/ jueves 6 de febrero de 2020

Del amor al odio, del odio al perdón, del perdón al saber vivir 

El viejo dicho mexicano reza que “lo que mal empieza, mal acaba”, pero ¿quién define cómo es un bueno inicio y de qué manera se da lo contrario?

El viejo dicho mexicano reza que “lo que mal empieza, mal acaba”, pero ¿quién define cómo es un bueno inicio y de qué manera se da lo contrario? Esta historia no es de amor, ni desamor, sino de experiencias, dolor y aprender a vivir.

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Corría la década de los 70’s cuando Fernanda y Juan se conocieron en la casa de la madre de ella. Él había ingresado a trabajar a los 17 años en ese hogar como ayudante múltiple, proveniente del Estado de Puebla, donde a sus 10 años quedó huérfano, lo que lo obligó a vagar de casa en casa de parientes, donde fue constantemente maltratado.

Fernanda o Fer, como le decían en su casa cuando había buen humor, era adoptada, niña que a sus dos años de edad fue abandonada en las calles de Hermosillo, encontrada por una familia avecindada en la ciudad, pero provenientes de Sinaloa quienes la acogieron.

A veces es tan impredecible el destino o las coincidencias de la vida, que el hecho de que Juan llegó a trabajar en la casa de lo que parecía una familia medianamente acomodada le daría la oportunidad de seguir con sus estudios, pero en realidad le dio la oportunidad de conocer a una joven de 17 años de edad que al igual que él sufría por no tener a sus verdaderos padres.

A lo largo de dos años de laborar en aquella casa, Juan supo ganarse la amistad y el amor de Fer, a pesar de que ella era un año mayor, pero pasado ese tiempo decidieron huir para emprender una vida juntos, pues sabían que la familia de ella no los dejarían hacerlo por ser jóvenes; y él ser lo que despectivamente llamarían “un pobre diablo”.

Los primeros años fueron complicados, no es fácil dejar todo de lado para iniciar de nuevo, pero con trabajo supieron sobrellevar la vida que habían elegido, con trabajo duro y en casas de renta en barrios peligrosos de la ciudad, lo único que podían pagar.

Su primer hijo llegó de improviso, pero Juan había logrado a base de tenacidad y capacitaciones un buen trabajo como técnico en una pequeña empresa que obtuvo un contrato con uno de los bancos más importantes del País. Esto le permitió viajar para arreglar las sumadoras, calculadoras, registradoras y máquinas de escribir de las diversas sucursales, lo que le dejó buenas ganancias.

De ahí vinieron tres hijos más, lo que obligó a los dos a trabajar para ganar dinero. Todo parecía ir mejor y que la suerte les sonreía, pero en Juan habían nacido dos inquietudes, por no llamarlos vicios, que no sabía que tenía, el gusto por el alcohol en exceso y el ser mujeriego.

A sus 26 años bebía cantidades industriales y veía a mujeres a escondidas, después dejó de encubrirlo, lo que trajo reclamos, violencia verbal y psicológica, hasta que un día todo escaló al punto de llegar a los golpes, por primera vez Juan se atrevió a levantarle la mano a quien había sido su pareja fiel, pero no sería la última.

A causa de su creciente alcoholismo, el hombre perdió su prospero empleo y es aquí cuando nació la violencia económica cuando inició con la costumbre de sólo tener trabajos temporales y quitarle el dinero a su pareja, para controlar todo en su casa. Al parecer ya no importaba si comían o no para que pudiera embriagarse a placer.

Fernanda al ver que la situación había subido de tono y que alcanzó a sus hijos, decidió recurrir a la vieja casa paterna, pero ambos padres adoptivos habían fallecido poco antes de que ella huyera, pero pensó que su familia la ayudaría. Esto no sucedió y al encontrar sólo pretextos para no hacerlo, supo que estaba sola.

Para esos años lo que había sido un amor incondicional por parte de los dos, se había convertido en una especie de odio y competencia por ver quién golpeaba más fuerte al otro, hasta que un día ella decidió dejarlo para empezar de nuevo, tal como la habían obligado a hacer sus verdaderos padres a los dos años de edad, como lo hizo al huir con su amado y ahora de nuevo al dejarlo.

Ella continuó sola, al principio, con la carga de los niños que no sobrepasaban los 12 años de edad, a quienes logró sacar adelante; cambiaban de vez en vez de casas de renta, hasta que logró hacerse de la propia, la cual nunca dejaría.

Con los años Juan se dio cuenta del daño hizo y que le causó a su persona, pero no le quedó más que vivir solo a lo largo de los años; aunque sus hijos lo visitaban en ocasiones o él lo hacía, lo que le enseñó de nuevo a ser humano, trabajar, dejar la ira de lado y sobre todo respetar a su familia.

