El 20 de marzo de 2020, las autoridades educativas decidieron suspender todas las actividades presenciales con el objetivo de proteger a los estudiantes ante la pandemia de Covid-19 y, a su vez, tratar de mitigar el impacto del nuevo coronavirus, tratando de reducir las posibilidades de contagio.
La estrategia, que en principio estaba planeada para aplicarse durante un mes, comenzó a extenderse al grado que, a un año de haberse implementado y de que fueran detectados los primeros casos positivos en Sonora (16 de marzo), los estudiantes siguen llevando clases a distancia, lo que comienza a provocar un espectro de incertidumbre y preocupación en los mismos, aunado a un incremento de estrés, ansiedad e inclusive depresión.
Un encierro agotador
Ximena Galindo, quien actualmente cursa el cuarto semestre de la Licenciatura en Educación, comenta que todo sucedió demasiado rápido y que prácticamente de la noche a la mañana su estilo de vida y su rutina estudiantil dieron un giro de 180 grados, lo cual le ha causado malestar.
Si bien, dijo, las primeras semanas resultó reconfortante el poder estar en casa, dado que ella estudiaba en otra ciudad, lo cierto es que a un año de esta modalidad de clases virtuales el ánimo y la energía ya no son los mismos.
“Cansada. Si tuviera que definirme en una palabra sería cansada”, dijo.
Mencionó que durante estos meses ha tenido que enfrentar los problemas que muchos de sus compañeros también han tenido, como lo es fallas en el Internet, con su computadora, con sus horarios y demás, hecho que se ha vuelto agotador.
“Parte de los problemas a los que más nos enfrentamos como estudiantes es la conexión a Internet, que expliquen bien los maestros o que tú tengas que buscar por tu propia cuenta; ahora más que nada el conocimiento lo tenemos que hacer de manera autónoma si queremos verdaderamente estar preparados como profesionistas”, apuntó.
Preparación a medias
Édgar Cota, estudiante de Comunicación, menciona que es desmotivante el no poder estar en un lugar físico con sus compañeros y con los profesores, pues la pandemia les ha arrebatado la convivencia diaria, la cual es muy importante, dijo, para el desarrollo de los propios jóvenes.
Asimismo, mantiene una preocupación latente ante el hecho de que no están realizando las actividades prácticas que complementan la carrera, hecho que en un futuro cercano pudiera afectarles a la hora de salir al mercado laboral.
“Al salir al campo laboral y que digas: Esto lo llevé virtual, ¿cómo lo hago?; sí me preocupa bastante y he llegado a pensar si voy a ser un profesionista totalmente preparado, todos los días me hago esa pregunta”, comentó.
Coincide con ello Ximena Galindo, pues recordó que en su carrera es fundamental el trabajo personal con los niños, con los alumnos, sin embargo, a distancia sigue resultando demasiado complejo.
“La profesión en la que yo estoy es trabajar no con números, no con objetos; es trabajar con personas y es muy importante. Un número o un objeto lo puedes reparar al volverlo a hacer, pero a una persona no la puedes volver a hacer”, señaló.
Responsabilidades que nunca terminan
Con el pasar de los meses, los jóvenes se han dado cuenta que las cargas de trabajo y las responsabilidades escolares parecieran haber aumentado, al grado de convertirse en estudiantes de tiempo completo.
“Yo tenía muy marcada mi rutina y mi horario. Iba a la escuela, regresaba, comía, hacía mis tareas y tenía la tarde libre; ahora siento que el día no me alcanza. Intento mantener un horario aquí, pero no puedo, no lo he logrado”, expresó Jimena Martínez, estudiante de preparatoria.
Apuntó que es muy estresante el hecho de pasarse la mayor parte del día sentada frente a una computadora, pues no ha logrado encontrar un equilibrio que le permita tener tiempo para sí misma.
Coinciden Ximena y Édgar, y mencionan que la carga de trabajo que han tenido estos últimos meses ha sobrepasado cualquier otra que tuvieran cuando estaban en la modalidad presencial.
“Hay ocasiones donde tenemos una jornada de 12 a 12, donde yo enciendo mi computadora a las siete de la mañana y se apaga a las siete de la noche, a veces 9, 10 u 11; no hay una hora donde tú digas: Ya terminé”, comenta Édgar.
“Había un cierto horario que se cumplía y dentro de esas horas tú ibas a la escuela y realizabas tus actividades, y ahora todo el día estamos en la computadora”, apuntó Ximena.
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De este modo, los estudiantes extrañan las aulas; extrañan las rutinas escolares que realmente les permitían tener un poco de tiempo libre para respirar. Extrañan a sus compañeros, la convivencia diaria, las risas, los cafés. El hecho de poder resolver sus dudas con sus profesores en un mismo lugar.
Sólo esperan que pronto la situación mejore para que puedan regresar a sus centros de estudio y continuar preparándose para ser buenos profesionistas.