/ martes 19 de marzo de 2019

Sin Medias Tintas | Yo no quiero

Yo no quiero definitivamente que la polarización entre los buenos y los malos en este país siga creciendo; sobre todo porque no sabemos quiénes son los verdaderos buenos y malos. Cada bando se adjudica la bondad y nadie quiere ser el malo; pero al parecer, quienes están el poder son los que tienen la capacidad de decidir, y califican como malo aquello que está en contra de sus decisiones o actuaciones.

Así no deberían ser las cosas.

Ir en contra de lo ya está establecido por escrito siempre será considerado como un asunto ilegal, porque las normas sociales dieron origen a las leyes, y éstas rigen los principios de civilidad en las que las sociedades se desarrollan. Pero hoy con la cuarta transformación somos testigos de cómo el poder no cumple con tales leyes, así que no debería de sorprenderle al mismo poder la oposición de aquellos que sí creen en el principio de la legalidad.

Todos tenemos derecho a opinar diferente y nadie debe –nótese que escribí “debe” y no “puede”– quitarnos ese derecho, mucho menos quienes concentran el poder. Lo que estamos viendo hoy respecto a este asunto con el cambio de régimen en México debería preocuparnos, porque no se trata de reducir el volumen de las voces opositoras sino de acallarlas.

Pasamos del régimen neoliberal al posneoliberal… –Eso dijo nuestro presidente, no es invento mío–. Todo parece indicar que el cambio va, pero el problema es que no sabemos hacia dónde, porque no se puede ir hacia un posneoliberalismo si ni siquiera terminar lo primero.

Por eso, yo no quiero que con cualquier pretexto se violente la legalidad. De por sí poco nos falta a los ciudadanos para no hacerle caso a las leyes como para ver esa clase de ejemplos del poder. Y si no me cree, piense en el vecino que tiene más de dos carros pafas de lujo, o de aquel otro que se ‘agandalló’ un pedazo de terreno que no era de él, o del otro que tira la basura en el terreno baldío, o del último, que a sabiendas de la muerte de su vecino sin parientes, se adjudicó la casa del muerto para rentarla en su beneficio.

Yo no quiero que esa clase de acciones –porque con las del abuso del Gobierno tenemos suficientes– se conviertan en conductas comunes y nos alejen de la civilidad, amparándose en el mismo ejemplo de un poder que violenta las leyes. Hemos batallado durante muchos años para la construcción de la incipiente democracia en nuestro país como para retroceder a la barbarie.

En Sinaloa se está presentando ya esta clase de conductas, con cientos de personas invadiendo y adjudicándose ambos extremos de la carretera internacional con el fin de lotificar y asentarse, arguyendo que es una acción pendiente que les autorizó moralmente nuestro presidente.

Yo no quiero esa clase de tiempos oscuros que han vivido otros países durante los cambios drásticos de régimen. No les fue nada bien, y no lo digo yo, lo dice la Historia. ¿Qué error cometimos para que nos suceda lo mismo?

Yo no quiero que las voces opositoras callen y mucho menos quiero que la sociedad permanezca impávida ante lo que se avizora; pero solamente yo no quiero, quién sabe si hay alguien más.

Yo no quiero definitivamente que la polarización entre los buenos y los malos en este país siga creciendo; sobre todo porque no sabemos quiénes son los verdaderos buenos y malos. Cada bando se adjudica la bondad y nadie quiere ser el malo; pero al parecer, quienes están el poder son los que tienen la capacidad de decidir, y califican como malo aquello que está en contra de sus decisiones o actuaciones.

Así no deberían ser las cosas.

Ir en contra de lo ya está establecido por escrito siempre será considerado como un asunto ilegal, porque las normas sociales dieron origen a las leyes, y éstas rigen los principios de civilidad en las que las sociedades se desarrollan. Pero hoy con la cuarta transformación somos testigos de cómo el poder no cumple con tales leyes, así que no debería de sorprenderle al mismo poder la oposición de aquellos que sí creen en el principio de la legalidad.

Todos tenemos derecho a opinar diferente y nadie debe –nótese que escribí “debe” y no “puede”– quitarnos ese derecho, mucho menos quienes concentran el poder. Lo que estamos viendo hoy respecto a este asunto con el cambio de régimen en México debería preocuparnos, porque no se trata de reducir el volumen de las voces opositoras sino de acallarlas.

Pasamos del régimen neoliberal al posneoliberal… –Eso dijo nuestro presidente, no es invento mío–. Todo parece indicar que el cambio va, pero el problema es que no sabemos hacia dónde, porque no se puede ir hacia un posneoliberalismo si ni siquiera terminar lo primero.

Por eso, yo no quiero que con cualquier pretexto se violente la legalidad. De por sí poco nos falta a los ciudadanos para no hacerle caso a las leyes como para ver esa clase de ejemplos del poder. Y si no me cree, piense en el vecino que tiene más de dos carros pafas de lujo, o de aquel otro que se ‘agandalló’ un pedazo de terreno que no era de él, o del otro que tira la basura en el terreno baldío, o del último, que a sabiendas de la muerte de su vecino sin parientes, se adjudicó la casa del muerto para rentarla en su beneficio.

Yo no quiero que esa clase de acciones –porque con las del abuso del Gobierno tenemos suficientes– se conviertan en conductas comunes y nos alejen de la civilidad, amparándose en el mismo ejemplo de un poder que violenta las leyes. Hemos batallado durante muchos años para la construcción de la incipiente democracia en nuestro país como para retroceder a la barbarie.

En Sinaloa se está presentando ya esta clase de conductas, con cientos de personas invadiendo y adjudicándose ambos extremos de la carretera internacional con el fin de lotificar y asentarse, arguyendo que es una acción pendiente que les autorizó moralmente nuestro presidente.

Yo no quiero esa clase de tiempos oscuros que han vivido otros países durante los cambios drásticos de régimen. No les fue nada bien, y no lo digo yo, lo dice la Historia. ¿Qué error cometimos para que nos suceda lo mismo?

Yo no quiero que las voces opositoras callen y mucho menos quiero que la sociedad permanezca impávida ante lo que se avizora; pero solamente yo no quiero, quién sabe si hay alguien más.