/ martes 13 de julio de 2021

Tiempos y realidades | Papeles viejos

La investigación histórica se realiza mayormente con documentos que atestiguan hechos pasados. Entre más atrás se vaya uno en el tiempo, más se dependerá de la documentación, pues no se tiene ya la posibilidad de entrevistar a personas que vivieron los sucesos investigados, mucho menos se cuenta con evidencia registradas en audio o video. En otras palabras, quienes estudiamos los siglos previos al siglo XX necesitamos basarnos en documentación de la época para realizar nuestro trabajo. En la medida que se pierden los documentos de siglos pasados, en esa misma medida es difícil reconstruir los procesos históricos que se registraron en ellos.

Lo dicho en el párrafo anterior nos lleva a la cuestión, siempre escabrosa, de la conservación de los documentos históricos. Los archivos que conservan esta documentación son el lugar de trabajo de las y los historiadores, así que uno podría pensar que estos lugares están en perfecto estado para que podamos realizar nuestras investigaciones, y es así en el caso de muchos archivos menos en México. Chile, Argentina, Colombia por no mencionar a Estados Unidos y los países europeos tienen sus archivos no sólo organizados, sino digitalizados de tal forma que se pueda acceder a ellos desde cualquier lugar del mundo a través de Internet.

Si el Archivo General de la Nación no tiene ni siquiera un índice completo en su página, menos aún tiene contenido digitalizado. Ni siquiera la documentación de la época colonial, considerada patrimonio de la humanidad, está digitalizada, no digamos la documentación correspondiente a los siglos XIX y XX. Hasta el momento los únicos acervos documentales nacionales que se pueden consultar vía Internet son la Hemeroteca Nacional y el archivo Carso, el trabajo que estas dos instituciones han hecho es destacable pero poco conocido para las y los historiadores quizá porque estamos acostumbrados a no tener nuestros acervos históricos digitalizados y en línea.

El caso de los archivos sonorenses es lamentable. Pensar en la digitalización de los mismos es un sueño. Primero habría que catalogarlos, hacer índices, ver el estado de conservación de los documentos, restaurar los que lo requieran, y sólo entonces se podría pensar tanto en la digitalización como en la puesta en línea de estos acervos tan importantes para nuestra historia.

La investigación histórica se realiza mayormente con documentos que atestiguan hechos pasados. Entre más atrás se vaya uno en el tiempo, más se dependerá de la documentación, pues no se tiene ya la posibilidad de entrevistar a personas que vivieron los sucesos investigados, mucho menos se cuenta con evidencia registradas en audio o video. En otras palabras, quienes estudiamos los siglos previos al siglo XX necesitamos basarnos en documentación de la época para realizar nuestro trabajo. En la medida que se pierden los documentos de siglos pasados, en esa misma medida es difícil reconstruir los procesos históricos que se registraron en ellos.

Lo dicho en el párrafo anterior nos lleva a la cuestión, siempre escabrosa, de la conservación de los documentos históricos. Los archivos que conservan esta documentación son el lugar de trabajo de las y los historiadores, así que uno podría pensar que estos lugares están en perfecto estado para que podamos realizar nuestras investigaciones, y es así en el caso de muchos archivos menos en México. Chile, Argentina, Colombia por no mencionar a Estados Unidos y los países europeos tienen sus archivos no sólo organizados, sino digitalizados de tal forma que se pueda acceder a ellos desde cualquier lugar del mundo a través de Internet.

Si el Archivo General de la Nación no tiene ni siquiera un índice completo en su página, menos aún tiene contenido digitalizado. Ni siquiera la documentación de la época colonial, considerada patrimonio de la humanidad, está digitalizada, no digamos la documentación correspondiente a los siglos XIX y XX. Hasta el momento los únicos acervos documentales nacionales que se pueden consultar vía Internet son la Hemeroteca Nacional y el archivo Carso, el trabajo que estas dos instituciones han hecho es destacable pero poco conocido para las y los historiadores quizá porque estamos acostumbrados a no tener nuestros acervos históricos digitalizados y en línea.

El caso de los archivos sonorenses es lamentable. Pensar en la digitalización de los mismos es un sueño. Primero habría que catalogarlos, hacer índices, ver el estado de conservación de los documentos, restaurar los que lo requieran, y sólo entonces se podría pensar tanto en la digitalización como en la puesta en línea de estos acervos tan importantes para nuestra historia.