/ sábado 14 de mayo de 2022

Mi gusto es… (O la otra mirada) | Así se pierden las cosas

De esa manera decimos cuando alguien hace como que la virgen le habla y retiene, hasta donde sea posible, lo que le acabamos de prestar, lo que no hace concluir, en broma, que se quiere quedar con ella.

¿En broma?

A veces sí, a veces no.

Una pluma, por ejemplo: te la prestan en una oficina, en una ventanilla, en la banqueta, donde usted se acuerde, porque resulta que te esculcas y en esa ocasión no traes una pero la otra persona, atenta, coge la suya y te saca del apuro.

Entonces la retenemos y casi al irte, esa secretaria, ese encargado de la oficina, el guardia que está en la puerta, te recuerda que la pluma es suya y que hay que devolverla.

Si eres mano larga tendrás que sacarla de tu bolsa, donde ya la guardabas y no te quedará otra más que pedir una disculpa y entregarla a regañadientes, porque la pluma, neta del planeta, estaba bonita y no se miraría mal en tu oficina.

Si en verdad fue tu distracción lo que te hizo apoderarse de esa cosa mueble, sin derecho y sin consentimiento de la persona que puede disponer de ella con arreglo a la ley. Entonces pones una carita de idiota y, pidiendo miles de disculpas como si te hubieras robado al país entero, le dices adiós ese objeto que se quedó en tus manos, sin querer y lo entregas dando miles de explicaciones sin que nadie te las haya pedido.

Así se pierden las cosas, dice la secretaria, como dándole una estocada a tu mal paso y todo queda en una mala jugada que pone el destino cuando menos ganas tienes de regarla ese día.

Pero no es lo mismo hacerlo lo anterior con una pluma que con un penacho, y hacer como si no pasara nada, al fin de cuentas, todo finalizará en una simple ironía de quien estuvo presente y te vio.

Así se pierden las cosas.

Y ya.

Pero qué tal si lo ocurrido en una oficina, en una antesala, en un escritorio, frente a una comprensible secretaria, ocurre en una nación donde le ha ido como en feria por los siglos de los siglos, amén.

Para que no se me acuse de una posible subversión, pintaré raya y mejor hablaré de otro país, ese que está entre los Estados Unidos y América Central, conocido por sus playas en el Pacífico, un enorme golfo, y su diverso paisaje de montañas, desiertos y selvas.

Calma, todo es ficción, todo. Sólo pretendo ilustrarlos con hechos, sobre esos que hacen como que la virgen le habla y retiene, hasta donde sea posible, lo que le acabamos de prestar.

De mi patria hablaré en otra ocasión.

Aquí pinto raya y les cuento de lo sucedido en el Congo Belga, en Cuévano, en Miraflores, en Islas Cocos, en Louis, o en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme.

Ahí alguien pronunció la mágica frase, “así se pierden las cosas” y reclamó un penacho de un tal Moctezuma que actualmente se encuentra en el Museo de Etnología de Viena, en Austria, que según la tradición popular pudo pertenecer al tlatoani Moctezuma Xocoyotzin aunque no hay certeza histórica de ello, ni autenticidad de su antigüedad.

Pudo, dicen y aun así se anda requiriendo a los meros meros de aquel lugar para que los devuelvan ya que en tiempos inmemoriales alguien hizo lo de la pluma, gentilmente lo prestó y cuando menos esperaban, anda vete, pues resulta que lo que se supone —se supone— es un atavío para la cabeza, ya no estaba.

Desde entonces, reza la historia o la leyenda, a lo largo de varios siglos, la pieza ha cambiado de dueños en varias ocasiones hasta parar en Viena, Austria, no sin olvidar que en el siglo pasado fue parte de una campaña nacionalista promovida desde el Gobierno mexicano para exaltarla como una pieza que debe ser devuelta a México.

Exacto: como las plumas, porque luego así se pierden las cosas y no hay que perderlo de vista, qué tal si en definitiva se quedan con él y nos quedamos sin tan preciado objeto, haya sido como haya sido o haya sido o no de Don Moctezuma.

Eso ocurrió hace mucho, mucho, mucho tiempo, pero no escarmentamos y seguimos de confiaditos, dándole entrada a cualquiera y siendo generosos hasta más no poder, con quien así nos nazca, por más que después nos andemos lamentando, ya que el beneficiado de nuestra bondad, se haya ido espichadito, así como el sol cuando muere la tarde, y por “distraído” ya nos dejó chiflando en la loma.

Por eso es importante, dejar a un lado lo políticamente correcto, ser asertivo y pedir la devolución de lo prestado si observamos que el robo ya se encuentra en su fase de tentativa y no tarda en consumarse.

