de impunidad el que impulsa al lépero. Como sabe que no hay castigo, sigue haciendo lo mismo tantas veces como puede. Al final de cuentas no pasará nada porque las instituciones de procuración de justicia no son precisamente expeditas. El Nuevo Sistema de Justicia Penal, por ejemplo, está diseñado para crear léperos, y no solo crearlos, también para defenderlos.

Como presidente del comité vecinal de mi colonia tengo la obligación de retribuir la confianza depositada en mí, más si se trata de enfrentar a los léperos, como al padre de la hija obligada a salirse de la casa que invadía y que, al saber esto, él quiso invadirla. Pero los vecinos nos opusimos y denunció el hecho ante las autoridades usando mentiras.

Ahora, los que queremos hacer el bien deberemos defendernos de los léperos y además de las autoridades que les prestan oídos. Y si seguimos así, utilizaremos más tiempo para defendernos del mal que para hacer el bien, ¿no cree?

Y dirá usted: seguramente no pasará nada. Pues sí, pero ese no es el punto, sino la esencia del hecho, porque aunque haya mentido ante una autoridad, el castigo es mínimo… y como hay impunidad, le tocará vivir esta experiencia a alguien más después.

Estoy seguro de que usted amable lector ha escuchado alguna vez una historia que narre inverosímiles acciones o actitudes de personas, y si bien uno pensaría que esos relatos solo se dan en la ciudad, piénselo de nuevo; son más comunes de lo que se imagina y se dan en todas partes.

Desde la historia que leyó alguna vez sobre aquella madre de familia que salió machete en mano en defensa de su hijo drogadicto para impedir su detención policial, hasta la otra historia de la niña que descubrió un bebé de días de nacido a la intemperie sobre una jardinera y debajo de un mezquite.

O de los relatos de aquella persona que murió después de ser apuñalado durante un asalto para arrebatarle 20 pesos, o de la otra que vendió a su hija por un cartón de caguamas.

La naturaleza es impresionante; pero la naturaleza humana es fascinante, porque somos la única especie en el planeta con capacidad de razonar, pero por algunas acciones que realizamos da la impresión de que no lo hacemos, más en las que son contrarias al respeto de la misma naturaleza.

¿Qué nos hace comportarnos así? Definitivamente nuestras conductas están definidas durante los primeros años de la infancia, y según mi experiencia, es hasta la edad de 19 años cuando se tiene la oportunidad de asumir y adoptar valores, actitudes o conductas. Más adelante es prácticamente imposible. Se requiere de eventos traumáticos para motivar cambios.

¿Qué nos hace mentir o insultar, alimentar el deseo de venganza o de aprovecharnos de alguna circunstancia, por ejemplo? La verdad es que somos muy complejos.

Pero hay personas que pueden hacer todo lo anterior sin inmutarse. Personas de sangre fría, como se les llama, capaces de no mostrar ni remordimiento ni arrepentimiento de sus acciones o proceder. Léperos, pues.

Independientemente de los asuntos hereditarios que pudieran consignar una predisposición a ser así, los léperos en México son, aunque no lo crea, producto de la impunidad. Sí, son producto de la falta de castigo (y no solo hablamos de la infancia).

Hay mucha gente lépera. Estoy seguro de que usted conoce a más de uno. De hecho, en mi colonia hay muchos… y eso que la mayoría son hijos de personas educadas.

Pero es el halo de impunidad el que impulsa al lépero. Como sabe que no hay castigo, sigue haciendo lo mismo tantas veces como puede. Al final de cuentas no pasará nada porque las instituciones de procuración de justicia no son precisamente expeditas. El Nuevo Sistema de Justicia Penal, por ejemplo, está diseñado para crear léperos, y no solo crearlos, también para defenderlos.

Como presidente del comité vecinal de mi colonia tengo la obligación de retribuir la confianza depositada en mí, más si se trata de enfrentar a los léperos, como al padre de la hija obligada a salirse de la casa que invadía y que, al saber esto, él quiso invadirla. Pero los vecinos nos opusimos y denunció el hecho ante las autoridades usando mentiras.

Ahora, los que queremos hacer el bien deberemos defendernos de los léperos y además de las autoridades que les prestan oídos. Y si seguimos así, utilizaremos más tiempo para defendernos del mal que para hacer el bien, ¿no cree?

Y dirá usted: seguramente no pasará nada. Pues sí, pero ese no es el punto, sino la esencia del hecho, porque aunque haya mentido ante una autoridad, el castigo es mínimo… y como hay impunidad, le tocará vivir esta experiencia a alguien más después.