/ miércoles 22 de septiembre de 2021

Tiempos y realidades | Un nuevo comienzo

Un día de septiembre en uno de los periódicos capitalinos de mayor circulación se publicó una editorial que ocupó casi toda la segunda página del diario. Al verla uno podría suponer que el tema de esta era alguna reflexión con respecto a los acontecimientos sucedidos en el centro del país, y de no ser así los candidatos para tal despliegue podía ser algo relacionado con Veracruz o Oaxaca. No era así. Contra toda lógica, el objeto de tan amplia editorial fue Sonora. ¿Por qué el asombro? Porque en la historia de Sonora se ha supuesto, hasta hace unos diez o quince años, que los sucesos en nuestro Estado no se conocían en la capital, o si las noticias llegaban se quedaban en los informes que recibía el ministro de Gobernación o el de Defensa. Nada más lejos de la verdad.

Una búsqueda detallada en los periódicos capitalinos en los años de 1855, 1856, 1857 y 1858 muestran que noticias acerca de Sonora aparecían de forma regular, ya fuera en forma de editoriales, transcripciones de circulares del Gobierno estatal, cartas de personas particulares dirigidas a los editores del periódico, o reproducciones de notas acerca de Sonora que se publicaban en la prensa de Mazatlán o Culiacán. Sin embargo, lo que más llama la atención es la labor de los enviados especiales, esto es, personas mandadas por el Gobierno estatal para presentar sus demandas directamente al Presidente en turno o a su ministro de Gobernación. Se suponía que al presentar las demandas del Gobierno estatal de forma presencial era más probable que se atendieran.

Quizá la presencia de estos enviados, o comisionados especiales, hubiera rendido frutos si el Gobierno nacional no hubiera estado en bancarrota, ya que la única petición del Gobierno sonorense era el envío de armamento, hombres y dinero para hacer frente a las incursiones de los apaches, los levantamientos indígenas y lo más importante en opinión del comisionado en turno, apoyo para el grupo de notables que lo envió a negociar su reconocimiento como gobierno legítimo de Sonora.

El Gobierno nacional respondía con lo único que podía responder: decretos, oficios de buenas intenciones y el envío de un nuevo comandante militar o gobernador interino que se encontraba con los mismos problemas que sus antecesores no pudieron resolver. El nuevo comienzo que solicitaban los sonorenses de viva voz o a través de la prensa capitalina, rara vez se conseguía y en el Estado continuaban los enfrentamientos entre facciones y las rebeliones indígenas.

Un día de septiembre en uno de los periódicos capitalinos de mayor circulación se publicó una editorial que ocupó casi toda la segunda página del diario. Al verla uno podría suponer que el tema de esta era alguna reflexión con respecto a los acontecimientos sucedidos en el centro del país, y de no ser así los candidatos para tal despliegue podía ser algo relacionado con Veracruz o Oaxaca. No era así. Contra toda lógica, el objeto de tan amplia editorial fue Sonora. ¿Por qué el asombro? Porque en la historia de Sonora se ha supuesto, hasta hace unos diez o quince años, que los sucesos en nuestro Estado no se conocían en la capital, o si las noticias llegaban se quedaban en los informes que recibía el ministro de Gobernación o el de Defensa. Nada más lejos de la verdad.

Una búsqueda detallada en los periódicos capitalinos en los años de 1855, 1856, 1857 y 1858 muestran que noticias acerca de Sonora aparecían de forma regular, ya fuera en forma de editoriales, transcripciones de circulares del Gobierno estatal, cartas de personas particulares dirigidas a los editores del periódico, o reproducciones de notas acerca de Sonora que se publicaban en la prensa de Mazatlán o Culiacán. Sin embargo, lo que más llama la atención es la labor de los enviados especiales, esto es, personas mandadas por el Gobierno estatal para presentar sus demandas directamente al Presidente en turno o a su ministro de Gobernación. Se suponía que al presentar las demandas del Gobierno estatal de forma presencial era más probable que se atendieran.

Quizá la presencia de estos enviados, o comisionados especiales, hubiera rendido frutos si el Gobierno nacional no hubiera estado en bancarrota, ya que la única petición del Gobierno sonorense era el envío de armamento, hombres y dinero para hacer frente a las incursiones de los apaches, los levantamientos indígenas y lo más importante en opinión del comisionado en turno, apoyo para el grupo de notables que lo envió a negociar su reconocimiento como gobierno legítimo de Sonora.

El Gobierno nacional respondía con lo único que podía responder: decretos, oficios de buenas intenciones y el envío de un nuevo comandante militar o gobernador interino que se encontraba con los mismos problemas que sus antecesores no pudieron resolver. El nuevo comienzo que solicitaban los sonorenses de viva voz o a través de la prensa capitalina, rara vez se conseguía y en el Estado continuaban los enfrentamientos entre facciones y las rebeliones indígenas.