Hoy los dos son viejos, se les puede ver en convivencias familiares, donde platican con los hijos, juegan con los nietos e incluso saben reírse uno del otro como amigos. Una perdona y el otro ofrece disculpas. Aprendieron que el amor propio y el de familia están por encima.

El viejo dicho mexicano reza que “lo que mal empieza, mal acaba”, pero ¿quién define cómo es un bueno inicio y de qué manera se da lo contrario? Esta historia no es de amor, ni desamor, sino de experiencias, dolor y aprender a vivir.

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Corría la década de los 70’s cuando Fernanda y Juan se conocieron en la casa de la madre de ella. Él había ingresado a trabajar a los 17 años en ese hogar como ayudante múltiple, proveniente del Estado de Puebla, donde a sus 10 años quedó huérfano, lo que lo obligó a vagar de casa en casa de parientes, donde fue constantemente maltratado.

Fernanda o Fer, como le decían en su casa cuando había buen humor, era adoptada, niña que a sus dos años de edad fue abandonada en las calles de Hermosillo, encontrada por una familia avecindada en la ciudad, pero provenientes de Sinaloa quienes la acogieron.

A veces es tan impredecible el destino o las coincidencias de la vida, que el hecho de que Juan llegó a trabajar en la casa de lo que parecía una familia medianamente acomodada le daría la oportunidad de seguir con sus estudios, pero en realidad le dio la oportunidad de conocer a una joven de 17 años de edad que al igual que él sufría por no tener a sus verdaderos padres.

A lo largo de dos años de laborar en aquella casa, Juan supo ganarse la amistad y el amor de Fer, a pesar de que ella era un año mayor, pero pasado ese tiempo decidieron huir para emprender una vida juntos, pues sabían que la familia de ella no los dejarían hacerlo por ser jóvenes; y él ser lo que despectivamente llamarían “un pobre diablo”.

Los primeros años fueron complicados, no es fácil dejar todo de lado para iniciar de nuevo, pero con trabajo supieron sobrellevar la vida que habían elegido, con trabajo duro y en casas de renta en barrios peligrosos de la ciudad, lo único que podían pagar.

Su primer hijo llegó de improviso, pero Juan había logrado a base de tenacidad y capacitaciones un buen trabajo como técnico en una pequeña empresa que obtuvo un contrato con uno de los bancos más importantes del País. Esto le permitió viajar para arreglar las sumadoras, calculadoras, registradoras y máquinas de escribir de las diversas sucursales, lo que le dejó buenas ganancias.

De ahí vinieron tres hijos más, lo que obligó a los dos a trabajar para ganar dinero. Todo parecía ir mejor y que la suerte les sonreía, pero en Juan habían nacido dos inquietudes, por no llamarlos vicios, que no sabía que tenía, el gusto por el alcohol en exceso y el ser mujeriego.

A sus 26 años bebía cantidades industriales y veía a mujeres a escondidas, después dejó de encubrirlo, lo que trajo reclamos, violencia verbal y psicológica, hasta que un día todo escaló al punto de llegar a los golpes, por primera vez Juan se atrevió a levantarle la mano a quien había sido su pareja fiel, pero no sería la última.

A causa de su creciente alcoholismo, el hombre perdió su prospero empleo y es aquí cuando nació la violencia económica cuando inició con la costumbre de sólo tener trabajos temporales y quitarle el dinero a su pareja, para controlar todo en su casa. Al parecer ya no importaba si comían o no para que pudiera embriagarse a placer.

Fernanda al ver que la situación había subido de tono y que alcanzó a sus hijos, decidió recurrir a la vieja casa paterna, pero ambos padres adoptivos habían fallecido poco antes de que ella huyera, pero pensó que su familia la ayudaría. Esto no sucedió y al encontrar sólo pretextos para no hacerlo, supo que estaba sola.

Para esos años lo que había sido un amor incondicional por parte de los dos, se había convertido en una especie de odio y competencia por ver quién golpeaba más fuerte al otro, hasta que un día ella decidió dejarlo para empezar de nuevo, tal como la habían obligado a hacer sus verdaderos padres a los dos años de edad, como lo hizo al huir con su amado y ahora de nuevo al dejarlo.

Ella continuó sola, al principio, con la carga de los niños que no sobrepasaban los 12 años de edad, a quienes logró sacar adelante; cambiaban de vez en vez de casas de renta, hasta que logró hacerse de la propia, la cual nunca dejaría.

Con los años Juan se dio cuenta del daño hizo y que le causó a su persona, pero no le quedó más que vivir solo a lo largo de los años; aunque sus hijos lo visitaban en ocasiones o él lo hacía, lo que le enseñó de nuevo a ser humano, trabajar, dejar la ira de lado y sobre todo respetar a su familia.

Hoy los dos son viejos, se les puede ver en convivencias familiares, donde platican con los hijos, juegan con los nietos e incluso saben reírse uno del otro como amigos. Una perdona y el otro ofrece disculpas. Aprendieron que el amor propio y el de familia están por encima.

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