El amor puede vencer toda adversidad, desde la enfermedad más terrible hasta la inevitabilidad de la muerte e incluso la pérdida de memoria, tal es la historia de esta pareja que, para mantener su anonimato, serán llamados “Tristán” e “Isolda”.
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Tristán forjó una relación con Isolda que dejó como producto cinco hijas, todas ellas fieles devotas al cariño que sus padres se tenían entre sí, incluso durante los episodios de violencia patrocinados por el alcoholismo de su progenitor.
Así como lo es de invencible, el amor es complicado, y las hermanas coinciden en que no hubieran cambiado a ninguno de sus padres. Décadas más tarde, Tristán dejaría el alcohol permanentemente y en su lugar quedaría únicamente el hombre íntegro admirado por sus hijas.
La forma más sincera de Isolda de demostrar su amor por Tristán era hacerle de comer: le llevaba comida al trabajo, al cual iba a pie, y regresaba para tenerle comida lista una vez que llegara de la faena laboral.
Este proceso se repitió durante la vejez, cuando Isolda usaba todo el tiempo de la mañana para dedicarlo a buscar los víveres necesarios para hacer una cena para la familia una vez que llegara Tristán de trabajar.
Sin embargo, casi llegado a sus 80 años, Tristán comenzó a olvidar las cosas… primero eran eventos insignificantes como la hora del día, después el mismo día, posteriormente perdió noción del espacio que lo rodeaba y por último olvidó a quienes tenía frente a sí.
Los síntomas eran claros: Alzheimer
Isolda, sea por los años de abuso voluntario que vivió al lado de Tristán o por su incapacidad para sobrellevar una situación así, comenzó a ser más dura con él, reprochándolo más severamente. A pesar de ello ninguno podía soportar que algo le pasara al otro.
Tristán por su parte, nunca olvidó el rostro de Isolda y, batallando para ponerse de pie, se encaminaba para visitarla a su cuarto mientras dormía, a menudo preguntándole si se encontraba bien.
Aunada a una salud igualmente deteriorada por años de trabajo físico intenso, la enfermedad de Tristán empeoró: comenzó a perder el equilibrio y trastabillar con mayor frecuencia; sus hijas y nietos ayudaban en lo que podían, pero no podían contener la inquietud de aquel hombre y sus visitas a la recamara de su esposa.
Las hijas relataron que si bien Tristán olvidó el nombre de sus nietos y fragmentos de su identidad, se aferró ferozmente al recuerdo de su esposa e hijas, a quienes nunca olvidó ni en su lecho de muerte, cuando una mala caída detonó una serie de sucesos que culminaron con el fallecimiento del patriarca de la familia.
Devastadas, sus hijas se prometieron no revelar la verdad de la muerte de Tristán a su madre, quien enfrentaba sus propios problemas debido a su propia senectud y con frecuencia preguntaba dónde estaba su esposo.
Isolda nunca se enteró de lo que sucedió con Tristán, pero sus hijas tienen la certeza de que el alma de la esposa tiene una especie de noción sobre este hecho y simplemente se resignó, no obstante de vez en cuando todavía recuerda a su amado, con el que vivió más de 60 años.
Es entonces cuando Isolda pregunta si puede cocinar una vez más.