/ martes 25 de mayo de 2021

Tiempos y realidades | A través de la ventana

En la tercera década del siglo pasado el poeta español León Felipe describió en uno de sus poemas lo que veía a través de su ventana mientras escribía, la primera vez que leí ese poema en particular pensé que todo lo descrito era producto de la imaginación poética del artista porque consideré poco probable que todo lo descrito se viera simplemente mirando a través de una ventana.

Tiempo después volví a leer el poema, esta vez con una mirada menos ingenua, así que me fue posible acercarme a las palabras del poeta con ganas de comprender lo que había escrito, ese afán de comprender se encontró de nuevo ante el “obstáculo” de la vida pasando a través de una ventana… ¿realmente pasa la vida a través de una ventana?

Años después de haber leído el poema al que hago alusión en el párrafo anterior, me encuentro ante la posibilidad de experimentar algo parecido a lo dicho en aquella poesía de León Felipe. Sí, la vida pasa a través de una ventana, sería absurdo negarlo y aunque muchos carecemos de la genialidad del poeta español para hacer un poema de lo que vemos, sin duda nos damos cuenta de lo que va pasando a través de nuestras ventanas.

Cada mañana me siento ante un escritorio con mi atención puesta en el monitor de una computadora, ahí la vida pasa vertiginosamente entre correos electrónicos y páginas de Internet; ahí el mundo se condensa de tal forma que la condensación apenas me permite discernir entre qué pasa en qué parte del mundo. En cambio por mi ventana el ritmo del mundo va a la par de la vida: a veces lento, en ocasiones rápido y en cada vez más raros momentos el ritmo de la vida se para, no pasa nada.

¿Qué veo a través de mi ventana?, la mayor parte de las veces veo tristeza hecha realidad en la figura de los indigentes que pasan por ahí cargando con su vida a cuestas, en su ropa o en las bolsas que arrastran ya en la mano, ya echada sobre el hombro.

También escucho los gritos de las personas que huyeron de la realidad siguiendo el camino de la droga, el alcohol o quizá, ¿por qué no?, de una realidad insoportable.

Escucho sus gritos de pánico ante enemigos invisibles, las conversaciones con amigos que sólo ellos pueden ver y el llanto, muy seguido oigo su llanto; cuando los gritos, el llanto, las palabras sin sentido rebasan el límite habitual de lo cotidiano me asomo a la ventana y veo gente acurrucada en la banqueta, ya haciendo aspavientos con la mano para defenderse, ¿de quién?, sólo ellos lo saben; o gente sin hogar que pasa llorando con la cabeza gacha, o personas que con la vista perdida hablan, ríen, lloran.

A través de mi ventana rara vez pasa la alegría. Pasan la prisa, la tristeza, la indiferencia, la pobreza. A través de mi ventana pasa, como dijo León Felipe, la vida. Una vida cada vez más agitada, más intensa. Una vida que casi siempre nos pasa desapercibida.

En la tercera década del siglo pasado el poeta español León Felipe describió en uno de sus poemas lo que veía a través de su ventana mientras escribía, la primera vez que leí ese poema en particular pensé que todo lo descrito era producto de la imaginación poética del artista porque consideré poco probable que todo lo descrito se viera simplemente mirando a través de una ventana.

Tiempo después volví a leer el poema, esta vez con una mirada menos ingenua, así que me fue posible acercarme a las palabras del poeta con ganas de comprender lo que había escrito, ese afán de comprender se encontró de nuevo ante el “obstáculo” de la vida pasando a través de una ventana… ¿realmente pasa la vida a través de una ventana?

Años después de haber leído el poema al que hago alusión en el párrafo anterior, me encuentro ante la posibilidad de experimentar algo parecido a lo dicho en aquella poesía de León Felipe. Sí, la vida pasa a través de una ventana, sería absurdo negarlo y aunque muchos carecemos de la genialidad del poeta español para hacer un poema de lo que vemos, sin duda nos damos cuenta de lo que va pasando a través de nuestras ventanas.

Cada mañana me siento ante un escritorio con mi atención puesta en el monitor de una computadora, ahí la vida pasa vertiginosamente entre correos electrónicos y páginas de Internet; ahí el mundo se condensa de tal forma que la condensación apenas me permite discernir entre qué pasa en qué parte del mundo. En cambio por mi ventana el ritmo del mundo va a la par de la vida: a veces lento, en ocasiones rápido y en cada vez más raros momentos el ritmo de la vida se para, no pasa nada.

¿Qué veo a través de mi ventana?, la mayor parte de las veces veo tristeza hecha realidad en la figura de los indigentes que pasan por ahí cargando con su vida a cuestas, en su ropa o en las bolsas que arrastran ya en la mano, ya echada sobre el hombro.

También escucho los gritos de las personas que huyeron de la realidad siguiendo el camino de la droga, el alcohol o quizá, ¿por qué no?, de una realidad insoportable.

Escucho sus gritos de pánico ante enemigos invisibles, las conversaciones con amigos que sólo ellos pueden ver y el llanto, muy seguido oigo su llanto; cuando los gritos, el llanto, las palabras sin sentido rebasan el límite habitual de lo cotidiano me asomo a la ventana y veo gente acurrucada en la banqueta, ya haciendo aspavientos con la mano para defenderse, ¿de quién?, sólo ellos lo saben; o gente sin hogar que pasa llorando con la cabeza gacha, o personas que con la vista perdida hablan, ríen, lloran.

A través de mi ventana rara vez pasa la alegría. Pasan la prisa, la tristeza, la indiferencia, la pobreza. A través de mi ventana pasa, como dijo León Felipe, la vida. Una vida cada vez más agitada, más intensa. Una vida que casi siempre nos pasa desapercibida.