Cuando eso pase, ni modo, hay que evitarlo, pedir con sutileza la entrega y listo, porque lo dejamos al arbitrio del descuidado, así se pierden las cosas

De lo contrario, ocurre lo que pasó en el Museo Nacional de Antropología en 1985. Los guardias o los encargados, quizá estaban comiendo moscas o debatían sobre la existencia o no del penacho de Moctezuma y unos estudiantes de veterinaria, que por entonces tenían menos de 30 años, aprovecharon la ocasión y sustrajeron más de 100 joyas arqueológicas.

Era navidad y en lugar de celebrar en familia, Carlos Perches y Ramón Sardina decidieron el 25 de diciembre de dicho año, llevar a cabo uno de los robos más escandalosos de la historia reciente de México autorregalándose tan aparatoso botín.

Inicialmente se manejó la hipótesis de que un grupo de traficantes profesionales estaban detrás del robo, pero, juran los diarios, “el misterio sobre quiénes eran los culpables prevaleció hasta 1989, cuando fueron halladas las piezas de diferentes culturas prehispánicas, cuyo valor es "incalculable".

Por su parte, El Archivo General de la Nación (AGN) reveló, no hace mucho, que le han robado 116 documentos de gran valor para la historia de México, como una decena de cartas y oficios de Hernán Cortés y su nieto su nieto Fernando Cortés —del Fondo del Hospital de Jesús— vendidas por las casas de subastas en galerías Swann, Christie’s y Bonhams en Nueva York, así como Nate D. Sanders en California.

Los encargados advirtieron un faltante de 16 de documentos en 2006, y de 9 documentos gráficos y 2 expedientes (relacionados con la historia de México) en 2009, señalan documentos a los que tuvo acceso Forbes México.

Hasta ahorita, segundos antes de enviar esta columna, no he sabido ni me han informado si estos objetos ya fueron recuperados, si se dio con el paradero de los delincuentes, si ya andan vendiéndose en Tepito, si algún historiador se hizo de mulas Pedro comprándolo en paquete en el mercado negro o que etapa andan las minuciosas investigaciones .

Ni modo, seguiré con el pendiente hasta nuevo aviso.

No obstante, de todo se aprende y apuesto doble contra sencillo que algo así nunca volverá a suceder.

Pero tan fácil que hubiera sido evitarlo: si observaban que dos o tres tipos cargaban, sospechosamente un bulto, se les alcanza, se les toma del cuello, se les pregunta:

— ¿Pa dónde llevan eso?

— Aquí cerquita. Nos la acaban de prestar pa una tarea.

— No, no se puede. Y déjenlo donde estaba, porque así se pierden las cosas.

De esa manera decimos cuando alguien hace como que la virgen le habla y retiene, hasta donde sea posible, lo que le acabamos de prestar, lo que no hace concluir, en broma, que se quiere quedar con ella.

¿En broma?

A veces sí, a veces no.

Una pluma, por ejemplo: te la prestan en una oficina, en una ventanilla, en la banqueta, donde usted se acuerde, porque resulta que te esculcas y en esa ocasión no traes una pero la otra persona, atenta, coge la suya y te saca del apuro.

Entonces la retenemos y casi al irte, esa secretaria, ese encargado de la oficina, el guardia que está en la puerta, te recuerda que la pluma es suya y que hay que devolverla.

Si eres mano larga tendrás que sacarla de tu bolsa, donde ya la guardabas y no te quedará otra más que pedir una disculpa y entregarla a regañadientes, porque la pluma, neta del planeta, estaba bonita y no se miraría mal en tu oficina.

Si en verdad fue tu distracción lo que te hizo apoderarse de esa cosa mueble, sin derecho y sin consentimiento de la persona que puede disponer de ella con arreglo a la ley. Entonces pones una carita de idiota y, pidiendo miles de disculpas como si te hubieras robado al país entero, le dices adiós ese objeto que se quedó en tus manos, sin querer y lo entregas dando miles de explicaciones sin que nadie te las haya pedido.

Así se pierden las cosas, dice la secretaria, como dándole una estocada a tu mal paso y todo queda en una mala jugada que pone el destino cuando menos ganas tienes de regarla ese día.

Pero no es lo mismo hacerlo lo anterior con una pluma que con un penacho, y hacer como si no pasara nada, al fin de cuentas, todo finalizará en una simple ironía de quien estuvo presente y te vio.

Así se pierden las cosas.

Y ya.

Pero qué tal si lo ocurrido en una oficina, en una antesala, en un escritorio, frente a una comprensible secretaria, ocurre en una nación donde le ha ido como en feria por los siglos de los siglos, amén.

Para que no se me acuse de una posible subversión, pintaré raya y mejor hablaré de otro país, ese que está entre los Estados Unidos y América Central, conocido por sus playas en el Pacífico, un enorme golfo, y su diverso paisaje de montañas, desiertos y selvas.

Calma, todo es ficción, todo. Sólo pretendo ilustrarlos con hechos, sobre esos que hacen como que la virgen le habla y retiene, hasta donde sea posible, lo que le acabamos de prestar.

