/ jueves 21 de octubre de 2021

Tiempos y realidades | Los yaquis

La historia de la Nación Yaqui es una larga lucha de resistencia y persistencia que ha pasado por momentos álgidos como la deportación a Yucatán, Oaxaca y Veracruz. La deportación al sur del país llevó aparejada una violencia física y mental que se han perpetrado en países como Sudáfrica, Somalia, Congo, Ruanda en el Continente Africano. En América el paralelismo entre el genocidio tiene grandes similitudes con el caso de los indígenas argentinos durante la conquista del desierto a fines del siglo XIX.

Si bien solemos pensar en la violencia hacia los yaquis centrando nuestra atención exclusivamente en el aspecto físico de la misma, solemos olvidar que la tribu enfrenta continuamente otro tipo de violencia, la simbólica. Con esto último me refiero a la forma como nosotros/as los concebimos y los tratamos. Generalmente no pensamos en ellos mientras no nos afecten sus acciones, por ejemplo, cuando los vemos cerrando el tránsito entre el Norte y Sur del Estado nuestra reacción suele ser de molestia, incluso de coraje. No nos paramos a pensar en el porqué de esa acción, tampoco nos tomamos la molestia de preguntar qué es lo que llevó a la tribu a tomar la decisión de cerrar una vía tan transitada como la que cruza el estado de norte a sur.

Si bien todas/os sabemos que la lucha de los yaquis por su territorio ha sido el motor del conflicto entre ellos y la sociedad no indígena, por lo general nuestros pensamientos no van más allá de considerar que la fiereza con que la tribu lo defiende está arraigada en elementos simbólicos muy fuertes. El territorio para los yaquis (valle, río, sierra, cielo) es sagrado, es de todos y nunca lo han concebido como un medio para obtener riqueza. Esta concepción del territorio choca, evidentemente, con la concepción que los yoris, como ellos nos llaman, tenemos del Valle del Yaqui. Para nosotros/as el Yaqui es básicamente una tierra fértil que debe explotarse en aras del progreso, incluso si se va más allá, suele considerarse que los habitantes del valle deben adaptarse a la forma como concebimos su territorio, por consiguiente, a la manera como consideramos que debe aprovecharse para su beneficio y el nuestro.

El diálogo de autoridades yoris y yoemen ha sido en muchas ocasiones un diálogo de sordos. Esperemos que estos tiempos ese diálogo sea verdaderamente un diálogo entre iguales, que culmine con acuerdos favorables para ambas partes.

La historia de la Nación Yaqui es una larga lucha de resistencia y persistencia que ha pasado por momentos álgidos como la deportación a Yucatán, Oaxaca y Veracruz. La deportación al sur del país llevó aparejada una violencia física y mental que se han perpetrado en países como Sudáfrica, Somalia, Congo, Ruanda en el Continente Africano. En América el paralelismo entre el genocidio tiene grandes similitudes con el caso de los indígenas argentinos durante la conquista del desierto a fines del siglo XIX.

Si bien solemos pensar en la violencia hacia los yaquis centrando nuestra atención exclusivamente en el aspecto físico de la misma, solemos olvidar que la tribu enfrenta continuamente otro tipo de violencia, la simbólica. Con esto último me refiero a la forma como nosotros/as los concebimos y los tratamos. Generalmente no pensamos en ellos mientras no nos afecten sus acciones, por ejemplo, cuando los vemos cerrando el tránsito entre el Norte y Sur del Estado nuestra reacción suele ser de molestia, incluso de coraje. No nos paramos a pensar en el porqué de esa acción, tampoco nos tomamos la molestia de preguntar qué es lo que llevó a la tribu a tomar la decisión de cerrar una vía tan transitada como la que cruza el estado de norte a sur.

Si bien todas/os sabemos que la lucha de los yaquis por su territorio ha sido el motor del conflicto entre ellos y la sociedad no indígena, por lo general nuestros pensamientos no van más allá de considerar que la fiereza con que la tribu lo defiende está arraigada en elementos simbólicos muy fuertes. El territorio para los yaquis (valle, río, sierra, cielo) es sagrado, es de todos y nunca lo han concebido como un medio para obtener riqueza. Esta concepción del territorio choca, evidentemente, con la concepción que los yoris, como ellos nos llaman, tenemos del Valle del Yaqui. Para nosotros/as el Yaqui es básicamente una tierra fértil que debe explotarse en aras del progreso, incluso si se va más allá, suele considerarse que los habitantes del valle deben adaptarse a la forma como concebimos su territorio, por consiguiente, a la manera como consideramos que debe aprovecharse para su beneficio y el nuestro.

El diálogo de autoridades yoris y yoemen ha sido en muchas ocasiones un diálogo de sordos. Esperemos que estos tiempos ese diálogo sea verdaderamente un diálogo entre iguales, que culmine con acuerdos favorables para ambas partes.