/ martes 11 de agosto de 2020

Tiempos y realidades | Ahí siempre hay guerra

Hace unos días, Líbano volvió a ocupar los titulares de todos los medios de comunicación. Las fotografías y los videos de la explosión que sacudió su capital recorrieron el mundo en cuestión de horas, de modo que teorías de todo tipo trataban de explicar el porqué de la explosión, hasta que finalmente las autoridades libanesas explicaron que la explosión se produjo en un almacén donde se guardaban, sin mucha precaución, elementos que con una chispa podían causar una explosión de la magnitud que vimos en las imágenes que ayer recorrieron el mundo.

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Sin embargo vale la pena preguntarse por qué las primeras reacciones ante la explosión fueran las de adjudicarla a un ataque terrorista. El más importante argumento para sostener esta teoría es que la mayor parte de este tipo de situaciones tiene su origen en ataques terroristas; en segundo lugar se encuentra el lugar donde ocurrió la explosión porque Líbano es un país que, desafortunadamente, debe mucha de su fama a los conflictos armados que se han producido en su suelo.

Líbano es un país que no todos sabemos dónde está ubicado exactamente, tampoco es de conocimiento general las bases de su economía ni su importancia en Medio Oriente. Para generaciones pasadas Líbano y los países con los que comparte frontera fueron desde la década de los setenta y hasta 1990 zona de guerra; Siria, Israel, Líbano, Palestina estuvieron envueltos en conflictos que se constituyeron en terreno fértil para la disputa entre los dos grandes bloques políticos de aquel tiempo, Estados Unidos y la Unión Soviética, de modo que Medio Oriente se convirtió en zona de guerra donde intereses religiosos, políticos y financieros se fueron el sostén de una guerra que duró más de diez años.

El conflicto en Líbano también supuso un reto para los diplomáticos que intentaron negociar un cese al fuego, de ahí que en los noticieros de aquellos años la guerra en Medio Oriente y las negociaciones de paz eran noticias infaltables que de tanto escuchar, ya nadie escuchaba realmente, de modo que la gente generalmente se limitaba a comentar cosas como “ahí siempre hay guerra”. Y es que siempre la había. Por más negociaciones diplomáticas, firma de treguas y llamados a la paz que hubiera, en un momento u otro la guerra se reanudaba. Ayer, a pesar de las consecuencias catastróficas de la explosión, por lo menos no fue el anuncio de un nuevo periodo de guerra.


Hace unos días, Líbano volvió a ocupar los titulares de todos los medios de comunicación. Las fotografías y los videos de la explosión que sacudió su capital recorrieron el mundo en cuestión de horas, de modo que teorías de todo tipo trataban de explicar el porqué de la explosión, hasta que finalmente las autoridades libanesas explicaron que la explosión se produjo en un almacén donde se guardaban, sin mucha precaución, elementos que con una chispa podían causar una explosión de la magnitud que vimos en las imágenes que ayer recorrieron el mundo.

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Sin embargo vale la pena preguntarse por qué las primeras reacciones ante la explosión fueran las de adjudicarla a un ataque terrorista. El más importante argumento para sostener esta teoría es que la mayor parte de este tipo de situaciones tiene su origen en ataques terroristas; en segundo lugar se encuentra el lugar donde ocurrió la explosión porque Líbano es un país que, desafortunadamente, debe mucha de su fama a los conflictos armados que se han producido en su suelo.

Líbano es un país que no todos sabemos dónde está ubicado exactamente, tampoco es de conocimiento general las bases de su economía ni su importancia en Medio Oriente. Para generaciones pasadas Líbano y los países con los que comparte frontera fueron desde la década de los setenta y hasta 1990 zona de guerra; Siria, Israel, Líbano, Palestina estuvieron envueltos en conflictos que se constituyeron en terreno fértil para la disputa entre los dos grandes bloques políticos de aquel tiempo, Estados Unidos y la Unión Soviética, de modo que Medio Oriente se convirtió en zona de guerra donde intereses religiosos, políticos y financieros se fueron el sostén de una guerra que duró más de diez años.

El conflicto en Líbano también supuso un reto para los diplomáticos que intentaron negociar un cese al fuego, de ahí que en los noticieros de aquellos años la guerra en Medio Oriente y las negociaciones de paz eran noticias infaltables que de tanto escuchar, ya nadie escuchaba realmente, de modo que la gente generalmente se limitaba a comentar cosas como “ahí siempre hay guerra”. Y es que siempre la había. Por más negociaciones diplomáticas, firma de treguas y llamados a la paz que hubiera, en un momento u otro la guerra se reanudaba. Ayer, a pesar de las consecuencias catastróficas de la explosión, por lo menos no fue el anuncio de un nuevo periodo de guerra.