De mi patria hablaré en otra ocasión.

Aquí pinto raya y les cuento de lo sucedido en el Congo Belga, en Cuévano, en Miraflores, en Islas Cocos, en Louis, o en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme.

Ahí alguien pronunció la mágica frase, “así se pierden las cosas” y reclamó un penacho de un tal Moctezuma que actualmente se encuentra en el Museo de Etnología de Viena, en Austria, que según la tradición popular pudo pertenecer al tlatoani Moctezuma Xocoyotzin aunque no hay certeza histórica de ello, ni autenticidad de su antigüedad.

Pudo, dicen y aun así se anda requiriendo a los meros meros de aquel lugar para que los devuelvan ya que en tiempos inmemoriales alguien hizo lo de la pluma, gentilmente lo prestó y cuando menos esperaban, anda vete, pues resulta que lo que se supone —se supone— es un atavío para la cabeza, ya no estaba.

Desde entonces, reza la historia o la leyenda, a lo largo de varios siglos, la pieza ha cambiado de dueños en varias ocasiones hasta parar en Viena, Austria, no sin olvidar que en el siglo pasado fue parte de una campaña nacionalista promovida desde el Gobierno mexicano para exaltarla como una pieza que debe ser devuelta a México.

Exacto: como las plumas, porque luego así se pierden las cosas y no hay que perderlo de vista, qué tal si en definitiva se quedan con él y nos quedamos sin tan preciado objeto, haya sido como haya sido o haya sido o no de Don Moctezuma.

Eso ocurrió hace mucho, mucho, mucho tiempo, pero no escarmentamos y seguimos de confiaditos, dándole entrada a cualquiera y siendo generosos hasta más no poder, con quien así nos nazca, por más que después nos andemos lamentando, ya que el beneficiado de nuestra bondad, se haya ido espichadito, así como el sol cuando muere la tarde, y por “distraído” ya nos dejó chiflando en la loma.

Por eso es importante, dejar a un lado lo políticamente correcto, ser asertivo y pedir la devolución de lo prestado si observamos que el robo ya se encuentra en su fase de tentativa y no tarda en consumarse.

Cuando eso pase, ni modo, hay que evitarlo, pedir con sutileza la entrega y listo, porque lo dejamos al arbitrio del descuidado, así se pierden las cosas

De lo contrario, ocurre lo que pasó en el Museo Nacional de Antropología en 1985. Los guardias o los encargados, quizá estaban comiendo moscas o debatían sobre la existencia o no del penacho de Moctezuma y unos estudiantes de veterinaria, que por entonces tenían menos de 30 años, aprovecharon la ocasión y sustrajeron más de 100 joyas arqueológicas.

Era navidad y en lugar de celebrar en familia, Carlos Perches y Ramón Sardina decidieron el 25 de diciembre de dicho año, llevar a cabo uno de los robos más escandalosos de la historia reciente de México autorregalándose tan aparatoso botín.

Inicialmente se manejó la hipótesis de que un grupo de traficantes profesionales estaban detrás del robo, pero, juran los diarios, “el misterio sobre quiénes eran los culpables prevaleció hasta 1989, cuando fueron halladas las piezas de diferentes culturas prehispánicas, cuyo valor es "incalculable".

Por su parte, El Archivo General de la Nación (AGN) reveló, no hace mucho, que le han robado 116 documentos de gran valor para la historia de México, como una decena de cartas y oficios de Hernán Cortés y su nieto su nieto Fernando Cortés —del Fondo del Hospital de Jesús— vendidas por las casas de subastas en galerías Swann, Christie’s y Bonhams en Nueva York, así como Nate D. Sanders en California.

Los encargados advirtieron un faltante de 16 de documentos en 2006, y de 9 documentos gráficos y 2 expedientes (relacionados con la historia de México) en 2009, señalan documentos a los que tuvo acceso Forbes México.

Hasta ahorita, segundos antes de enviar esta columna, no he sabido ni me han informado si estos objetos ya fueron recuperados, si se dio con el paradero de los delincuentes, si ya andan vendiéndose en Tepito, si algún historiador se hizo de mulas Pedro comprándolo en paquete en el mercado negro o que etapa andan las minuciosas investigaciones .

Ni modo, seguiré con el pendiente hasta nuevo aviso.

No obstante, de todo se aprende y apuesto doble contra sencillo que algo así nunca volverá a suceder.

Pero tan fácil que hubiera sido evitarlo: si observaban que dos o tres tipos cargaban, sospechosamente un bulto, se les alcanza, se les toma del cuello, se les pregunta:

— ¿Pa dónde llevan eso?

— Aquí cerquita. Nos la acaban de prestar pa una tarea.

— No, no se puede. Y déjenlo donde estaba, porque así se pierden las cosas.

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